"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 18 de marzo de 2015

Incluirá nuevas escalas en la Isla compañía de crucero canadiense

La compañía canadiense Cuba Cruise, dedicada a organizar viajes en crucero hacia la Mayor de las Antillas, anunció en Otawa un nuevo itinerario para la temporada 2015-2016, que incluye dos días de estancia en La Habana.

Desde el 18 de diciembre venidero hasta el 21 de marzo de 2016, los recorridos de la firma por la nación antillana incorporarán también una escala en la playa María la Gorda, ubicada en la occidental provincia de Pinar del Río.

Según anunció la firma en un comunicado, además de paradas en la capital del país y María la Gorda, los viajes semanales del próximo invierno incluyen estancias en la central provincia de Cienfuegos, el puerto jamaiquino de Montego Bay y la oriental ciudad de Santiago de Cuba.

Como atractivos del itinerario, la empresa de cruceros destacó la opción de explorar sitios patrimoniales como Cienfuegos y Trinidad, bucear frente a la península de Guanahacabibes, una de las zonas protegidas de Cuba, y disfrutar de la música tradicional de la Isla.

Dugald Wells, presidente de Cuba Cruise, indicó que desde el lanzamiento de la compañía al mercado, en 2013, han vivido una experiencia increíble para sus huéspedes, tripulación, personal y socios.

Esperamos otra temporada estimulante y exitosa, visitar nuevos destinos y volver a sitios preferidos como La Habana y Santiago de Cuba, manifestó.

Mientras tanto, durante la edición XXXI de la feria Cruise Shipping, con sede en la ciudad estadounidense de Miami, los presidentes de las principales empresas de cruceros del mundo destacaron las oportunidades asombrosas que ofrece Cuba como destino turístico. (Fuente: Prensa Latina)

¿Cómo puede Latinoamérica lograr un desarrollo sostenible en medio de la urbanización?

En la actualidad, América Latina es la región más urbanizada del planeta y, según datos de la Unesco, más del 80% de la población vive en ciudades y pueblos, lugares donde se generan más actividades que contribuyen al calentamiento global. Además, en los últimos 40 años, el crecimiento demográfico se ha triplicado y se espera que en el 2030 haya 609 millones de habitantes en la región. Brasil, México y Venezuela son los países de la región que más dióxido de carbono (CO2) producen y donde hay más localidades urbanizadas.

Por ello, es innegable que existe una relación directa de las urbes con el nivel de CO2 que se emite. ¿Qué esfuerzos se están logrando para un desarrollo sostenible que permita aminorar los niveles de dióxido de carbono y hacer frente al calentamiento global? Gilberto Arias, consultor en temas decambio climático, sostiene en ConexiónCOP que se necesita educación y orientación sobre desarrollo sostenible para conocer las oportunidades de negocio.

Existen esquemas de eficiencia energética que son fuentes de nuevos empleos y nuevas destrezas, pero en América Latina aún no se analiza de esa manera. Se necesitan señales a largo plazo que demuestren los caminos de oportunidad en desarrollo hacia el futuro en bienes raíces e infraestructura, no solamente en el sector privado, sino también en el sector público, comenta.

Video: Ciclo del Carbono 



Al igual que Arias, Jorge Álvarez Lam, oficial del Programa de Energía y Medio Ambiente de las Naciones Unidas en Perú, explica que muchas ciudades de América Latina han iniciado un proceso para el desarrollo de estrategias, orientando sus acciones, sobre todo, en las opciones de mitigación en la que los gobiernos locales tienen injerencia. Sin embargo, lo avanzado aún es muy poco respecto al potencial que se tiene en la región.

Podríamos decir que es una corriente que recién está despegando, ciudades como Santiago y Bogotá ya tienen estas estrategias de implementación y ciudades como Lima ya están estableciendo estrategias, resalta.

Cambio Climático, co2 y ciudades

En el 2000 América Latina aportó el 5,5% del total de CO2 en el mundo. A pesar de que la cifra representa solo una mínima parte del total de estas emisiones en el planeta, en Latinoamérica son principalmente cuatro países los responsables: México (471.459 toneladas), Brasil (368.317 toneladas), Argentina (183 mil toneladas) y Venezuela (165.550 toneladas).

Tabaré Arroyo Currás, asesor de la iniciativa Global de Energía y Cambio Climático de World Wildife Fund (WWF), indica que en la región el 35% de emisiones de CO2 están ligadas al transporte y el 23% se relacionan con la generación eléctrica y de calor, que permiten directamente la generación delcalentamiento global. Para él, es importante generar un desarrollo sostenible a través de estrategias que opten por la oferta de energía renovable y fomenten el ahorro de energías en viviendas.

Según la Organización Mundial de la Salud, en el 2012 alrededor de 7 millones de personas murieron a causa de enfermedades vinculadas a la contaminación del aire; por otro lado, el CO2 contribuye principalmente al aceleramiento del calentamiento global, sostiene.

En esta infografía encontrará el ránking de los países que emiten mayor cantidad de CO2

Gilberto Arias indica que, en términos de salud ciudadana, como se ha registrado en las grandes urbes en todo el mundo, el smog es particularmente nocivo y su efecto es mayor en trastornos respirativos; por ello, destaca la necesidad de un cambio en los sistemas de transporte.

Hay múltiples ganancias al tener sistemas de transporte público bien desarrollados. En ciertas ciudades, la dependencia que tenemos sobre combustibles puede causar enormes fluctuaciones en el costo de vida de los ciudadanos, pues nuestro consumo de transporte es relativamente inelástico. Si nuestra dependencia en combustibles fósiles va en aumento, estamos cada día más expuestos. Sin embargo, podemos ir migrando a combustibles renovables. No solo tenemos beneficios directos sobre la salud y el ambiente local, también logramos más control sobre la incidencia de transporte en nuestros ingresos netos, explica.

Buenos ejemplos de desarrollo Sostenible en América Latina

Para hacerle frente al cambio climático y reducir las emisiones del CO2 es necesario crear una política de desarrollo sostenible que se base en los recursos naturales y, a la par, sea respaldada por una correcta plantificación urbana.

En la actualidad se necesitan ciudades resilientes al cambio climático y es en ese contexto que se llevan a cabo planes de adaptación y/o mitigación. Según señala el documento sobre Estrategias de Desarrollo bajo en Carbono en Megaciudades de América Latina, en Bogotá se ha desarrollado el Programa de Pico y de Placa, un programa que implica que vehículos privados y de transportepúblico tienen prohibido transitar en la ciudad 2 días a las semana. Además, en México se ha creado el Programa de Acción Climática de la Ciudad de México, un diseño de distintas líneas de acción que contribuyen a la reducción de Gases de Efecto Invernadero (GEI) emitidos por distintos sectores.

Según explica Gilberto Arias la meta es el uso de energías renovables sin emisiones que marquen pasos sobre soluciones más limpias.

La meta de 2°C de calentamiento máximo implicará una reducción a cero emisiones de CO2 alrededor de la mitad de este siglo, y todas las ciudades del mundo tendrán que considerar esto en su política de desarrollo, sostiene.


Ecoportal.net

¿Es Ana Belén Montes espía?

CONTE NIEVES*La Mala Palabra – Ana Belén Montes es una extraordinaria revolucionaria. Ha dado muestras de la enorme estatura personal y política que tiene. Su actuar consecuente la sitúa en un lugar especial de la historia. Cuando habla de “un país mundial”, está trascendiendo las sociedades en las que se desarrolló.

Llegará el día que, en las calles de Washington, New York, Filadelfia, New Jersey, San Francisco y otras ciudades, su nombre se identificará con el de la mujer que se anticipó a mostrar que no es posible que un imperio dirija la humanidad.

Lejos de la tierra que nos vio nacer y con el océano Atlántico de por medio, un día conocimos, casi de casualidad por Internet, que una persona había reconocido ser solidaria con la Isla y por ello estaba sancionada. Surgió entonces la duda en cuanto a saber si se trataba de una noticia cierta o era una más de las mentiras del gobierno de los Estados Unidos.

Al leer con detenimiento las informaciones, decidimos basarnos en lo publicado, y a partir de ello, exponer estas ideas, porque todo lo que sea defender la Isla, es para mí un compromiso; ya que un día abandonamos el terruño, en medio del contagio social que generaron los eventos de la embajada del Perú en 1980. Hoy nuestro pensamiento nada tiene que ver con quienes fuimos en los 80. Al final, “tiré cabos” y atraque en Europa.

Entremos en materia.

El cargo de Espionaje es una categoría jurídica que aparece en los códigos penales, en los acápites relacionados con la seguridad de las naciones.

El concepto de espionaje hacia dentro de los Estados Unidos ha sido a través de los años manipulado por el gobierno de ese país y los medios de difusión masiva, con el propósito de amedrentar cualquier intento de solidaridad o cooperación con las causas justas de la humanidad. Es así que la espiomanía logró un espacio en las mentes del ciudadano norteamericano.

