"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 8 de mayo de 2016

Eliades Acosta Matos: “Haroldo Dilla o de cómo el Quibú se refocila”. Polémica

Se acusa a Harold Dilla de tomar 80 000 pesos que no devolvió del archivo de la nación en Rep Dominicana, algo que él admite no hizo lo que le pidieron. 


Eliades Acosta Matos (Réplica a un artículo) Polémica 07 may 2016, 7:39 PM



Eliades Acosta Matos, investigador del AGN.

SANTO DOMINGO (Rep. Dominicana).-Eliades Acosta Matos, investigador del Archivo General de la Nación (AGN), retoma la palabra para volver a responder un artículo de Haroldo Dilla. De origen cubano, los dos, se queman en la hoguera de una polémica pública que el segundo inició con un aguerrido texto en el que cuestiona con acidez al dirigente de izquierda Miguel Mejía y su rol en el Estado dominicano.

Acosta Matos envía su artículo con un pequeño párrafo en el que se disculpa por verse en la necesidad de utilizar este portal, consciente de la desnudez de los verbos que envuelve esta batalla de palabras:

“Contrariamente a mi voluntad, deseos y mi naturaleza, me veo obligado a solicitarle, una vez más y espero que sea la última, la publicación de mi respuesta al artículo recién publicado por Haroldo Dilla. Como le dije antes, mientras este sr. persista en ofender, mentir y calumniar, recibirá la respuesta adecuada. Con saludos cordiales y gratitud.”

He aquí el artículo titulado Haroldo Dilla o de cómo el Quibú se refocila:

Al oeste de La Habana un maltrecho y agonizante río Quibú va a morir entre las aguas del Mar Caribe arrastrando su fardo de hediondez y detritus. Pocos peces se aventuran a nadar en él y los transeúntes que cruzan sus puentes prefieren apretar el paso y cubrir sus narices con un pañuelo. Víctima de la gran ciudad y la inconsciencia ecológica, el Quibú se ha convertido para los habaneros en un adjetivo que designa lo deletéreo y repugnante, algo así como Lo-Que-Ofende-Contamina-Y- Avergüenza.

Pero, cuidado: el Quibú, aunque víctima, no se arrepiente de sus pústulas flagrantes, ni de su endemoniado hedor, más bien se refocila en la inmundicia que regularmente agita sus ondas, flameando los banderines del horror. Dicen que algo semejante ocurría en la Edad Media con las cuerdas de leprosos flagelantes y víctimas del Mal de San Benito que recorrían la Europa de la Peste Negra, a mitad entre la porquería y el espectáculo.

No sé por qué pienso en el Quibú cuando leo otra vez a Haroldo Dilla (“Miguel Mejía en sus letrinas”) tiempo perdido que no me perdonaré. Quizás sea a causa de su prosa desangelada, o su crepuscular y exangüe catadura moral. A lo mejor, por su propensión al comadreo, el chisme y la calumnia, típicas de los conversos sedientos de méritos ante el nuevo amo. ¿O será por el milagro de ver un esperpento galvanizado por el odio y el resentimiento, más allá de lo enclenque y, deduzco agonizante, de un cuerpo que ya casi no lo sostiene?

Leo sin prevenciones a cubanos de ideologías diversas, incluso, a compañeros con los que comparto ideas generales, pero no particulares. Con algunos he polemizado, siempre respetando las reglas del honor. No sé qué pasa con Dilla, y alguien debe comentarle que la mediocridad no es crimen, pero la indecencia sí. No todo vale, ni siquiera cuando se cumplen las misiones del patrón que pague, ni se escriba siguiendo la pauta de los “académicos amigos” que mandan los talking points.

Es evidente que Dilla, en su primer artículo, cegado por el odio y la envidia, se apartó de la tarea asignada, que no era siquiera denigrar de Miguel Mejía y de mí (jajajaja, desde “la izquierda”) sino atacar e intentar enlodar la promoción de la integración regional que viene caracterizando la gestión del presidente Danilo Medina. Y el hecho de que los equipos asignados a la tarea de preservar los sacrosantos intereses imperiales ante los avances de la soberanía, la independencia y la unidad de América Latina y el Caribe, hayan entregado la tarea a este alabardero ruin, solo puede tener dos explicaciones: 1) están desesperados y en el ocaso de su hegemonía ya echan mano a lo que quede, aunque sea la hez o 2) no queda nada, sino la imagen holográfica de un imperio que ya no gana guerras, ni construye paz, ni promueve bienestar, ni muestra la brillantez de una política ya ida, haciendo que suspiremos por rivales de la estatura de George Kennan, Henry Kissinger, o Zbigniew Brzezinski.

