"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 9 de junio de 2017

Declaraciones del ex jefe del FBI complican futuro de Trump

Posted by heraldocubano

Por Arthur González.

Muy complicadas las declaraciones del ex jefe del FBI, James Comey, ante el comite del Senado. El tema bien peliagudo y pudieran decir el futuro del Presidente Donald Trump. Les pongo a disposición de mis amigos para que cada cual saque sus propias conclusion.
Texto completo: Declaración de James Comey ante el Comité de Inteligencia del Senado acerca de contactos con Trump.


8 de junio, 2017. Declaración para el Acta. Comité Senatorial de Inteligencia.

James B. Comey . 8 de junio de 2017

Presidente Burr, principal miembro de la oposición Warner, miembros del Comité. Gracias por invitarme a comparecer ante ustedes hoy. Se me pidió que testificara hoy para describir ante ustedes mis interacciones con el presidente electo y el presidente Trump en temas que yo entiendo que son de interés para ustedes.

No he incluido todos los detalles de mis conversaciones con el presidente, pero, según lo que recuerdo, he tratado de incluir información que pueda ser pertinente para el Comité.

Sesión de información del 6 de enero

Me encontré por primera vez con el entonces presidente electo Trump el viernes 6 de enero en una sala de conferencias de la Torre Trump en Nueva York. Estuve allí con otros líderes de la comunidad de Inteligencia (CI) para informarle a él y a su nuevo equipo de seguridad nacional de los hallazgos de una evaluación de la CI acerca de los esfuerzos rusos para interferir en las elecciones.

Al concluir esa exposición, permanecí solo con el presidente electo para informarle sobre algunos aspectos personalmente confidenciales de la información reunida durante la evaluación.

El liderazgo de la CI consideró importante, por diversas razones, alertar al presidente entrante de la existencia de este material, aunque fuera salaz y no verificado.

Entre esas razones estaban:

(1) sabíamos que los medios estaban a punto de publicar el material y creíamos que la CI no debía mantener en la ignorancia al presidente acerca del conocimiento del material y su inminente publicación; y (2) en la medida en que hubo algún esfuerzo para comprometer a un presidente entrante, podríamos contener cualquier esfuerzo de ese tipo con una sesión defensiva de información.

El Director de Inteligencia Nacional me pidió que yo personalmente hiciera esta parte del briefing porque yo iba a mantener mi puesto y porque el material implicaba las responsabilidades de contrainteligencia del FBI.

También acordamos que lo haría yo solo para minimizar un posible embarazo para el presidente electo. Aunque estuvimos de acuerdo en que tenía sentido que yo hiciera el briefing, los altos funcionarios del FBI y yo estábamos preocupados de que briefing pudiera crear una situación en la que un nuevo presidente tomara posesión sin saber si el FBI estaba conduciendo una investigación de contrainteligencia de su conducta personal.

Es importante entender que las investigaciones de contrainteligencia del FBI son diferentes al más conocido trabajo investigativo criminal.

El objetivo del Buró en una investigación de contrainteligencia es entender los métodos técnicos y humanos que potencias hostiles extranjeras están utilizando para influir a Estados Unidos o robar nuestros secretos. El FBI utiliza ese entendimiento para interrumpir esos esfuerzos.

A veces la interrupción toma la formada alertar a una persona que es un objetivo de reclutamiento o influencia por parte de la potencia extranjera. A veces se trata de fortalecer un sistema informático que está siendo atacado. A veces implica convertir a la persona reclutada en un agente doble, o dar a conocer públicamente el comportamiento con sanciones o expulsiones de oficiales de inteligencia con sede ​​en embajadas. En ocasiones, el procesamiento criminal se utiliza para interrumpir las actividades de inteligencia.

Debido a que la naturaleza de la nación extranjera hostil es bien conocida, las investigaciones de contrainteligencia tienden a centrarse en individuos que el FBI sospecha de ser agentes voluntarios o involuntarios de esa potencia extranjera.

Cuando el FBI desarrolla razones para creer que un estadounidense ha sido objeto de reclutamiento por parte de una potencia extranjera o actúa encubiertamente como un agente de la potencia extranjera, el FBI “iniciará una investigación” acerca de ese estadounidense y usará las autoridades legales para tratar de conocer más acerca de la naturaleza de cualquier relación con la potencia extranjera para que pueda ser interrumpida.

En ese contexto, antes de la reunión del 6 de enero, discutí con la dirección del FBI si debía estar preparado para asegurar al presidente electo Trump que no lo estábamos investigando personalmente. Eso era cierto; no teníamos un caso abierto de contrainteligencia contra él. Estuvimos de acuerdo en que debía hacerlo si las circunstancias lojustificaban. Durante nuestra reunión individual en la Torre Trump, basándome en la reacción del presidente electo Trump a la sesión informativa y sin que él hiciera la pregunta directamente, ofrecí esa garantía.