Sin embargo, aunque la espiomanía se tornó, en el cerebro de los norteamericanos, en reflejo de temor, allí, dentro del Imperio, hay quienes no temen y son sensibles a los fenómenos sociales que suceden en ese país o en otras partes del mundo. Ese parece ser el caso de Ana Belén Montes.

Volvamos al principio. ¿Cómo es calificado el Espionaje en los Estados Unidos?

En su condición de agente especial del Buró Federal de Investigaciones, Stephen Mc Coy dice en sus “Conclusiones de la Declaración Jurada en apoyo de la acusación criminal, orden de arresto y órdenes de registro de Ana Belén Montes”:

“Ana Belén Montes, conspiró, se confederó o acordó con personas conocidas y desconocidas para violar la 18 U.S.C 794 (a), es decir, comunicar, distribuir y transmitir al gobierno de Cuba…información relacionada con la defensa nacional de Estados Unidos, con la intención y razón…para dañar a Estados Unidos en beneficio de Cuba.” (El subrayado es del autor).

Detengámonos en la frase “…para dañar a Estados Unidos…”. ¿Recoge la historia a través de los “siglos de los siglos, amén”, algún daño ocasionado por Cuba al territorio de los Estados Unidos o a algún ciudadano norteamericano? ¿Han podido los presidentes de ese país, la Comunidad de Inteligencia y el Departamento de Estado, acusar a la Isla, de determinada acción ofensiva contra ellos? Esas son las falacias que instrumenta el gobierno gringo y son las mentiras a las que tienen acostumbrados a su pueblo.

Howard Zinn, en su artículo publicado en The Progressive (2006) “Las anteojeras del pueblo estadounidense”, dice: “Polk mintió sobres las razones para ir a la guerra con México en 1846…Mc Kinley mintió en 1898 para invadir a Cuba…Thomas Woodrow Wilson mintió…para entrar en la I Guerra Mundial…Harry Truman mintió cuando dijo que la bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima porque esta ciudad era un “objetivo militar”…Todos mintieron sobre Viet Nam: Kennedy, Johnson, Nixon… querían mantener ese país como avanzadilla estadounidense en el confín del continente asiático…Reagan mintió sobre la invasión de Granada… Bush padre mintió sobre la invasión a Panamá…y luego volvió a mentir sobre la razón para atacar Iraq en 1991”. Posteriormente mintieron con el derrumbe de Las Gemelas (World Trade Center) y manipularon las informaciones para atacar a Afganistán, intervenir nuevamente en Iraq y subvertir al gobierno de Muammar al – Gadafi en Libia. Ahora están de turno Siria y Venezuela. ¿Quiénes hacen daño?

¿Dónde se sustenta el carácter ofensivo de las acciones de Ana Belén Montes y las supuestas acciones de la Isla contra Estados Unidos?

¿Cómo queda, ante los argumentos de Howard Zinn y otros, el Gran Imperio mitomaníaco?

El pueblo norteamericano está “inyectado” de espiomanía y todo lo traduce a través de ese lente.

¿Es Ana Belén Montes espía?

Los hombres y mujeres animados por sentimientos de justicia y solidaridad, podrán utilizar las formas de obtener información para lograr salvar incluso a la humanidad; pero observen que no son los que matan y asesinan, ni destruyen.

El pueblo norteamericano un día tomará consciencia de eso.

El sentido de lo que se hace, del porqué se lucha es importante. Dice Ana Belén Montes en sus declaraciones, “no haber compartido la política de Estados Unidos contra Cuba”, lo que se traduce en no haber compartido la política de hacer daño a Cuba. También dijo no haber recibido compensación alguna para tener esas ideas. Esto último es difícil que los gobernantes de Estados Unidos lo puedan entender. Para solidarizarse con la Isla, no hay que salir repartiendo dinero. La Isla irradia una obra que hace surgir, en el propio seno de los grupos gobernantes y en los funcionarios gubernamentales y en los ciudadanos, simpatías que son inconmensurables.

Ana Belén Montes se puso del lado de la defensa de la justicia, de la pobreza.

Hay una diferencia entre un mercenario que ataca a Siria percibiendo un salario para matar y aquellos hombres de las Brigadas Internacionales que acudieron a España para luchar al lado de los republicanos.

Observemos algo interesante: Scott W. Carmichael, oficial de Contrainteligencia de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en Inglés) de los Estados Unidos, fue una persona que tuvo que ver con este asunto de Ana Belén Montes y escribió un libro titulado “Dentro de la investigación y captura de Ana Belén Montes, maestra espía de Cuba”.

Apunta este señor que entrevistó a Ana Belén Montes el 7 de noviembre de 1996 por haber encontrado en su expediente de seguridad una referencia cuando la misma trabajó en el Departamento de Justicia. Señala que ella había expresado en aquel momento su desacuerdo con la política del gobierno de Estados Unidos hacia Cuba. La misma idea que manifestó después de ser detenida. Para este Carmichael, Cuba quiere hacerle daño a los Estados Unidos y en contraste con su valoración, oficiales de alto rango del Departamento de Defensa han planteado que la Isla no es peligro alguno para la seguridad de los Estados Unidos.

Carmichael embebido en su fanatismo compara a Ana Belén Montes con un grupo de personas que poco tienen que ver con ella. Refiere: “Ana Belén Montes…fue una superespía como Aldrich Ames para la CIA; Robert Hannsen para el FBI; John Walter…para la Marina; Clyde Conrad para el Ejército y Jonathan Pollard para la Inteligencia Naval”.

Según conocemos, y distamos de tener un dominio pleno de este tema al no ser especialista en el mismo, los mencionados, al menos Ames, Hannsen y Walter, recibieron enormes sumas de dinero por sus informaciones, incluso diamantes. ¿Ideas políticas? ¿Estaban en contra de las posiciones de Estados Unidos o los animaba el lucro y la obtención de ganancias?

Pero lo más interesante de todo es que el propio Carmichel nos da la razón de ubicar a Ana Belén Montes como una revolucionaria que defendía una idea y un poquito más, una causa. Carmichael hace alusión a Ana Belén Montes y dice que actuó por “convicción” (la palabra es de él). Uno de sus captores la reconoce como revolucionaria, aunque tenga prohibido utilizar esta palabra.

Ana Belén Montes es una extraordinaria revolucionaria. Ha dado muestras de la enorme estatura personal y política que tiene. Su actuar consecuente la sitúa en un lugar especial de la historia. Cuando habla de “un país mundial”, está trascendiendo las sociedades en las que se desarrolló.

Llegará el día que, en las calles de Washington, New York, Filadelfia, New Jersey, San Francisco y otras ciudades, su nombre se identificará con el de la mujer que se anticipó a mostrar que no es posible que un imperio dirija la humanidad.

Hoy Ana Belén Montes será para casi todos los norteamericanos una espía, sin embargo, ella con su acción ha ayudado al pueblo norteamericano a saber la verdad de su gobierno. En algún momento ese pueblo se dará cuenta y la reconocerá.

A ella hay que situarla al lado de los esposos Julius y Ethel Rosenberg, quienes en su tiempo trataron que los Estados Unidos no llegaran a tener el dominio absoluto del arma nuclear y perdieron sus vidas por esa causa.

Hoy, cuando las noticias de las conversaciones entre Cuba y los Estados Unidos copan titulares de los diarios, recuerdo que Ana Belén Montes, en sus declaraciones, expresó sus ideas sobre este tema. Todo indica que era una inspiración para ella que ambos países se sentaran a dialogar y por ello manifestó que su mayor deseo era ver emerger las relaciones amistosas entre Cuba y los Estados Unidos.

Al respecto, agregó: “Espero que mi caso, de alguna manera alentará a nuestro gobierno a abandonar su hostilidad hacia Cuba y trabajar con La Habana en un espíritu de tolerancia, respeto mutuo y comprensión”.

Como puede apreciarse la acción de Ana Belén Montes coincide con el “espíritu” del presidente Obama en que se produzcan conversaciones entre ambos países. ¿Qué piensa el señor Obama de esta revolucionaria que trabajó por cambiar la cultura ofensiva del Imperio?

Ana Belén Montes se merece nuestro respeto y admiración y que luchemos por dar a conocer su historia.

Es obligado terminar diciendo que ella es una revolucionaria, aún cuando la idea de modificar los enfoques jurídicos pueda resultar una utopía. La situación de Ana Belén Montes es más una situación política que jurídica. El gobierno norteamericano ha puesto en libertad a personas que están muy lejos de tener las justificaciones en el orden de las ideas que tiene Ana Belén Montes.