Si: a los “académicos amigos” que tienen potestad de dar cuerda a peluches zombies como Haroldo Dilla, les duelen los avances de la integración regional; les irrita que el gobierno de República Dominicana se haya sumado a ella, entusiasta y libremente, y haya expresado su soberana decisión mediante la creación, por el decreto presidencial 454-12, del 16 de agosto de 2012, de un Ministerio para Políticas de Integración Regional, reconocido por los mandatarios centroamericanos reunidos en la cumbre del Sistema de Integración Centroamericano (SICA) y propuesto a ser creado también en esos países. Les duelen las ocho ediciones del curso que promueve sobre raíces históricas y procesos actuales de la integración en América Latina, en una sola de las cuales, recién concluida, se graduaron más de cien periodistas. Les molestan los libros publicados, y los que están ya en imprenta. Les molesta que los dominicanos aprendan y tomen conciencia.

Impúdico hasta las cejas, Haroldo Dilla contrapone a la Cancillería y la Digecoom al Ministerio de Integración. Habla de oídas, se mueve por el tintineo de la campana, y termina siempre en el más espantoso ridículo: ambas instituciones, y otras más, tienen representantes permanentes en la Comisión Técnica del Ministerio de Integración, por lo tanto, participan de sus decisiones y coauspician sus acciones. Otro fiasco.

Dilla afirma que no responderá a las respuestas recibidas tras publicar su primer artículo, pero lo hace, descendiendo aún más los escalones de la infamia. No discutimos aquí de mi familia, ni de sus labores, que dicho sea de paso, lo reto también a demostrar la menor irregularidad en ellas, si, como dije antes, le queda alguna brizna de moral. Pero ya sé que no lo hará, como no lo hizo cuando lo reté, y lo reto, a que aporte la menor prueba (al menos una chiquitica, mi china) de que he sido, en algún momento de mi vida “un represor de los intelectuales críticos de Cuba”. En el mejor estilo del ya defenestrado Cunha en Brasil y miembro prominente de esa misma caterva hipócrita y maledicente, el inefable Dilla, acusa a los demás de sus propios pecados. 

En rigor, ya que Dilla quiere hablar de corrupciones supuestas, le vuelvo a lanzar el guante, alto y claro, y se lo lanzaré hasta que responda ante el pueblo dominicano y sus instituciones, sobre corrupciones reales: la de la estafa de los RD$80,000 al Archivo General de la Nación, en clásico tumbe de fullero, por una exposición que se comprometió a montar, y ni montó, ni devolvió el dinero.

Le preocupa a los “académicos amigos”, que no ordenan a Haroldo Dilla, sino que le sugieren suavemente, en quedo coloquio de amor al oído, los cubanos que trabajan honestamente en República Dominicana, reconocidos y apoyados por sus colegas y el pueblo dominicano. Y eso que ya el país de origen de los “académicos amigos” es también “amigo” de la tierra natal que compartimos, aunque desigualmente honremos, Dilla y yo. Olvidemos que él lo fue, hasta que por un decreto sumamente interesante, que ya tendremos a mano, como otros datos de singular interés que lo retratan, se nacionalizó, reconvirtiéndose, por obra y gracia de algún soplo patrio, al parecer recibido directamente, por designio divino, de manos de trinitarios y restauradores. Baste ver la forma oportunista y vacía con que este fantoche se quiere presentar como más dominicano que los nacidos y criados en este suelo, y a los que pretende dar cátedras de historia, democracia y constitucionalismo… desde Chile

Los amanuenses y plumíferos de alquiler, como este, son movidos a los campos de batalla donde se deciden, según los “académicos amigos”, las principales batallas que pueden afectar al imperio. Estuvo en República Dominicana; ahora ensucia la tierra chilena. ¿Alguien duda que veremos ese rostro de polichinela triste asomar por Río de Janeiro, Quito, Managua o Caracas, y claro, jajajajaja, “desde la izquierda”?