Me sentí obligado a documentar mi primera conversación con el presidente electo en un memorando. Para asegurar la exactitud, comencé a transcribirla en un ordenador portátil en un vehículo del FBI frente a la Torre Trump en el momento que salí de la reunión.

La creación de documentos escritos inmediatamente después de conversaciones individuales con el señor Trump fue mi práctica desde ese punto en adelante. Esto no había sido mi práctica en el pasado.

Hablé solo dos veces en persona con el presidente Obama (y nunca por teléfono) – una vez en 2015 para discutir cuestiones de política de aplicación de la ley y una segunda vez, brevemente, cuando él se despidió a finales de 2016.

En ninguna de estas circunstancias puse por escrito las discusiones. Puedo recordar nueve conversaciones personales con el presidente Trump en cuatro meses, tres en persona y seis en el teléfono.

Cena del 27 de enero

El presidente y yo cenamos el viernes 27 de enero a las 6:30 pm en la Sala Verde de la Casa Blanca. Me había llamado a la hora de almuerzo ese día y me invitó a cenar esa noche, diciendo que iba a invitar a toda mi familia, pero decidió tenerme solo esta vez, y que la familia viniera la próxima vez. Por la conversación, no me quedaba claro quién más estaría en la cena, aunque asumí que habría otros.

Resultó que éramos solo nosotros dos, sentados a una pequeña mesa ovalen el centro de la Sala Verde. Dos camareros de la Marina nos sirvieron, y solo entraban en la habitación para servir comida y bebidas.

El presidente empezó preguntándome si quería permanecer como director del FBI, lo cual me pareció extraño, porque él ya me había dicho dos veces en conversaciones anteriores que esperaba que permaneciera y yo le había asegurado que tenía la intención deshacerlo. Dijo que mucha gente quería mi puesto y, dado el maltrato que había recibido durante el año anterior, él entendería si yo quería irme.

Mi instinto me dijo que la reunión a solas y la excusa de que esta era nuestra primera discusión acerca de mi cargo significaba que la cena fue, al menos en parte, un esfuerzo para que yo le pidiera permanecer en mi cargo y crear algún tipo de relación de patronazgo.

Eso me preocupó mucho, dada la posición tradicionalmente independiente del FBI del Poder Ejecutivo. Le respondí que me encantaba mi trabajo y tenía la intención de quedarme y cumplir mi mandato de diez años como director. Y luego, porque la situación me hizo sentir incómodo, añadí que no era “confiable” en la manera en que los políticos usan esa palabra, pero siempre podía contar conmigo para decirle la verdad. Añadí que no estaba políticamente a favor de nadie y no se podía contar conmigo en el sentido político tradicional, una postura que dije servía mejor a los intereses del presidente.

Al cabo de unos instantes, el presidente dijo: “Necesito lealtad. Espero lealtad”. No me moví, ni hablé, ni cambié mi expresión facial de alguna manera durante el silencio incómodo que siguió. Simplemente nos miramos en silencio.

La conversación siguió adelante, pero volvió al tema al finalizar nuestra cena. En un punto, le expliqué por qué era tan importante que el FBI y el Departamento de Justicia sean independientes de la Casa Blanca.

Dije que era una paradoja: a lo largo de la historia, algunos presidentes han decidido que debido a que había “problemas” con el Departamento de Justicia, debían tratar de mantener cerca al Departamento. Pero hacer imprecisos esos límites en última instancia empeora los problemas, al socavar la confianza del público en las instituciones y su trabajo.

Al final de nuestra cena, el presidente volvió al tema de mi cargo, diciendo que estaba muy contento de que quisiera quedarme, agregando que él había oído grandes cosas acerca de mí de parte de Jim Mattis,Jeff Sessions, y muchos otros. Entonces me dijo: “Necesito lealtad”.

Le respondí: “Siempre obtendrá de mí la honestidad”. Hizo una pausa y luego dijo: “Eso es lo que quiero, lealtad honesta”.

Hice una pausa y luego dije: “Usted tendrá eso de mí”.

Como escribí en el memorando que creé inmediatamente después de la cena, es posible que entendiéramos la frase “lealtad honesta” de manera diferente, pero decidí que no sería productivo llevarlo más allá. El término –lealtad honesta– había ayudado a poner fin a una conversación muy incómoda y mis explicaciones habían dejado claro lo que él debía esperar.

Durante la cena, el presidente regresó al material salaz de que yo le había informado el 6 de enero y, como lo había hecho anteriormente, expresó su repugnancia por las acusaciones y las negó rotundamente.