*Conte Nieves

Nota del editor. Conte Nieves es el pseudo de un emigrado cubano, residente en Europa y colaborador de La Mala Palabra, que siente profundamente todo cuanto atañe a Cuba. Sus colaboraciones nos llegan en memorias flash para evitar cualquier “cacería de brujas” del Imperio.

A la venta el libro "Cuba en el imaginario de los Estados Unidos" de Lou Pérez

Ya se encuentra a la venta en las librerías la edición cubana del libro de Louis A. Pérez Jr. "Cuba en el imaginario de los Estados Unidos" (Editorial Ciencias Sociales 2014). 


A continuación las palabras de presentación del libro por Ricardo Alarcón de Quesada, realizada el 27 de enero de 2015 en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC.

Palabras en la presentación de la edición cubana del libro de Louis A. Pérez Jr. el 27 de enero de 2015 en la UNEAC 

Por: Ricardo Alarcón de Quesada

La edición cubana de éste, uno de los más recientes libros de Louis A. Pérez Jr., se suma a la fértil cosecha de quien es profundo estudioso de Cuba y de sus vínculos con Estados Unidos. Su publicación tiene especial importancia ahora cuando el restablecimiento de las relaciones diplomáticas provoca tantos comentarios, especulaciones y también no pocas ilusiones. A ese tema, el de nuestra posición hacia el poderoso vecino, dedicó Martí reflexiones que siempre tendrán plena vigencia, entre ellas su recomendación de examinar con ojos judiciales lo que era y habría de ser cuestión determinante para la suerte de la nación cubana. 

El Apóstol era todavía un adolescente cuando el Padre de la Patria descubrió que “apoderarse de Cuba” era “el secreto de la política norteamericana” y que para llevarlo a cabo buscarían el momento más oportuno y las condiciones más propicias. A ese cálculo frío y actitud malévola se referiría Martí quien conoció como pocos aquella sociedad y alertó a tiempo el peligro mortal que encerraba para Cuba.

El libro de Louis A. Pérez, fruto también de un conocimiento a fondo de la sociedad norteamericana, es resultado de una investigación minuciosa que abarca todos los terrenos, desde la política hasta la vida cotidiana, incluyendo las más diversas manifestaciones de la cultura.

Su lectura puede sorprender a quienes han reducido el tema a las contradicciones coyunturales y desavenencias que enfrentaron a dos buenos vecinos a partir de la Revolución cubana de 1959, el llamado “diferendo”, eufemismo muy abusado a ambos lados del estrecho de la Florida.

“Cuba in the American imagination” prueba que se trata de algo mucho más complejo y antiguo, anterior al surgimiento de la nación cubana. Su origen se remonta a los años inmediatamente posteriores a la independencia de las Trece Colonias y ha perdurado, como una constante invariable, a lo largo de más de dos siglos, durante todo el proceso de formación, expansión y desarrollo de los Estados Unidos.

La idea de que Cuba les pertenecía, que su incorporación era necesaria para la existencia misma de la Unión Norteamericana y en consecuencia, era obligación inevitable de ésta decidir el futuro de la Isla, es el verdadero punto de partida para entender la dinámica de las relaciones entre los dos países desde entonces hasta hoy.

Esa idea, acompañada de una visión distorsionada de la realidad de Cuba y los cubanos, siempre paternalista y discriminatoria y muchas veces racista, estará presente en los discursos de estadistas y políticos, en editoriales, caricaturas, y artículos periodísticos, en disertaciones académicas, en libros, sermones, poemas y canciones y también, por supuesto, en documentos oficiales y confidenciales. La pretensión de dominar a Cuba, claramente manifestada en estos últimos, requería contar con el apoyo o la aquiescencia del pueblo norteamericano en el seno del cual siempre hubo simpatías y sentimientos amistosos hacia los habitantes de un país cercano a ellos por muchos motivos. Controlar y dirigir la mente de ese pueblo ha sido objetivo permanente para los dueños de Estados Unidos.

El resultado lo resume el autor:

“Cuba ocupaba mucho niveles dentro de la imaginación norteamericana, frecuentemente todos a la vez, de ellos casi todos funcionaban al servicio de los intereses de Estados Unidos. La relación norteamericana con Cuba era por sobre todas las cosas servir de instrumento. Cuba –y los cubanos- eran un medio para alcanzar un fin, estaban dedicados a ser un medio para satisfacer las necesidades norteamericanas y cumplir los intereses norteamericanos. Los norteamericanos llegaban a conocer a Cuba principalmente por medio de representaciones que eran por completo de su propia creación, lo cual sugiere que la Cuba que los norteamericanos escogieron para relacionarse era, de hecho, un producto de su propia imaginación y una proyección de sus necesidades. Los norteamericanos rara vez se relacionaban con la realidad cubana en sus propios términos o como una condición que poseía una lógica interna o con los cubanos como un pueblo con una historia interior o como una nación que poseía su propio destino. Siempre ha sido así entre Estados Unidos y Cuba [1] .”

La raíz de ese modo de representarse a Cuba –y también al resto del mundo- era la representación que los norteamericanos han hecho de sí mismos, producto igualmente de su propia imaginación. El primer gran mito es el de atribuir un carácter revolucionario a las acciones de los propietarios de las Trece Colonias para independizarse de la Corona Británica. Indagaciones posteriores revelan que el proceso tuvo como motivaciones principales el interés de los colonos en extender su dominio sobre territorios ubicados más allá de los límites geográficos establecidos por Londres y la preocupación ante el avance indetenible en la metrópolis de los sentimientos abolicionistas que amenazaban con poner fin, cual sucedió, al tráfico y la explotación del trabajo esclavo. Entre los que enfrentaron a su Majestad Británica había representantes del pensamiento más avanzado de la época, como Tom Payne y sectores populares que aspiraban a cambiar también la estructura de la sociedad colonial, pero fueron derrotados y reprimidos por los Padres Fundadores y sus continuadores. No exagera el profesor Gerald Horne cuando titula uno de sus estudios más recientes “La Contrarrevolución de 1776”.

El otro gran mito es el que vincula a la nueva república con la idea de la democracia. Este resulta particularmente notable pues desde el principio Hamilton, Madison y Jay se empeñaron en demostrar lo contrario e insistieron en asegurar que su Constitución garantizaría que el país fuera siempre gobernado por sus amos, los dueños de sus riquezas materiales.

Esos mitos conjugados animan la idea de la “excepcionalidad” norteamericana y el carácter mesiánico, providencial, de su papel en la Historia. Esa creencia ha sustentado el discurso de todos los gobernantes desde Washington hasta Obama. La eficacia de su proyección es obvia. Con él han logrado embriagar, hasta el embrutecimiento, a un muy amplio sector de su población y a no pocos en otros países.

La función del lenguaje, y la comunicación como instrumentos de control político, con diversas y cada vez más sofisticadas técnicas, alcanzan ya un poder del que resulta difícil escapar. Hace casi medio siglo Brzezinski vaticinó que las nuevas tecnologías serían capaces no sólo de “manipular las emociones” sino también de “controlar la razón” del hombre contemporáneo.

Cuando en fecha tan temprana como 1805 Thomas Jefferson diseñó un destino para Cuba, que en su convicción más profunda era indispensable para el futuro de su propio país, definió al mismo tiempo la estrategia para conseguirlo. Estados Unidos tendría que apoderarse de Cuba pero antes deberían existir las condiciones que lo facilitasen.

Entonces la soberanía norteamericana no iba más allá del Mississippi. Las dos Floridas, desde el gran río hasta el Atlántico, seguían bajo la autoridad española. Cuba y Estados Unidos no eran aun vecinos.

Transcurrió casi una centuria durante la cual los sucesores de Jefferson no se limitaron a esperar. Intentaron comprar la Isla, mantuvieron a raya las apetencias respecto a ella de otras potencias europeas, se empeñaron en frustrar el proyecto liberador bolivariano, fomentaron la corriente anexionista de la sacarocracia criolla, y, durante nuestras guerras por la independencia, se negaron a reconocer las instituciones cubanas y la beligerancia del Ejército Libertador, mientras permitieron a España artillar y equipar su flota y utilizar sus puertos como bases para bloquear a los territorios insurrectos.

El momento propicio para pasar a la acción llegó, como sabemos, en 1898.

Como ilustra este libro ese año se desbordó la campaña para ganar las conciencias del pueblo norteamericano y convencerlo de la necesidad de participar en la guerra que España estaba a punto de perder. La realización del interés imperialista ejecutando, finalmente, un plan largamente concebido, fue presentada, sin embargo, como el cumplimiento de una obligación moral, altruista, la de ir al rescate de un vecino en desgracia.