Como un Quirino de las academias, Haroldo Dilla no es, siquiera un pájaro de mal agüero. Los “amigos académicos” que le pasan bajo cuerda los talking points y la “logística” debían preocuparse, antes que de cursos, libros e integración latinoamericana y caribeña, de por qué, a diferencia de lo que se les ocurriese en los años 50 y 60, cuando enviaban a Polonia, Hungría y Checoslovaquia, giras de jazz “de buena voluntad” para socavar el socialismo, es Rusia quien acaba de dar una lección de moral, cultura y geopolítica inteligente, mandando una orquesta sinfónica a tocar en las mismas ruinas de Palmira donde ISIS colgaba arqueólogos y degollaba “infieles”.

Los drones de la moral y la verdad se acercan: ponte a buen recaudo Jihadist Harold. Y en aroma de Quibú.

Comentarios post articulo.



Aunque me había propuesto no involucrarme más en esta discusión, hay una argumento en mis detractores que ataca directamente mi condición ética y me acusa de ladrón. En honor a mis lectores y amigos, aclaro el asunto brevemente.
Según noto, Eliades Acosta sigue molestando con los 80 mil pesos que supuestamente robé al Archivo General de la Nación en 2009. No me había referido al asunto porque esperaba que el propio archivo -a cuyo director considero una persona proba- lo aclarara. Pero no la ha hecho, seguramente porque no leyó el artículo de Acosta, lo que indica buen gusto.
En 2009 el Grupo Ciudades y Fronteras (CyF) -ya entonces en proceso de disolución por mi salida por año y medio como profesor de la Universidad de Puerto Rico- convino oralmente con el AGN el montaje de una exposición sobre la frontera, primero en la Feria del Libro con el apoyo del senado, que el AGN negociaría- y luego en dos provincias con apoyos que CyF negociaría. Al efecto se contactaron a varias agencias internacionales, algunas de las cuales mostraron interés, pero solo estaban dispuestas a financiar cuando vieran el resultado en la feria. 
Para garantizar el trabajo de búsqueda informativa, montaje, etc, una asistente de CyF, Clarissa Carmona, trabajaría con Graciela Azcárate, y para ello el AGN dispuso una suma de 80 mil pesos para tres meses de trabajo. Yo entraría en la fase última para discutir los asuntos finales lo que hice varias veces con Raymundo González. Y así, exactamente, se hizo.
Aunque todo el tiempo hubo presiones diferentes en contra del proyecto, todo marchaba hacia su concreción para la feria del libro. Cuando el trabajo de elaboración ya estaba terminado en un 90%, el AGN, unilateralmente y sin explicaciones, suspendió el trabajo. En carta al director del AGN lamenté este resultado -cuyas razones no estoy ya interesado en conocer- rechacé otras propuestas de acciones que me había hecho y que inicialmente me habían parecido interesantes y le notifiqué que el trabajo realizado quedaba como propiedad de ellos. Nadie me reclamó el dinero y si lo hubieran hecho, me hubiera negado a hacerlo por lo antes explicado.
Como puede observarse, la aseveración de Eliades Acosta carece de sentido y por ello es una difamación. Entendió mi silencio discreto por respeto al director del archivo como una aceptación tácita. Aclaro que me siento orgulloso que en una discusión de esta naturaleza mis detractores hayan tenido que recurrir a una fabulación para argumentar algo concreto en mi contra.


Esta probado que no queda ni un rescoldo de moral en este fullero. Tras reconocer que se quedo con un dinero adelantado para entregar un trabajo que no entregó, intenta que un representante de la institución estafada salga en su defensa. Y de paso a quien lo acusa de lo que no puede negar, llama difamador. Hoy está en Chile, en las mismas labores divisionistas y de contrainsurgencia ideológica que cumplió en República Dominicana. Cuidado, instituciones chilenas, con sus arcas, el Tumbador Dilla acecha...

Eliades también responde: “Haroldo Dilla y el duro otoño de las comadrejas”




SANTO DOMINGO (Rep. Dominicana).-Haroldo Dilla lleva en sus manos, en su frente, en los pies y el costado los estigmas, y no precisamente de Cristo. En rigor, si se le mira bien aún se le nota, algo oculta por la barba, la marca del lazo con que Judas intentó huir de su conciencia, consumada la delación y recibido las 30 monedas.

“… no solo tenía cara de polichinela triste, sino que lo era”

Fatal atracción, en La Era. Archivo General de la Nación y Fundación García Arévalo. Santo Domingo, 2016, p.147.