Dijo que estaba considerando pedirme que investigara el presunto
incidente para demostrar que no sucedió.

Le respondí que debía pensarlo cuidadosamente, porque podría crear una idea de que lo estábamos investigando personalmente, lo que no estábamos haciendo, y porque era muy difícil probar una negación. Dijo que pensaría en ello y me pidió que lo pensara. Como era mi práctica para las conversaciones con el presidente Trump, escribí un memorando detallado sobre la cena inmediatamente después y lo compartí con el equipo de dirección del FBI.

Reunión en la Oficina Oval, 14 de febrero

El 14 de febrero, fui a la Oficina Oval para una sesión informativa programada al presidente acerca del contraterrorismo. Se sentó detrás del escritorio y un grupo de nosotros estábamos sentados en un semicírculo de seis sillas al otro lado del escritorio.

El vicepresidente, el director adjunto de la CIA, el director del Centro Nacional de Lucha contra el Terrorismo (NCTC), el secretario de Seguridad Nacional, el fiscal general y yo estábamos en el semicírculo de sillas. Yo me encontraba exactamente frente al presidente, sentado entre el director adjunto de la CIA y el director de NCTC. Había unos cuantos más en la sala, sentados detrás de nosotros en sofás y sillas.

El Presidente dio por terminado el briefing agradeciendo al grupo y diciéndoles que quería hablar a solas conmigo. Me quedé en mi silla.

Cuando los participantes comenzaron a salir de la Oficina Oval, el fiscal general se mantuvo junto a mi silla, pero el presidente le dio las gracias dijo que solo quería hablar conmigo. La última persona que se marchó fue Jared Kushner, quien también se quedó a mi lado e intercambió algunas bromas conmigo. El presidente lo excusó, diciendo que quería hablar conmigo.

Cuando se cerró la puerta junto al reloj de pie y nos quedamos solos, el presidente comenzó diciendo: “Quiero hablar de Mike Flynn”. Flynn había dimitido el día anterior.

El presidente comenzó diciendo que Flynn no había hecho nada malo al hablar con los rusos, pero tuvo que salir de él porque había engañado al vicepresidente.

Añadió que tenía otras preocupaciones acerca de Flynn, que no especificó a continuación.

El presidente hizo entonces una larga serie de comentarios acerca del problema con filtraciones de información clasificada, una preocupación que compartí y comparto.

Después de hablar unos minutos acerca de filtraciones, Reince Priebus se asomó a la puerta junto al reloj de pie y pude ver a un grupo de personas esperando detrás de él. El presidente le hizo una seña para que cerrara la puerta, diciendo que pronto terminaría. La puerta se cerró.

El presidente volvió al tema de Mike Flynn, diciendo: “Es un buen tipoy ha pasado por mucho”. Repitió que Flynn no había hecho nada malo en sus llamadas con los rusos, pero que había engañado al vicepresidente.

Entonces dijo: “Espero que usted pueda ver claro y pasar esto por alto, pasar a Flynn por alto. Él es un buen chico”. (De hecho, tuve una experiencia positiva al tratar con Mike Flynn cuando era colega como director de la Agencia de Inteligencia de Defensa al principio de yo ocupar mi puesto en el FBI. Yo no dije que “pasaría esto por alto”.

El presidente volvió brevemente al problema de las filtraciones. Entonces me levanté y salí por la puerta junto al reloj de pie, atravesando el gran grupo de personas que esperaba allí, incluyendo al señor Priebus y al vicepresidente.

Inmediatamente preparé un memorando no clasificado de la conversación acerca de Flynn y discutí el asunto con la dirección del FBI.

Según entendí, el presidente pedía que abandonáramos cualquier investigación de Flynn en relación con declaraciones falsas acerca de sus conversaciones con el embajador ruso en diciembre.

No entendí que el presidente estuviera hablando de una investigación más amplia acerca de Rusia o de posibles vínculos con su campaña. Podría estar equivocado, pero consideré que estaba enfocado en lo que acababa de suceder con la salida de Flynn y la controversia en torno a su versión de las llamadas telefónicas. Sin embargo, era muy preocupante, dado el
papel del FBI como una agencia independiente de investigación.

El equipo del FBI estaba de acuerdo conmigo en que era importante no infectar al equipo de investigación con la solicitud del presidente, que no teníamos la intención de cumplir.

También concluimos que, dado que se trataba de una conversación en solitario conmigo, no había nada que corroborara mi versión.

Llegamos a la conclusión de que tenía poco sentido comunicarlo a las Sesiones del Fiscal General, quien esperábamos que se recusaría a sí mismo de participar en investigaciones relacionadas con Rusia. (Lo hizo dos semanas más tarde).