El libro examina el papel de la metáfora, los símbolos, para el logro de objetivos políticos condicionando de manera más o menos sutil el modo de pensar y el estado de ánimo del receptor. Ofrece a este respecto un abundante repertorio de textos oficiales, discursos y declaraciones y también de producciones artísticas y editoriales y artículos de prensa y no falta una amplia muestra de caricaturas de la época. Cuba aparece como una joven maltratada pidiendo auxilio, o como un niño desvalido o malcriado y sucio y el Tío Sam como el caballero que viene al rescate de la doncella, o el maestro empeñado en limpiar y educar al infante descarriado. Las imágenes van cambiando según marchan los acontecimientos desde la bella mujer abandonada –los mambises, recordemos, no existían- hasta los niños díscolos, preferiblemente negros, urgidos de limpieza y disciplina.

Este muy valioso estudio abarca el Siglo XIX y los primeros años del XX. El triunfo revolucionario en 1959 iniciaría otra etapa en la que la manipulación de símbolos también desempeñaría una función primordial. Se puso de moda entonces hablar de un imaginario distanciamiento entre Washington y Batista supuestamente decisivo para el derrocamiento del dictador. Hubo que esperar hasta 1996 para conocer el texto del último mensaje del Secretario de Estado a su Embajador en La Habana, cuando concluía el año 58 en el que el señor Herter recapitulaba con amargura la ayuda que en todos los terrenos habían dado hasta ese instante al tirano derrotado.

O la leyenda incesantemente repetida acerca de los “millones” de cubanos que “escaparon” de la isla después de la victoria de enero y que ha servido de instrumento para denigrar a Cuba y manipular groseramente la cuestión migratoria. Según sus propias estadísticas oficiales, sin embargo, es ahora, en el Siglo XXI, que esa emigración, incluyendo a su descendencia nacida allá, sobrepasa el primer millón. Y algo que suele obviarse aunque consta en los mismos registros gubernamentales, en 1958 la emigración cubana era superior a la de la totalidad del Continente exceptuando a México.

Sería interminable la relación de imágenes inventadas y falacias diseminadas en los años del período revolucionario. Permítanme rendir homenaje sólo a la “proeza” ejecutada en abril de 1961 por los intrépidos navegantes que desembarcaron por el puerto de Bayamo.

Aquella, la de 1898, fue una campaña exitosa. La solidaridad del pueblo estadounidense, manifestada con gran amplitud desde el alzamiento de Céspedes, se había intensificado treinta años después. A la simpatía natural se unía el rechazo ante la crueldad weyleriana. El respaldo popular a los cubanos alcanzó niveles muy notables y se reflejó, más allá del discurso político, en el teatro, la música y la poesía.

La intervención en el conflicto no fue vista como lo que era, una conjura imperialista, sino como la realización de un ideal noble y puro. Sumarse a los mambises y pelear junto a ellos fue el anhelo de muchos. Basta mencionar a Mark Twain y Carl Sandburg.

Esa visión generosa, desprendida, aparecería en la Resolución Conjunta por medio de la enmienda Teller que, sin embargo, contradecía al verdadero plan oficial que se concretaría en el texto del Senador Oliver Platt.

Lo que vino después es conocido. Los sueños frustrados, la lucha siempre renovada hasta el amanecer de enero y luego medio siglo de resistencia y creación, en los que no han faltado la hazaña y los sacrificios, los momentos de amargura y alegría, pero sobre todo, la certeza de haber llegado a la tierra prometida que concibieron los abuelos.

Ahora cuando se anuncia un nuevo capítulo en esta larga saga urge impedir que el olvido cubra de sombras el camino tan dolorosamente recorrido.

Porque como advirtiera Cintio Vitier en un texto que hoy y mañana habrá que recordar “en la hora actual de Cuba sabemos que nuestra verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia”.


[1] ‹‹Cuba in the American imagination-Metaphor and the Imperial ethos››. The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2008, p. 22-23

Rusia realiza ejercicios militares sin precedentes en todo el país

Moscú se prepara para contrarrestar y repeler una posible agresión militar por mar, aire y tierra en sus fronteras, lo que demuestra la realización de simulacros masivos de las tropas del Ejército en todo el país. Destacan los 20 buques desplegados en aguas del mar Báltico.



La infantería motorizada, la aviación de combate y tropas especiales Spetznaz han sido puestas en estado de alerta en las nueve zonas horarias de la Federación rusa, incluida la región del Volga, los Urales, Siberia Occidental, la región del Lejano Oriente y el Pacífico, el Cáucaso del Norte y a lo largo de las fronteras con los Estados miembros de la OTAN desde el Ártico hasta el mar Báltico y el mar Negro.

Los ejercicios militares en curso se llevan a cabo al mismo tiempo que EE.UU. realiza ejercicios militares en la región del Báltico y la OTAN trabaja en ejercicios navales en el mar Negro, recuerda un artículo de la agencia RIA Novosti.


Rusia ha informado a los países de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de los ejercicios que la Flota del Norte realizará del 16 al 21 de marzo, según el viceministro de Defensa, Anatoli Antónov, anunció el martes pasado.

La zona de operaciones de los ejercicios de la Flota del Norte ha sido ampliada hacia el mar de Noruega, y el número de grupos de tareas navales desplegadas ha aumentado a cinco, informó el Ministerio de Defensa.

"El mando de la Flota del Norte ha decidido incrementar el contingente involucrado en misiones de entrenamiento para defender las fronteras de Rusia en el Ártico", aseveró el Ministerio en un comunicado.

Más de 20 naves y submarinos diésel-eléctricos de la Flota del Báltico de Rusia se encuentran en el mar practicando tareas de defensa, anunció este miércoles el servicio de prensa del Distrito Militar Occidental de Rusia. Los barcos, divididos en varios grupos tácticos, se ejercitan en fuego de artillería, lucha antisubmarina y misiones de defensa antiaérea. 

Un grupo táctico de la Flota rusa del Mar Negro realizará ejercicios militares el jueves, haciendo énfasis en la lucha radioelectrónica contra bombarderos y buques de superficie enemigos.

Los paracaidistas de la División Aerotransportada acantonada en Ivanovo han sido reubicados en la zona del Círculo Polar Ártico, cerca de la frontera con Noruega, en aviones de transporte Ilyushin Il-76. El objeto es su preparación para llevar a cabo misiones de lucha contra grupos subversivos y de reconocimiento de situaciones de ingeniería y radiación, así como el perfeccionamiento de habilidades de camuflaje en el campo de combate.

El Comando estratégico de Rusia ha puesto tropas mecanizadas del Distrito Militar del Este, desplegadas en la isla de Sajalín en el Pacífico, en el nivel más elevado de preparación para el combate. Hasta 3.000 efectivos y cerca de 1.000 vehículos militares están practicando misiones de defensa costera en estrecha cooperación con la Fuerza Aérea.

Más de 30 helicópteros de combate del Ejército de Tierra están siendo trasladados de sus bases en las regiones de Leningrado y Smolensk a una base aérea situada en el Ártico. Los helicópteros de ataque Mil Mi-24 y helicópteros multifuncionales Mi-8 han de cubrir una distancia de 1.500 kilómetros con una parada para repostar en la región de Karelia.


Alrededor de 80 pilotos militares del Comando Oriental están participando en el concurso de Dardos Aéreos que incluye acrobacias aéreas y ataques a tierra con bombas de caída libre, cañones y misiles no guiados. En estos ejercicios participan aviones de ataque a tierra Su-25, cazabombarderos Su-27SM y bombarderos tácticos Su-24M2.

Más de 2.000 zapadores de tropas de ingeniería y 350 vehículos especiales del Comando Militar Central se están entrenando en la retirada de todo tipo de minas.

Las maniobras involucran a 38.000 efectivos, 3.360 unidades de equipo bélico, 41 buques de combate, 15 submarinos, 110 aviones de combate y helicópteros.

En diciembre de 2014, del Ministerio de Defensa ruso anunció sus planes de llevar a cabo al menos 4.000 ejercicios militares en 2015.

Discurso de Eusebio Leal Spengler el 24 de febrero 2015

Versión oficial de la Oficina del Historiador de La Habana del discurso pronunciado por el Dr. Eusebio Leal Spengler, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el acto por el 120 aniversario del levantamiento independentista convocado por José Martí.

Presidida por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, esta ceremonia fue celebrada el 24 de febrero de 2015 en el Palacio de las Convenciones y durante la misma fueron entregados el título de Héroes de la República de Cuba y la Orden Playa Girón a Gerardo Hernández Nordelo, Antonio Guerrero Rodríguez, Ramón Labañino Salazar, Fernando González Llort y René González Sehwerert.


Un día como hoy, como se ha dicho, hace 120 años, comenzó el levantamiento del pueblo cubano para alcanzar su definitiva y total independencia. El amor a esa libertad, a esa soberanía, a esa esperanza… se inició mucho tiempo atrás, quizás desde el instante mismo en que empezó a formarse lo que llamamos comúnmente nuestra identidad. Los que llegaron de distintas latitudes, ya de la España conquistadora o del África, o los vestigios de las comunidades indígenas en trance de extinción pero sobrevivientes, unieron sus sangres para formar algo que José Martí llamaría con palabras emotivas «dulcísimo misterio».