Llegó un día a República Dominicana gracias a las gestiones del entonces presidente Leonel Fernández, quien es hoy el centro, por encargo y a destajo, de sus constantes campañas de ataques, (ja ja ja) “… desde la izquierda”. Tras una descocada carrera como funcionario del Partido Comunista de Cuba, donde sus ex compañeros lo recuerdan pomposo y déspota, “… como un pavorreal malévolo” (sic), encarnó lo peor de la burocracia criolla hasta que, como es habitual en él, equivocó el momento y se apresuró en asumir el papel de viuda de Robespierre, cuando soplaban los vientos de la perestroika y el meteórico ascenso de Gorbachov hizo creer a algunos mal avisados, que había llegado en Cuba la tan anhelada noche de los cuchillos largos. Para su desgracia, el ciclón que creyó invocar terminó convertido en un viento platanero: le fue mal, y fue defenestrado, para horror de su afán sempiterno de figurar. Cerrado el capítulo del Centro de Estudios de América, Dilla se sumió en una desoladora depresión, hasta que tocó a su puerta un enviado providencial llegado de la isla vecina.

Ya en República Dominicana, Haroldo Dilla se recicló, sacudiéndose las últimas plumas de pavorreal burocrático, pero manteniendo y acrecentando su malevolencia congénita. ¿Cómo sino explicar que cobrase por adelantado al Archivo General de la Nación, RD$80,000, por preparar una exposición sobre Haití y la frontera, que nunca llegó a entregar? Quien me comentó lo sucedido, persona que tuvo relación directa con el caso, lo recuerda como “un canalla”.

Pero este dechado de probidad, que vive dando lecciones de pulcritud al prójimo y sermonea inmisericordemente a los revolucionarios del planeta sobre cómo ha de ser la revolución popular; que pontifica sin parar sobre el socialismo del que hace mucho renegó, olvidando sus tiempos de autor de manuales doctrinarios sobre el Materialismo Histórico (lo que por cierto, no figura en la bibliografía autorizada que él mismo publica, con jabonosa mano); que alababa la participación popular en Cuba en su libro de 1993, y batía palmas por la democracia cubana ante la agresividad del gobierno norteamericano, en su libro de 1996, no pudo hallar mejor nicho en el mercado de la apostasía que transfigurase en un risible ángel vengador de la izquierda mundial, arremetiendo contra la Revolución, a la que antes jurase amor eterno, y coincidiendo (¡oh, qué extraordinaria casualidad!) con lo peor del pensamiento de la contra ilustrada Cuba, y sus dadivosos arropadores del Norte.

Nada nuevo bajo el sol. Desde tiempos de la Guerra Fría, los equipos norteamericanos encargados de lo que George Kennan calificó como “guerra política encubierta”, comprobaron que acarrear para ese propósito a resentidos, defenestrados, desertores y apóstatas era mucho más rentable y eficaz que hacerlo con pensadores y escribanos de la derecha hidrófoba. La Directiva de Inteligencia 13 NSC, del 19 de enero de 1950, del Consejo de Seguridad de Estados Unidos, no en vano llevaba un título más que elocuente: “Uso de los desertores soviéticos y de los países satélites fuera de nuestras fronteras”.

No olvidemos que desde el interior de estos círculos de “disidentes de izquierda” el sistema fabricó al movimiento neoconservador norteamericano, tropa de choque cuasi fascista, clan de poder político endogámico que acompañó en sus agresiones a Reagan y a los Bush, y al que la humanidad deberá “agradecer”, por carambola, la debacle de Afganistán, Libia, Siria e Iraq, y esa metástasis monstruosa que es ISIS.

Para apuntalar a este nuevo personaje, Dilla ha asumido con esmero, retornando a su sueño dorado de ser la viuda de Robespierre de la perestroika criolla, la fabricación de un irreprochable pedigree izquierdista, y se pasa la vida metiendo cabeza, e intentando hacerse notar como vocero de una tercera línea, una supuesta opción socialista-democrática en la política cubana. Para su desgracia, pocos lo toman en serio, y cuando alguien acepta polemizar con él, como hizo Carlos Alberto Montaner, es para burlarse de sus ínfulas catequizadoras y balbuceos.