El fiscal general adjunto fue designado entonces como interino por parte de un fiscal federal, que tampoco pasaría mucho tiempo en el cargo.

Después de discutir el asunto, decidimos mantenerlo muy en secreto, decidiendo averiguar qué hacer con el asunto a medida que nuestra investigación progresara. La investigación avanzó a toda velocidad, sin que ninguno de los miembros del equipo de investigación –o los abogados del Departamento de Justicia que los apoyaban– conocieran dela solicitud del presidente.

Poco tiempo después, conversé con el fiscal general Sessions en persona para transmitirle las preocupaciones del presidente acerca delas filtraciones. Aproveché la oportunidad para implorar al fiscal general que evitara cualquier comunicación directa futura entre el presidente y yo.

Le dije que lo que acababa de ocurrir –que le pidiera que renunciara mientras que el director del FBI, que se subordina al fiscal general, permaneciera– era inapropiado y nunca debería suceder.

No respondió. Por las razones discutidas arriba, no mencioné que el presidente abordó la investigación potencial del FBI acerca del general Flynn.

Llamada telefónica, 30 de marzo

En la mañana del 30 de marzo, el Presidente me llamó al FBI. Él describió la investigación de Rusia como “una nube” que estaba deteriorando su capacidad de actuar en nombre del país.

Dijo que no tenía nada que ver con Rusia, que no había estado involucrado con prostitutas en Rusia, y que siempre había asumido que le estaban grabando cuando estuvo en Rusia.

Me preguntó qué podíamos hacer para “disipar la nube”. Respondí que estábamos investigando el asunto tan rápido como podíamos, y que sería muy beneficioso, si no encontrábamos nada, que hubiéramos hecho el trabajo bien. Estuvo de acuerdo, pero luego hizo hincapié en los problemas que esto le estaba acusando.

A continuación, el presidente preguntó por qué había habido una audiencia en el Congreso acerca de Rusia la semana anterior –en la que yo, como había ordenado el Departamento de Justicia, confirmé la investigación acerca de una posible coordinación entre Rusia y la campaña Trump.

Expliqué las exigencias de la dirección de ambos partidos en el Congreso en cuanto a más información, y que el senador Grassley incluso había detenido la confirmación del fiscal general adjunto hasta que le informamos en detalle acerca de la investigación.

Le expliqué que habíamos informado a los dirigentes del Congreso acerca de qué personas exactamente estábamos investigando y que les habíamos dicho a los líderes del Congreso que no estábamos investigando personalmente al Presidente Trump.

Le recordé al presidente que previamente le había dicho eso. Él me dijo repetidamente: “Tenemos que hacer público ese hecho”. (No le dije al presidente que el FBI y el Departamento de Justicia habían sido reticentes a hacer declaraciones públicas de que no teníamos un caso abierto contra el presidente Trump por un número de razones, principalmente porque nos obligaría a corregir la declaración si eso cambiara.)

El presidente continuó diciendo que si hubiera algunos asociados “satélites” suyos que hubieran hecho algo mal sería bueno descubrirlo, pero que él no había hecho nada malo y esperaba encontrar una manera de aclarar de que no lo estábamos investigando.

En un giro abrupto, cambió la conversación en cuanto al subdirector del FBI, Andrew McCabe, diciendo que no había planteado “la cosa de McCabe” porque yo había dicho que McCabe era un hombre honorable, aunque McAuliffe estaba cerca de los Clinton y le había dado (creo que se refería a la esposa del subdirector McCabe) dinero para la campaña.

Aunque no entendía por qué el Presidente estaba planteando esto, repetí que el señor McCabe era una persona honorable.

Él terminó subrayando lo de “la nube” que estaba interfiriendo con su capacidad de hacer tratos para el país y dijo que esperaba que yo pudiera encontrar una forma de decir que él no estaba bajo
investigación. Le dije que vería lo que podíamos hacer y qué haríamos nuestro trabajo de investigación lo más rápido posible.

Inmediatamente después de esa conversación, llamé al fiscal general adjunto interino Dana Boente (para entonces el fiscal general Sessions se había recusado a sí mismo en cuanto a todos los asuntos relacionados con Rusia), para informarle acerca del meollo de la llamada del presidente, y le dije que esperaría su orientación.

No recibí respuesta de él antes de que el presidente volviera a llamarme dos semanas más tarde.

Llamada telefónica, 11 de abril

En la mañana del 11 de abril, el Presidente me llamó y me preguntó qué había hecho acerca de su petición de que yo “dijera públicamente” de que él personalmente no estaba bajo investigación.