El concepto de cubano viene del nombre de nuestra isla: Cuba. Nunca pudo ser cambiado y prevaleció por sobre el intento de darle otros nombres, otras atribuciones... Ese nombre, sonoro y breve, quedó prendido en el corazón de los que lo escucharon por vez primera. Más allá del mar azul del Caribe que se descubre desde la orilla de nuestras playas o desde el aire, a las puertas del golfo de México, Cuba aparece con la forma tan hermosa que establece su presencia y naturaleza insulares.

En realidad nunca nos llamamos isleños, a pesar de que no es una, sino muchas islas las que conforman nuestra geografía. En el seno de nuestro archipiélago, a lo largo de los años, fueron surgiendo nuevas percepciones de nuestra realidad insular. Todo lo anterior que traía el conquistador —o había adquirido el conquistado como memoria— fue cediendo lugar a una manera diferente de construir y pensar. Aunque parecía igual, esa percepción de la realidad era distinta y surgió en el horizonte de la poesía, del canto campesino, de la voz de los poetas de más vuelo. Surgió tempranamente en el pensamiento de los más inquietos entre quienes comenzaron a llamarse criollos.

Primero éramos solamente un país. El país era un espacio. La patria comenzó a ser un sueño, una aspiración…; la nación, un derecho por el que había que luchar: una nación con leyes, una nación que sería depositaria y respetuosa de su propia cultura, una na¬ción que sabría ir al futuro desde el pasado.

Allá en su retiro, muy cerca de Cuba, adonde quiso ir a morir ante la imposibilidad de regresar a esta tierra, el presbítero Félix Varela exclamaba: «No hay patria sin virtud ni virtud con impiedad». Afirman los últimos en verlo que les dijo: «Ofrezco todos mis sufrimientos y sacrificios por Cuba».

Ese mismo sentimiento llevó a Heredia, en el padecimiento de su destierro, a sembrar dentro del alma cubana el espíritu de una patria. Ese sentimiento alentó a los primeros que se rebelaron, al comprender que no había fronteras que cruzar, solamente el océano. Ellos entendieron que, en última instancia, sería aquí la lucha contra el cepo, el látigo, la discriminación, la humillación y la negación humana, hasta hacer llegar el día de la redención y la libertad.

José Martí, autor del intento y del fundamento de la unidad de la nación cubana, creyó firmemente que no venía nuestra América ni de Rousseau ni de Washington, venía de sí misma. Al mismo tiempo, aún muy joven, en la medida que fue madurando su pensamiento, se acercó más a esa sufriente raíz de los orígenes: a Guaicaipuro, a Hatuey, a Guarina, a Cao¬nabo, a todos aquellos que enfrentaron el hecho de ser rechazados por distintos. Como ha afirmado un pensador latinoamericano, un determinado día y una determinada hora nos enteramos de que éramos indios, así como que nuestras cosmogonías y nuestras ideas del bien o del mal eran diferentes, que debíamos soberanía a un rey distante y todo debía ser cambiado.

Con dolor y sufrimiento, aquellas primeras comunidades soportaron la mordida de los lebreles, el hierro de las cadenas y el fuego. Sufrió Hatuey en Yara, donde por los siglos vivió la tradición de que, en tiempos de tribulación o desesperanza, un fuego misterioso se encendía en la noche iluminando el monte. Cada pueblo nombrado o cada una de las siete primeras ciudades, excepto tres, llevaron la impronta de ese lar indígena. Así, Santa María del Puerto del Príncipe sobre el Camagüey; San Salvador sobre el Bayamo; La Habana sobre las huellas de Habaguanex… Cada uno de los rincones y lugares repetían en la toponimia del suelo esa presencia más antigua que empezaba a convertirse ya solo en arqueología. Como ha señalado el que fuera ilustre diputado de nuestra Asamblea, Cintio Vitier, al confundirse con la sangre del conquistador, esa presencia indígena dio a luz a quien fue nuestro primer maestro y músico: Miguel Velázquez. Allá en Santiago de Cuba, donde se le recuerda con un modesto monumento, ese mestizo de primera generación habría de exclamar: «¡Triste tierra, como tiranizada y de señorío!».

Un sentido de rebeldía antiguo vino desde abajo, y ese sentimiento rebelde se fue convirtiendo en más fuerte cuando la esperanza de cualquier cambio político, fundado en la consideración del conquistador sobre el conquistado, resultó prácticamente imposible. En lo adelante Cuba fue forjándose, haciéndose, desde lo que Martí juzga como «la inocencia culpable» de un patriciado que, habiendo obtenido su riqueza de la esclavitud, comenzó a dar-se cuenta de que ya sus hijos no pensaban igual y ansiaban ardorosamente un cambio que pasaba por una autentificación de su identidad.

A las sublevaciones de los esclavos que primero llevaron los nombres de su lugar de origen: Juan Congo, Antonio Carabalí, Miguel Fula…, sucedió la de aquellos que llevaban el apellido que en la pila recibieron de sus amos: Morales, Armenteros, Cárdenas… De esa gran confusión y amalgama indo-hispano-africana fue surgiendo nuestra identidad orgullosamente mestiza de la sangre y de la cultura. Se hizo pronto realidad en la música, como lo fue en la poesía; era diferente en el paisaje, tan distinto a las áridas pero hermosas tierras de Castilla, o la brumosa Galicia o Asturias, o las Islas Canarias... era otra cosa. Y para los propios africanos, nuestra tierra tenía sus misterios: ciertos árboles les recordaban los suyos; algunos que consideraban sagrados fueron objeto de sus cultos. Y muy pronto fue naciendo, lentamente, lentamente, lentamente… una aspiración que fue convirtiendo el país en el sueño de una patria.

A los grandes precursores, a los que murieron con la esperanza de construirla, debe Cuba todavía sentidos homenajes. Y como decía hace unas horas un juicioso historiador: a pesar de todo lo que se ha escrito, la historia de nuestras luchas todavía está por escribirse. Faltan muchas biografías, muchos heroísmos, muchos silencios, muchas lágrimas que nadie enjugó… que deben ser cantados por los poetas, como pedía José Martí a José Joaquín Palma, cuando decía a este ilustre amigo suyo, biógrafo de Céspedes, bayamés de cuna: «Lloren los trovadores republicanos sobre la cuna apuntalada de sus repúblicas de gérmenes podridos; lloren los bardos de los pueblos viejos sobre los cetros despedazados, los monumentos derruidos, la perdida virtud, el desaliento aterrador: el delito de haber sabido ser esclavo, se paga siéndolo mucho tiempo todavía». 

Y también dirá Martí: «Nosotros tenemos héroes que eternizar, heroínas que enaltecer, admirables pujanzas que encomiar: tenemos agraviada a la legión gloriosa de nuestros mártires que nos pide, quejosa de nosotros, sus trenos y sus himnos».

Los que se anticiparon y se conjuraron, estuvieron dispuestos a perderlo todo, a sacrificarlo todo. Ya a principios del siglo XIX la América parecía haber resuelto el problema y una inquietud profunda sacudía de una u otra parte el continente. Valientes pensadores explicaron los derechos de una América independiente, y algunos líderes se atrevieron a desafiar el poder y a morir como Gual y España en Venezuela, siendo ejecutados antes de que llegara la hora.

Exactamente al mismo tiempo, en Cuba, en el silencio de las logias, trabajaron Joaquín Infante, Román de la Luz, Juan Francisco Basave y otros para hacer un texto constitucional de una república ideal, utópica y futura. Los años pasaron y parecía a muchos que, unido a la trata esclavista, el destino de Cuba pasaba necesariamente por ser una estrella más de la unión del sur de Estados Unidos; algunos invocaban hasta la providencia divina para asegurarlo. Sin embargo, otros creían todo lo contrario: Cuba no debía esperar más que solidaridad, pues nuestro problema debíamos resolverlo nosotros mismos. Esa solución propia había sido invocada ya por Varela y, enseñada por Luz y Caballero en la escuela como educador y formador de una juventud rebelde, adquirió dimensión en lo que este último llamó «el sol del mundo moral» que jamás caería del pecho humano, aunque cayeran reyes e imperios.

Mucho debe Cuba a Luz, y Martí afirma que lloró dos veces: por Luz y por Lincoln, sin haber conocido a ninguno de los dos. Y dice que luego supo del segundo cuando, aconsejado por un mal político y por un mal hombre, quiso lanzar sobre Cuba toda la hez del Sur derrotado.