Desde hace mucho Dilla ha sido plantado por sus mentores en el frente contra la Revolución cubana, pero también contra la bolivariana, y todas las fuerzas y movimientos políticos que intenten cambiar, en la práctica y no de boquilla, la injusticia social reinante, y acometer la tarea titánica, no de salón, de construir sociedades más humanas. Su misión incluye, por supuesto, a las fuerzas y figuras políticas dominicanas, especialmente a aquellas que se destaquen por su apoyo y solidaridad con Cuba y Venezuela.

En su artículo “Miguel Mejía y la lumpen-izquierda dominicana” (www.7dias.com.do) Haroldo Dilla vuelve a la carga, tan molesto como sus patrones, porque sea este el ministro para Políticas de Integración Regional del gobierno del presidente Danilo Medina, y que yo funja como el coordinador de su equipo. Lo que en realidad molesta a Dilla y a sus valedores en las sombras, es que el gobierno de República Dominicana haya expresado de esta manera su decidida vocación de independencia y soberanía, apoyando los procesos integracionistas en la región, algo que, desde la ultramontana mentalidad imperial, hoy trasvestida en soft and smart power, es algo inadmisible, especialmente después de la creación de la CELAC. Y para este propósito, Haroldo Dilla sirve como anillo al dedo: a su falta de escrúpulos intelectuales une el ser un alma en subasta permanente, siempre lista a difamar, como una alegre comadre de colmado, y siempre zigzagueante, como una comadreja del escarnio.

Precisamente en momentos en que el presidente Barack Obama viajó a Cuba, tras confesar la inoperancia de la política de hostilidad y agresiones puesta en práctica contra la isla a través de cinco décadas, es que Dilla lanza su dardo bilioso, lo cual no es totalmente inútil: sirve de saludable recordatorio de que ciertas fuerzas retrógradas en el establishment norteamericano, emboscadas en puestos intermedios y, especialmente, entre las instituciones que llevan sobre sus espaldas el ridículo espantoso que han sufrido por la victoria cubana, no se resignan a la normalización de las relaciones, ni a que se respete la soberanía e independencia de la isla. Precisamente, son tales fuerzas y tales personajes los que interaccionan “académicamente”, eso sí, con derelictos como Haroldo Dilla.

Me honra el odio senil que este catedrático-bonzai destila cuando se refiere a mi persona. Me honra que “denuncie” que trabajo para el Archivo General de la Nación, y que reduzca mis seis años de estancia en este país, y mis cinco libros publicados, a la reciente presentación de “La Era”, a la que califica, con envidia irrefrenable, de “… algunos relatos históricos sobre la lucha contra la dictadura de Trujillo”. Me honra que tenga que mentir, sin aportar prueba alguna, cuando me califica de “… represor contra los intelectuales críticos en Cuba”, y por supuesto, lo reto a que lo demuestre, si aún dispone de algunas briznas de moral.

Desde el fin de la dictadura trujillista, ante el auge de las luchas y fuerzas revolucionarias en República Dominicana, y especialmente, tras la heroica resistencia del pueblo y los militares constitucionalistas en abril de 1965, los mismos equipos norteamericanos de la “guerra política encubierta” desplegaron en el país, con toda furia y sistematicidad, hasta el presente, una tupida red de contrainsurgencia ideológica y cultural, cuyo objetivo era y es, atomizar, desmovilizar, confundir, desprestigiar, suplantar, desmoralizar y neutralizar a oponentes reales o supuestos, y al pueblo dominicano, en general. Ni siquiera en esto Haroldo Dilla es original, el pobre.

¿Cuánto le cuesta a los contribuyentes norteamericanos que las redes de influencia y de guerra cultural de su gobierno en el mundo fabriquen “autoridades” y mantengan a felones como este? Y lo peor de todo: sabiendo a conciencia, por experiencia histórica, que están condenados al fracaso.

Desde la distancia, donde se difumina junto a su vertical maldad, se nos aleja Haroldo Dilla. Como otros profesionales del odio y el resentimiento, van quedando fuera de una historia que en Cuba va por derroteros y escenarios muy distintos a los que ellos soñaron aprovechar, y para los que fueron usados. No hay honor en estos personajillos desechables. Su sino es disparar hiel en todas direcciones, a ver si ligan la prebenda de turno. En el fondo, son inofensivos, aunque, eso sí, ofenden el olfato.

Que se apuren los conservacionistas: es duro e irreversible el otoño de las comadrejas.

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