Le respondí que había pasado su solicitud al fiscal general adjunto interino, pero que no había recibido respuesta. Él respondió que “la nube” estaba interponiéndose en su capacidad para hacer su trabajo. Dijo que quizás él haría que su gente su comunicara con el fiscal general adjunto interino.

Dije que era la mejor manera en que su petición debía ser manejada. Dije que el asesor legal de la Casa Blanca debería ponerse en contacto con la dirección del Departamento de Justicia para hacerla solicitud, que era el canal tradicional.
Dijo que lo haría y añadió: “Porque he sido muy leal con usted, muy
leal; tuvimos aquella cosa que usted sabe”.

No le respondí ni le pregunté qué quería decir con “aquella cosa”. Sólo le dije que la manera de manejar el asunto era que el asesor legal de la Casa Blanca llamara al fiscal general adjunto interino. Dijo que eso era lo que él haría y colgó.

Esta fue la última vez que hablé con el presidente Trump

Últimos días de una esperanza con sabor de helado

Últimos días en La Habana (2016), reciente estreno de Fernando Pérez, apela nuevamente a personajes acurrucados —casi atrincherados— en unos bordes a donde han sido lanzados por circunstancias intolerantes, inmisericordes, reaccionarias, en épocas pasadas que huelen inquietantemente a presente.




Fernando Pérez, busca expresar en sus películas los conflictos humanos desde una mirada provocadora, inquietante, cuestionadora.

El margen, con todo lo que de relativo y mutable tiene esta amplia categoría sociológica, cultural y política (o todo en uno), es el gran campo donde siempre se ha movido el cine de ficción de Fernando Pérez. Pletórico como está de personajes mayormente misantrópicos, relegados, segregados, melancólicos, extraviados en sus particulares selvas oscuras; a la vez que soñadores, esperanzados, disensores y disonantes respecto a sus contextos normados (verdadero significado de “normal”).

Son, sobre todo, personajes que avanzan en tarkovskiano zigzag hacia la felicidad emanada de la realización del auténtico yo en un entorno propicio, donde no deban transmutarse en estereotipos tolerables por sus semejantes. Algunos luchan, como los irredentos revolucionarios de Clandestinos (1988), o el disensor Pepe, de José Martí: el ojo del canario (2009); otros (se) buscan incesantemente sentidos de vida, como Laurita en Madagascar (1994) y Elpidio en La vida es silbar (1998); otros sueñan como Larita en Hello, Hemingway! (1990) y los múltiples protagonistas de Suite Habana (2003); otros, de hecho, rozan la felicidad antes de la inminente muerte, como Luis en La pared de las palabras (2015).

Últimos días en La Habana (2016) apela nuevamente a personajes acurrucados —casi atrincherados— en unos bordes donde han sido lanzados por circunstancias intolerantes, inmisericordes, reaccionarias, en épocas pasadas que huelen inquietantemente a presente. Como hondas mortíferas que fluyen desde el núcleo de un Big Bang nacional, aun tozudamente trepidante a pesar de la inevitable erosión del Tiempo y la Historia.

El extrovertido Diego (Jorge Martínez) y el lacónico Miguel (Patricio Wood) son dos divergentes extraños, refugiados en la noche sucia y eterna donde fueron proscritos de por vida, debido a sus respectivas consecuencias: Diego paga por practicar y manifestar su homosexualidad; Miguel expía por defender el elemental derecho de Diego a ser homosexual. Cuba los crió y el infortunio los unió.


El realizador, Fernando Pérez, imparte instrucciones a los actores, Patricio Wood (de pie, a la derecha) y Jorge Martínez (acostado)

Contrarios a Toño y Paco, los rapaces mendigos brasileños de la obra de Plinio Marcos, los protagonistas de Pérez engarzan y establecen un raro pacto simbiótico que les permite sobrevivir los desaguisados, cuyas múltiples cicatrices refulgen en sus rostros, en sus cuerpos, en el hogar-recepto donde resisten. Y es que la resistencia es otra de las constantes conceptuales de Fernando Pérez, pues a pesar de los embates, sus personajes permanecen, como el malecón que al final de Suite Habana es atacado una y otra vez por la inmisericorde espuma del mar. Incluso, la propia presencia muda de las anónimas ruinas capitalinas subraya en sus cintas más el hecho de su persistencia bajo las inclemencias más diversas, que su decrepitud. Son tan irredentos como pacíficos sobrevivientes, que no dejan de poner la otra mejilla sin fenecer.