Venidos de allá, de América, donde habían presenciado el gran debate en el Sur y el Norte, no pocos cubanos quisieron luchar también por la libertad de su patria. En Cuba el movimiento de búsqueda de la anexión a la nación norteamericana se fue debilitando a medida que el Sur iba siendo derrotado. Otros creían que era posible un camino: reformas, reformas y solo reformas. Era la aspiración a una concesión política, más que a una conquista política. De esa ardua batalla entre dos corrientes surgió aquella victoriosa que se empezó a manifestar en distintos puntos del occidente, el centro y el oriente.

Ya en 1851, en una sabana de Puerto Príncipe, Joaquín de Agüero era ejecutado. Se dice que un adolescente fue llevado al dramático escenario de su ejecución y que mojó en su sangre el pañuelo. Ese joven sería el que algunos llamarían: Bayardo, y otros, El Mayor. Sería el letrado, el poderoso defensor de las ideas políticas y sociales: Ignacio Agramonte, el Mayor General del Ejército Libertador y líder del pensamiento abolicionista en Camagüey.

Mientras, en Oriente, más allá de Jobabo, otros se reunían una y otra vez hasta hacerlo por penúltima ocasión en lo que llamaron la Convención de Tirsán, en un lugar nombrado San Miguel del Rompe. Allí se escuchó la voz del más inquieto, del hombre de pequeña estatura, de grande y variado talento, abogado que había recorrido el mundo, buen jinete, jugador, afortunado, amante del amor y los placeres de la vida, quien dispuesto a renunciar a todo, clamó por un levantamiento sin esperar más. Otros con más riqueza, pero con no menos determinación, aspiraban a un nuevo periodo de zafra para reunir con qué hacer la batalla definitiva. Sin embargo, un juramento surgió de todos los conjurados: si esta conspiración es descubierta, el primero al que intenten apresar, se levantará.

La madrugada del 9 al 10 de octubre, en el patio de su ingenio La Demajagua, con apenas 37 hombres, a la vista del Golfo de Guacanayabo, desde donde puede contemplarse en el horizonte la sierra magnífica, Céspedes se dirigió a aquellos compañeros suyos proclamando no solamente la necesidad de luchar y arrebatar las armas del adversario, único camino posible, sino lanzando un tizón encendido sobre una isla esclavista. Sus propios esclavos serían libres y tendrían el derecho a luchar por su libertad y por su patria.

El concepto de patria se había unido a la ambición por una nación, y en una fecha venturosa tomaron la primera de las ciudades orientales. Esa primera ciudad fue Bayamo, que después entregaron a las llamas en el momento en que todo parecía perdido. A las puertas de las casas de los conjurados o de los jóvenes más comprometidos llegaron los primeros guerrilleros solicitando pan y armas. En San Luis uno tocó a la puerta de Marcos y de Mariana, la insigne Mariana —este año es el bicentenario de su nacimiento—. Poderosa madre de una nación que en ese momento pone a sus hijos de rodillas y les hace jurar, ante el Cristo que toma de la pared del aposento, que lucharán hasta morir por su patria, juramento que cumplieron casi todos.

Años de lucha y de sacrificio. Ninguna historia, ni española ni cubana, ha logrado hablar en toda su magnitud de lo que sufrió la familia, el niño, la mujer cubana, el campesino cubano. Peleábamos contra un ejército aguerrido y batallador, que venía de vindicar sus querellas en la península, en las largas guerras carlistas, y ahora, en Cuba, por decenas de miles enfrentaban el levantamiento de los cubanos. Ya habían surgido entre nosotros guerrilleros temibles. Ante el temor de la toma inexorable de Bayamo, esperó con un puñado de hombres escogidos, en un punto llamado Pino de Baire, un guerrero dominicano acostumbrado a combatir en la guerra de restauración de su propia patria y contra el invasor extranjero. Allí demostró que esa arma, usada hasta ahora para vindicaciones de honor o cortar caña, sería la más importante en la lucha. Todavía se conserva en un museo español una carabina cortada de un solo golpe por un machetazo fiero. 

Fue ese combate que duró segundos, que duró momentos, lo que permitió dar cuenta al enemigo de que había nacido un adversario, hijo de su sangre, que sería capaz de luchar por su libertad y alcanzarla. Bayamo fue incendiada como una nueva Numancia y eso les anunció el futuro y el destino. Años después, reconociendo la fiereza de los combatientes cubanos, escribió el general español Teófilo Ochando estas emotivas palabras: 

«Han mostrado una agilidad, un ánimo, sangre fría y sagacidad tales que ayudados por su conocimiento del monte, hacía de cada uno de ellos un jefe, y de todos, un enemigo terrible por su astucia, audacia y movilidad, como si con sangre española hubieran heredado las cualidades instintivas de los guerrilleros, que tan pródigamente ha producido nuestra patria desde Viriato a Mina».

En 1853, en una humilde casa de la calle Paula, hijo de español y de española, había nacido José Martí. En ese mismo año mueren el Padre Varela, en San Agustín de la Florida, y Domingo del Monte en Madrid;1 esos dos poderosos pensadores se extinguen. El segundo era hombre de gusto, literato, diseñador de vida social y pensador agudo. El primero, revolucionario integral y defensor de los pobres, opta por la abolición de la esclavitud, por el reconocimiento de la independencia americana, publica su periódico y lo envía a Cuba.

Sus discípulos le lloraron, pero nadie sabía entonces que en la propia pila bautismal en que había sido bautizado el Padre Varela sería también bautizado José Julián. Cuando desapareció uno, nació el otro. Y ese joven llamado a un poderoso destino es el que hoy evocamos, al conmemorar la hazaña de la unidad de la nación que él hizo nacer de la desesperación por el fracaso del magno esfuerzo, después de tanto sacrificio. Ese joven leyó con amargura lo que ocurrió en los Mangos de Baraguá y escribió al General Antonio, quien había dejado detrás de sí una de las páginas más hermosas de la historia de Cuba. Invocamos a ese joven que sintió como propio el honor de todo el pueblo y las lágrimas de ese pueblo; que sufrió las reconvenciones en su hogar; que llegó a tener una relación tan intensa y profunda con un padre, quien, siendo soldado y español, alcanzó a entenderlo. Al verlo herido y llagado, prisionero, sintió entonces que el destino de su hijo era otro, quizás el que había diseñado en su hermoso poema cuando presenta el duelo entre el yugo y la estrella, y pide lo uno y lo otro, porque está convencido de que esa estrella ilumina y mata.

Exilio, Centroamérica, la América del Sur, los cubanos dispersos, las acusaciones recíprocas, finalmente España y los Estados Unidos. Allí vivió 14 años y fue, como han afirmado sus cronistas, el cubano que más entendió en su tiempo aquella nación. Admiró las virtudes de Emerson, las del padre Flanagan… Admiró la obra colosal de la construcción del puente de Brooklyn. Asistió puntualmente a las conferencias de Oscar Wilde, a las exposiciones de teatro; se enamoró candorosamente de la hermosa bailarina española Charito Otero… 

Pero más que todo, Martí se dio cuenta del gran fenómeno que se forjaba en aquella nación, la cual parecía llamada por la providencia a colmar a la América Latina de pobreza y miseria en nombre de la libertad, como había afirmado Bolívar en un momento de extraordinaria lucidez. Se dio cuenta de que, al igual que en 1868, nada de esa nación podía esperarse, a pesar de que allí siempre existieron, existen y existirán amigos poderosos de Cuba. Había una dicotomía entre el sentimiento de esos amigos y la voluntad de un Estado que siempre quiso de una manera manifiesta impedir la realización de una independencia que creyó inoportuna, pues esperaba el cumplimiento de una doctrina trazada por uno de sus políticos: con solamente extender la mano en el momento de la madurez de la fruta, esta caería sencillamente en las palmas de sus manos.

Ese joven pasó de ser el orador de última fila a ser el primero. Cada acto del 10 de octubre, cada conmemoración cubana, ante el horroroso recuerdo del 27 de noviembre, terrible suceso que le había sorprendido en España, ese orador volvía todos los años a llevar a la tribuna para unir lo que estaba desunido. Y de mil octavillas surgió un periódico, Patria, y de mil discursos surgió una orientación política, y de mil disposiciones y pequeñas organizaciones soñó con la creación de un partido político para dirigir una guerra de liberación nacional, anticipándose al concepto de que es imposible hacer una revolución sin una teoría revolucionaria. Su teoría no era otra que nuestra historia, nuestro sacrificio, nuestro esfuerzo… Éramos una nación en ciernes, de derecho, pero no de hecho.

Llamado a poner empatía en la discordia, Martí unió a Gómez y a Maceo. Es inocultable que después del fracaso de 1884 y del encontronazo de Nueva York, ya no había posibilidad de una amistad fecunda para iniciar un nuevo proceso. Hoy diríamos: no hay condiciones objetivas. Sin embargo, Maceo, en Costa Rica, preparaba a su contingente. También lo preparaba Gómez en la soledad de Montecristi, en República Dominicana, o desde antes, cuando durante la construcción del canal de Panamá se encontraron amigos dispuestos a ayudar, a dar amparo, a ofrecer techo y pan a los emigrados que por todas partes soñaban y querían regresar a su patria. Y de esa forma surgió la organización un 10 de abril, que es una fecha crítica en la historia de Cuba, el día de la gloriosa Asamblea Constituyente de Guáimaro. Allí nació la utopía democrática del pueblo cubano, pero también se le puso plomo a las alas de la revolución, creyendo que era posible hacer una república de leyes, cuando no éramos dueños más que del espacio que pisaban los campamentos y los caballos de los libertadores. 

En medio de esa realidad, un 10 de abril hace nacer Martí su creación más completa: el partido político, un partido unitario que convocaría al pueblo cubano a una guerra que él consideró inevitable y, después, necesaria. Inevitable, porque en sus sentimientos nobles, generosos, en su íntima y profunda convicción, él había reclamado en su famoso manifiesto a la República Española que no le pediría lo imposible, sino que pedía lo posible: los derechos conculcados de Cuba, la representación de Cuba, el derecho de estudiar, de interpretar, de reconocer que éramos diferentes. Nada de esto fue escuchado; solamente muchos solidarios en España y en otras partes del mundo creían en la causa de Cuba.

Ahora todo sería más difícil: había un alto desarrollo de la tecnología militar, una situación nueva en el continente americano: las repúblicas sufrían los padecimientos de sus propias divisiones, porque habían dejado intactos trono y altar después del esfuerzo inmenso de la primera batalla. Recordaba aún las dolorosas palabras de Bolívar en Santa Marta: «He arado en el mar»; la tristeza de San Martín al regresar y encontrar su país dividido; la pena de O’Higgins al morir en Lima, apartado de su tierra amada; el dolor tremendo de Francisco de Morazán al verse capturado y ejecutado por sus propios compañeros, y aún pesaba aquella maldición casi bíblica que había lanzado Miranda, el gran precursor, cuando al ser entregado prisionero a las puertas de una nave española que lo llevará a una prisión perpetua y definitiva, al reconocer a los que cometen aquel parricidio, responde: «Bochinche y solo bochinche es lo que saben hacer ustedes».

Por sobre toda esa historia se levantó Martí. Era vasta y grande su cultura, como dice Enrique Collazo, quien lo conoció en Nueva York y así lo describe: «Martí era un hombre ardilla; quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible; pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba escaleras como quien no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño; comía donde fuera mejor y más barato; ordenaba una comida como nadie; comía poco o casi nada; días enteros se pasaba con vino Mariani; conocía a los Estados Unidos y a los americanos como ningún cubano…».

Era, al mismo tiempo, un escritor incansable, cuya hermosa letra inicial se ha-bía transformado prácticamente en líneas inteligibles solo para los paleógrafos. Faltaba tiempo, le faltaba tiempo… aun cuando todo estuvo preparado y dispuesto, cuando creyó que todo estaba organizado, cuando había logrado visitar a Mariana Grajales en Jamaica, que ya ciega le acaricia la cabeza y prácticamente con este gesto noble y de rodillas envía un abrazo fraterno al hijo que tanto amaba, de su madre que ansiaba ver la patria libre. Cuando ya separado de todo bien personal, lejos su esposa, apartado de su hijo, muerto su padre, dispersos sus amigos, se le vio pobre en Estados Unidos, trabajando en el invierno ganando el pan, fundando la Liga para educar a los negros cubanos, que bajo la orientación de Rafael Serra se reunían y le llamaban, con cariño y con devoción, Maestro y Apóstol. ¡Qué torpeza tratar de despojarlo de un título tan importante: Apóstol, que es el que lleva la palabra, el que trasmite un mensaje nuevo, y ese fue su mensaje!

Cuando en el puerto de Fernandina se perdieron las naves creyó enloquecer, pero transformándose de José Martí en Orestes, que fue siempre el seudónimo de sus escritos y su seudónimo político, viajó de inmediato a la República Dominicana para buscar al general Gómez en Montecristi, en aquella casa donde en breves días, el 25 de marzo, se cumplirán también 120 años de la firma del poderoso Manifiesto llamando a las armas al pueblo cubano, y diciéndole a los españoles que nada debían de temer si respetaban la patria que había de fundarse. Hubo discordias, no se lograba entender qué estaba ocurriendo. Hoy es fácil para nosotros hacerlo a través de un teléfono, de un mensaje; entonces solamente era el telégrafo con su lenguaje críptico el que anunciaba que la hora había llegado.

Maceo había estado años antes en Cuba, conocía el estado político del país y, en ese momento, vacilaba en poder salir hacia Cuba, porque no sabía qué estaba pasando en Estados Unidos y el dinero que se ofrecía para fletar una nave y llegar sanos y salvos no aparecía.

Gómez estaba igualmente pobre en Santo Do¬mingo, pero bastaban apenas unos centavos para poder tomar esa determinación, pues otros patriotas esperaban en distintos lugares, mientras en Cuba mucha gente estaba avisada en Oriente, en el Occidente, en Matanzas… De pronto se dio la orden: «Es necesario el alzamiento», y Martí no vaciló en enviar el telegrama que su amigo recoge en la estación de la Western Union en la calle Obispo, en La Habana Vieja: «Giros agotados», lo cual significaba que se había agotado el tiempo. Era la noche del 24 de febrero; el Capitán General tenía la convicción y las informaciones de que se tramaba realmente un movimiento.

Algunos dirigentes fueron capturados en La Habana. Juan Gualberto Gómez, comprometido con su hermano y amigo José Martí, se fue a Matanzas, a Ibarra, en busca del ingenio Vellocino de Oro, donde había nacido, para levantarse con un grupo de compañeros y cumplir su palabra.

En Santiago, Guillermo Moncada, enfermo de tisis, quiso morir cumpliendo su palabra en el campo de Cuba libre. En Baire se levantaron otros, y en Bayate se alzó también Bartolomé Masó, y todo el mundo esperaba solamente la llegada de los líderes. Allá en España la conmoción fue grande; se había desmentido la propaganda autonomista, se había desmentido la propaganda anticubana de que todos eran sueños disparatados de un profeta enloquecido. Ahora solamente faltaba el arribo.

En admirable disciplina y en presencia de los generales y oficiales que estaban en Costa Rica, juraron Antonio y Flor aceptar las condiciones de viajar, y así salieron a bordo de la goleta Honor para arribar el 1ro. de abril a las costas de Cuba, en un punto del litoral baracoano. «Soy yo, Antonio Maceo, que he vuelto», gritó en lo alto del camino, mientras avisaba con su arma a los guerrilleros de Baracoa. El 11 de abril, día glorioso y memorable, en Playitas de Cajobabo desembarcaban Máximo Gómez y José Martí.

Hace 20 años el Jefe de la Revolución me pidió contar esta historia. Con profunda emoción y como se sube a encender la llama en lo alto del cenotafio donde están los restos de los caídos, traté de cumplir mi deber. Confieso que ha sido un gran honor aquel y este que usted, General Presidente, hoy me ha conferido.

Pero algo más debo decir: el hecho importante y trascendental es que entonces concluí mis palabras clamando porque se levantaran de las tumbas los muertos gloriosos del 10 de Octubre y del 24 de Febrero; clamé por los mártires, por las heroínas, por las cubanas que bordaron banderas, pidiéndoles atravesarnos en el camino de un enemigo y adversario implacable que, todo parecía indicar, venía esta vez a cercenar de forma definitiva, jugando con los azares de la historia, el destino de Cuba; pero no le fue posible.

Hoy, 20 años después, estamos aquí de pie, en una coyuntura diferente. Nos hemos presentado con hidalguía bajo los mismos mangos orientales para enfrentarnos con el caballeroso adversario que ofrece, al menos, detener por un tiempo la mano agresora y darnos la oportunidad de discutir lo que lógicamente será necesario debatir bastante.

Ahora más que nunca hace falta la unidad de la nación, ahora más que nunca la prenda más preciosa debe ser conservada. La fortaleza que nos ha permitido llegar hasta aquí fue aquella que vi esa otra noche de abril en Playitas de Cajobabo cuando, convocados por el líder de la Revolución, llegamos aquella hora oscura de la noche a la orilla de la playa. Él llevaba la bandera cubana en el asta que le trajo uno de sus ayudantes y, entonces, entrando en el agua a la altura prácticamente del tobillo, se abrió de pronto en el cielo la luna blanca y movió la bandera de Cuba hacia el Sur, hacia el Norte, hacia el Este y hacia el Oeste, diciendo: «¡Aquí estamos!»