Posiblemente, las respectivas mejores interpretaciones de Martínez y Wood en sus carreras, Diego y Miguel, son efectivamente ruinas, restos ennegrecidos que se alzan en una planicie donde ni la yerba crece, o mejor: no quiere crecer. Pero siguen vivos. Existen, respiran, aunque las naturalezas de sus resistencias son como ellos: diversas hasta la divergencia. Contrario a los comunes estereotipos heteronormativos, Diego es activo, enérgico, como el íncubo simbólico de la extraña pareja. Miguel es el recesivo súcubo, apagado, inercial; su propio fracaso lo ha endurecido tanto que ostenta una coraza pétrea, la cual ni la vida puede ya mellar. Pero todavía sueña con escapar, romper el loop y rehacer su vida en el eterno destino de ultramar, eterno paradigma, eterno Paraíso al que aspiran y donde expiran tantos cubanos.

Con puntos de contacto con Fresa y chocolate (Alea y Tabío, 1993) inevitablemente evidentes y al parecer totalmente conscientes por parte de Fernando Pérez —“Mi nombre es Diego, sin apellidos”, se presenta su personaje en algún momento—, Últimos días… viene a resultar suerte de pesimista epílogo de la icónica y (re)conocida fábula de Titón y Tabío sobre el entendimiento nacional desde la cultura compartida. Urdida en un momento de esperanzado remonte nacional, donde la crisis sobrevenida entonces prometía resetear a fondo la isla, desde el más bajo nivel de su infraestructura hasta la cúspide de la supraestructura. David alcanza la lucidez y abraza no solo al primado Diego, sino a la Cuba obliterada de Sarduy, Arenas, Pratt, Calvert Casey, Lunes de Revolución, Lydia Cabrera, Novás Calvo, Montenegro, Cabrera Infante, Virgilio, Lezama, Baquero et al, que este representa y resume. La cinta lanza al futuro inmediato un optimista mensaje de reconciliación y revisión.

A casi 25 años de distancia, ya en otro siglo y en la (demasiado) misma Cuba, Últimos días… estructura una suerte de ucrónica secuela, donde revisita a esta pareja, más bien a su simbolismo, y urde un final alternativo que los revela en plena expiación de su valiente herejía de entonces. En cierta forma, es la misma estrategia seguida más explícitamente por Miguel Coyula y su Memorias del Desarrollo (2010) respecto a la imprescindible de Titón: Memorias del Subdesarrollo (1968).

David-Miguel yace ahora aplastado, enmudecido, ninguneado bajo el peso de un status quo reacio a ceder ante los reclamos de la Historia. Un Diego no emigrante y no tan erudito agoniza, postrado en su último reducto. Aún se quieren y se apoyan mutuamente, pero nadie los siguió en su cruzada de entonces.

El actor Patricio Wood en Últimos días en La Habana.

Otra bastante reciente cinta cubana, Vestido de novia (Marilyn Solaya, 2014), ya había revelado la disolución casi inmediata del mensaje esperanzador lanzado por Fresa… a los cubanos, cuando el “ser extravagante” que es la transgénero Sisy (Isabel Santos) sufre el peso de la “ley” por su pecado contra la enérgica virilidad del “pueblo cubano”.

La aparición de un tercer vértice convierte en triángulo la relación base de la cinta (¿una suerte de reencarnación de la Nancy de Fresa…?), y se abroga casi a la fuerza la categoría protagónica: Yusi (Gabriela Ramos), la irredenta adolescente, retoño vivaz de una nueva generación que opta generalmente por reptar o huir —lo cual no deja de ocurrir con otros personajes secundarios, para mayor subrayado de su peculiaridad. Como una exhalación fresca aparece en la triste covacha de Miguel y Diego, la cabeza llena de sueños y proyectos; sobre todo, de decisión para acometerlos con una alegría verdaderamente lúdica. Esta campanilla rebelde es otro ser resiliente, tenaz, pero que al final aprende la dura lección: This is no country for young people (…or even for nobody), aunque con la leve esperanza de seguir viviendo a pesar de la maldita circunstancia de la decadencia por todas partes.

Quizás la más pesimista cinta de Fernando Pérez —a pesar de sus no pocos gags—, Últimos días… agudiza el patetismo que (casi siempre en el mejor sentido de la palabra) ha ido ganando terreno en su obra audiovisual, sobre todo con Suite… y La pared…. Hacia el final peca, definitivamente, de algunos excesos o redundancias melodramáticas que atenúan la fuerza de los personajes, sobre todo de Diego. Cierto empecinamiento conclusivo de Pérez lleva a cerrar rotundamente casi todas las historias personales, restando fuerza a las dimensiones simbólicas de estas, así como la fuerza provocadora y cuestionadora que un final más “abierto” le hubiera conferido a la cinta. Como sucedió con la casi insoportable y perentoria mirada que durante los créditos de …el ojo del canario lanza el adolescente y aherrojado Martí a la Cuba presente.

Con algo más de fortuna, Últimos días… viene a dialogar con otra interesante constante del cine cubano: el baile como jolgorio alienado; algo que da sentido al original (y chocante para muchos) título de Chupa pirulí. PM (Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, 1961), Los del baile (Nicolás Guillén Landrián, 1965), la secuencia inicial de Memorias…, las finales de Un día de noviembre (Humberto Solás, 1972), de Los bañistas y de Melaza (Carlos Lechuga, 2010 y 2012), se delatan como referentes casi obligados en la secuencia respectiva que Pérez urde hacia las postrimerías de su película, cual entrampe perceptual para un espectador que quizás busque desesperadamente un happy ending.

En la brillante y surtida tienda imbuida de espíritu navideño, todos bailan como en un comercial estereotipado, al ritmo de un olvidado tema del también olvidado grupo SBS, que invita a un baile donde todo se olvidará. Todo como parte de un alucinante certamen quizás titulado Olvidando en Cuba. Pero Miguel, en medio de este sueño tropical, recuerda dolorosamente. Recuerda que estuvo vivo y ahora es un muerto viviente. Un chocolate sin fresa. Un dolor andante. Un Rocinante sin jinete que busca emigrar (¿transmigrar?) por puro reflejo, para seguir varado en sus memorias subdesarrolladas. (2017)

La izquierda global contra la derecha global: de 1945 a la fecha

Immanuel Wallerstein, La Jornada

El periodo entre 1945 y 1970 fue uno de extrema alta concentración de capitales a escala mundial y también de hegemonía geopolítica de Estados Unidos. En la geocultura el liberalismo centrista llegó a su cumbre como ideología gobernante. Nunca antes el capitalismo pareció funcionar tan bien. Esto no habría de durar.

El alto nivel de acumulación de capital, que en particular favoreció a las instituciones y al pueblo de Estados Unidos, alcanzó los límites en su capacidad para garantizar el necesario cuasi-monopolio de las empresas productivas. La ausencia de un cuasi-monopolio significó que por todas partes la acumulación de capital comenzara a estancarse y los capitalistas comenzaron a buscar modos alternativos de sostener sus ingresos. Los principales modos fueron la relocalización de sus empresas productivas en zonas de costo menor y el involucramiento en la transferencia especulativa de capital existente, eso que le llamamos la financiarización.

En 1945, solamente el desafío del poder militar de la Unión Soviética pudo enfrentar el cuasi-monopolio geopolítico de Estados Unidos. Para garantizar su cuasi-monopolio, Estados Unidos tuvo que acceder a un arreglo tácito pero efectivo con la Unión Soviética, apodado Yalta. Este arreglo implicó una división del poder mundial, dos tercios para Estados Unidos y un tercio para la Unión Soviética. Acordaron mutuamente no transgredir estos límites y no interferir con las operaciones económicas del otro en su propia esfera. También entraron en una guerra fría, cuya función no era derrocar al otro (por lo menos en el futuro previsible), sino mantener la incuestionada lealtad de sus respectivos satélites. Este cuasi-monopolio también llegó a su fin debido al creciente desafío a su legitimidad por parte de quienes se perdieron debido al statu quo.

Además, este periodo fue también uno en que los movimientos anti-sistémicos tradicionales conocidos como la Vieja Izquierda –comunistas, social-demócratas y movimientos de liberación nacional– llegaron al poder estatal en varias regiones del sistema-mundo, algo que había parecido altamente improbable apenas en 1945. Un tercio del mundo estaba gobernado por los partidos comunistas. Un tercio estaba gobernado por partidos social-demócratas (o su equivalente) en la zona pan-europea (Norteamérica, Europa occidental y Australasia). En esta zona, el poder alternaba entre los partidos social-demócratas que profesaban el Estado de bienestar y los partidos conservadores que también aceptaban el Estado de bienestar, aunque con un alcance reducido.

Y en la última zona, el llamado Tercer Mundo, los movimientos de liberación nacional llegaron al poder al obtener su independencia en la mayor parte de Asia, África y el Caribe, promoviendo así regímenes populares en la ya independiente América Latina.

Dada la fortaleza de los poderes dominantes y en especial Estados Unidos, puede parecer anómalo que los movimientos anti-sistémicos llegaran al poder en este periodo. De hecho, fue lo opuesto. Al buscar resistir el impacto revolucionario de los movimientos anti-coloniales y anti-imperialistas, Estados Unidos favoreció concesiones con la esperanza y la expectativa de traer al poder fuerzas moderadas en estos países que estuvieran dispuestas a operar dentro de las normas aceptadas de comportamiento interestatal. Esta expectativa resultó ser correcta.

El punto de quiebre fue la revolución-mundo de 1968, cuyo dramático aunque breve punto álgido entre 1966-1970 tuvo dos resultados importantes. Uno fue el final de la muy larga dominación del liberalismo centrista (1848-1968) como la única ideología legítima en la geocultura. Por el contrario, tanto la izquierda radical izquierdista como la ideología derechista conservadora recuperaron su autonomía y el liberalismo centrista fue reducido a ser solamente una de las tres ideologías en competencia.

La segunda consecuencia fue el desafío a escala mundial para los movimientos de la Vieja Izquierda por todas partes, asegurando que la Vieja Izquierda no era anti-sistémica en lo absoluto. Su llegada al poder no había cambiado nada de ninguna importancia, decían los impugnadores. Estos movimientos fueron vistos ahora como parte del sistema que había que rechazar para que por fin tomaran su lugar los verdaderos movimientos anti-sistémicos.

¿Qué pasó entonces? Al principio, la derecha de nuevo afirmativa pareció ganar la partida. Tanto el presidente estadunidense, Ronald Reagan, como la primera ministra de Reino Unido, Margareth Thatcher, proclamaron el fin del desarrollismo dominante y el advenimiento de la producción orientada a la venta en el mercado mundial. Proclamaron TINA, there is no alternative. Que no hay alternativa. Dada la decadencia del ingreso estatal en casi todo el mundo, la mayor parte de los gobiernos buscaron préstamos, que no podían recibir a menos que aceptaran los nuevos términos de TINA. Se les requirió reducir drásticamente el tamaño de los gobiernos y eliminar el proteccionismo, al tiempo de finiquitar los gastos del Estado de bienestar y aceptar la supremacía del mercado. Esto fue llamado el Consenso de Washington, y casi todos los gobiernos acataron este importante viraje de foco. Los gobiernos que no cumplieron fueron derrocados del cargo, lo que culminó en el colapso espectacular de la Unión Soviética. Después de algún tiempo en el cargo, los Estados que sí acataron descubrieron que la prometida alza en el ingreso real de gobiernos y trabajadores no ocurrió. Por el contrario, estos Estados sufrieron las políticas de austeridad impuestas sobre ellos. Hubo una reacción a TINA, marcada por el levantamiento zapatista en 1994, las exitosas manifestaciones de 1999 contra el intento en Seattle de promulgar garantías obligatorias para los llamados derechos de propiedad intelectual, y la fundación en 2001 del Foro Social Mundial en Porto Alegre, en oposición del Foro Económico Mundial, pilar de larga duración de TINA.

Conforme la Izquierda Global recuperó fuerza, las fuerzas conservadoras necesitaron reagruparse. Dieron un viraje del énfasis exclusivo en la economía de mercado, y lanzaron su rostro socio-cultural alternativo. De inicio invirtieron mucha energía en asuntos como luchar contra el aborto o promover la conducta exclusivamente heterosexual. Utilizaron tales temas para jalar a sus simpatizantes hacia la política activa. Y entonces ellos recurrieron a la anti-inmigración xenofóbica, abrazando el proteccionismo al que los conservadores económicos se habían opuesto específicamente.

Sin embargo, los simpatizantes de los derechos sociales expandidos para todos y el multiculturalismo copió la nueva táctica política de la derecha y exitosamente legitimaron a lo largo de la última década avances significativos en aspectos socio-culturales. Los derechos de las mujeres, los primeros derechos gay y luego el matrimonio gay, los derechos de los pueblos indígenas, todos fueron ampliamente aceptados.

Así que ¿dónde estamos? Los conservadores económicos ganaron primero y luego perdieron fortaleza. Los conservadores socio-culturales que les siguieron ganaron primero y luego perdieron fuerza. Y no obstante la Izquierda Global parece desconcertada. Esto ocurre porque todavía no está dispuesta a aceptar que la lucha entre Izquierda Global y Derecha Global es una lucha de clase y que eso debería hacerse explícito.

En la crisis estructural en curso en todo el sistema-mundo moderno, que comenzó en los 70 y que probablemente durará otros 20-40 años, el punto no es reformar el capitalismo, sino el sistema que sea su sucesor. Si la Izquierda Global va a ganar esa batalla, de manera sólida debe aliar las fuerzas contra la austeridad con las fuerzas multiculturales. Sólo reconociendo que ambos grupos representan el mismo fondo de 80 por ciento de la población mundial será probable que puedan ganar. Necesitan luchar contra el uno por ciento de hasta arriba y buscar atraer al otro 19 por ciento de su lado. Esto es exactamente lo que uno quiere decir cuando habla de lucha de clases.
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