Y aquí estamos hoy, ¡oh, patria amada!, ¡oh, bandera dulce, por la cual tantos lucharon! No importa que tú, Maestro generoso, te hayas ido tan pronto, aquel 19 de mayo; tuviste una profunda convicción, convicción profunda: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento ni me agriaría mi oscuridad».

Y esas ideas han prevalecido. Fueron las ideas que se defendieron en el proceso histórico del Moncada. Fueron las que conquistaron a los muchachos que se reunían en la calle de Prado para escuchar la voz de aquel joven que había irrumpido en la universidad como un torbellino, y de quien me dijo una de sus hermanas: «Un día volvió a la casa y papá ya lo sabía: ‘Vienes a buscar al chiquito». El chiquito está aquí con nosotros, y el grande está con nosotros todavía.
¡Viva Cuba!



______________________________
1Domingo del Monte falleció en Madrid el 4 de noviembre de 1853 y está sepultado en la necrópolis madrileña de San Nicolás. La investigadora francesa Sophie Andioc encontró la partida de defunción, localizada en el Archivo Nacional de Madrid, Registro de Defunciones, Parroquia de Santa Cruz, , tomo 1ro, no. 246, 1853.

Ahora es cuando más necesitamos de la ciencia

Por: Agustín Lage Dávila *

El debate sobre la ciencia en Cuba está ganando en intensidad. Y no es sobre algún resultado científico obtenido por una u otra institución, que siempre ha existido. Ahora es el debate sobre la ciencia misma, cuáles son sus espacios, cómo la hacemos crecer y hasta dónde, cómo la conectamos con otras esferas de la vida cubana, cómo la evaluamos y po­tenciamos su función social.

Mucha gente asocia la ciencia con laboratorios, batas blancas y equipos complicados. Esa es una imagen equivocada, o al menos incompleta: la ciencia es esencialmente una manera de pensar. Es una práctica humana encaminada de manera intencional a producir conocimiento nuevo. No es usar inteligentemente el conocimiento acumulado (lo que también necesitamos) sino crear el que no existe.

Ante un problema concreto que nos desafía, un enfoque no-científico hace que reaccionemos con “la experiencia”, el arsenal de conceptos y actitudes que poseemos, y eso mu­chas veces funciona bien. Pero el enfoque científico va más allá: se parte del problema, se descompone en sus partes, se construyen hipótesis sobre las posibles explicaciones, se buscan los datos directamente o a través de instrumentos, se analizan y se llega a conclusiones.

Tal descripción contiene la idea de que las conclusiones científicas deben producir predicciones comprobables, que guíen futuras acciones, y el concepto de que ellas puedan ser verificadas independientemente por personas diferentes. Ese es el método científico, del que pueden y deben apropiarse todos los cubanos para usarlo en su función social cualquiera que esta sea, de la misma manera en que nos apropiamos (y convertimos en derecho de todos) de la capacidad de leer y escribir en 1961.
La Ciencia en Cuba

La cultura cubana tiene en su haber una comprensión temprana de la importancia del método científico y de la institucionalidad cien­­­tífica, sembrada aun desde la época colonial por personalidades de la estatura intelectual y moral de Félix Varela, José Martí y Carlos J. Finlay. La Real Academia de Ciencias Mé­di­cas, Físicas y Naturales de La Habana se fundó en 1861 y fue la primera de ese tipo (científica, electiva, basada en méritos) creada fuera de Eu­ro­pa.

La Revolución de 1959 multiplicó el potencial científico del país en un esfuerzo enorme de inversión y formación de capital humano, guiado por la visión y la ejecutoria de Fidel quien en 1960 (fecha anterior a la Campaña de Alfabetización) dijo que “el futuro de nuestra Patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia”, y luego en 1993 (el año más complejo del periodo especial) precisó que “la ciencia y las producciones de la ciencia deberán ocupar algún día el primer lugar de la economía nacional”.

Varias décadas de colaboración con la Unión Soviética y los países socialistas de Europa po­tenciaron nuestro desarrollo científico. Miles de científicos y técnicos cubanos se formaron allí, y también en muchas otras naciones, so­cialistas o no.

Así llegó Cuba a los finales de los años 80, ubicada entre los países de Alto Desarrollo Humano, con indicadores sociales envidiables incluso para países que tienen muchos más recursos económicos. En ese contexto y a partir del conocimiento acumulado nació la industria biotecnológica nacional. Poco después cayó el muro de Berlín, y seguidamente desapareció la URSS.
Las heridas del Periodo Especial

La gente suele vincular el periodo especial a ese último hecho, que tuvo ciertamente un enorme impacto; pero no se puede olvidar que en 1992 fue firmada la Ley Torricelli, en 1996 la Ley Helms-Burton, y en el 2004 el llamado “Plan Bush” contra Cuba. La persecución organizada a nuestras transacciones financieras se multiplicó, el comercio exterior cayó en más de un 80 %, el Producto Interno Bruto (PIB), descendió un 35 %, disminuyeron los ingresos reales de los trabajadores y también la disponibilidad de alimentos y medicamentos, en­tre otras afectaciones severas.

Sorprendentemente para muchos en el mundo (no para nosotros) Cuba salió victoriosa de la prueba. La cohesión social no fue quebrada, la soberanía nacional se defendió con éxito, y mantuvimos los indicadores de salud y educación. Asimismo, la industria biotecnológica multiplicó sus exportaciones, y se reinició el crecimiento del PIB.

Pero aun de las batallas victoriosas, se sale con heridas. También las hay en el campo de la ciencia y sería absurdo intentar no verlas. Los indicadores de volumen y productividad de la actividad científica fueron erosionados durante el periodo especial, incluido el capital humano. Varios de estos importantes indicadores, que una vez estuvieron por encima de la media latinoamericana, hoy están por de­bajo. Es de esperar que, luego de etapas de grandes dificultades económicas, la ciencia, por su propia orientación al largo plazo, tienda a recuperarse más lentamente que otras esferas de la sociedad, pero hay una línea invisible después de la cual las dificultades transitorias se hacen permanentes, y a ese punto no podemos llegar.

Ahora, y en el marco de la implementación de la Política Económica y Social aprobada por el Sexto Congreso del Partido, la tarea es identificar y hacer cicatrizar cada una de las heridas y secuelas.

De poco valdría la heroica resistencia del pueblo cubano en las últimas dos décadas si de ella no hiciéramos surgir la sociedad socialista, próspera y sostenible que anhelamos y necesitamos. Para ello necesitamos la ciencia, mucha ciencia y en muchos espacios de nuestra sociedad.
Desafíos actuales

La superación del periodo especial y el emprendimiento de la construcción de un socialismo próspero y sostenible van a ocurrir; pero ello no va a ser un retorno a la década de los 80. Será diferente porque el mundo es distinto y los países pequeños no podemos asentar nuestra soberanía en una autosuficiencia económica imposible, sino en una inserción inteligente en la economía mundial, en sus flujos de bienes, servicios y conocimientos.

Ese es el desafío económico. Por el tamaño de su población Cuba no tiene, como China, una enorme demanda interna que atraiga la industrialización. Tampoco posee recursos mi­nerales y energéticos en qué basar sus exportaciones, ni tiene, enormes extensiones de tierra para la agricultura, la ganadería y las agroex­por­taciones.

Nuestra palanca de crecimiento económico tendrá que ser los bienes y servicios de alto valor añadido, basados en la ciencia y la técnica. Fidel lo expresó así en 1993: “tenemos que desarrollar las producciones de la inteligencia… y ese es nuestro lugar en el mundo… no habrá otro”. Hacer esto requerirá empresas activas en la ciencia y la tecnología, e instituciones científicas conectadas con las empresas. Tendremos que inventar e implementar el marco jurídico para tales interacciones. Las entidades científicas tendrán que cambiar; las empresas también. También hay que diseñar de qué forma podrían surgir nuevas empresas de alta tecnología, a partir de organizaciones académicas o universitarias con productos y servicios maduros para esa “incubación”.

Hoy nuestra población no crece, y envejece. Aunque entre las causas de este fenómeno están innegablemente los problemas económicos, el cambio demográfico es producto también del aumento de la esperanza de vida de los cubanos y del nivel educacional de la mujer que hace reducir la natalidad. Es un problema que tiene en su base fenómenos sociales positivos, pero es un problema al fin. Ese es el desafío demográfico. Requerirá una estrategia de salud pública orientada a las enfermedades crónicas relacionadas con el envejecimiento; y una política laboral que permita a los cubanos ser socialmente productivos hasta edades avanzadas. Para ello necesitamos ciencia, y mucha.

La defensa de nuestra cultura y de nuestros valores debe ocurrir ahora en un mundo globalmente conectado, con rápidos flujos de información e influencia cultural. La pregunta de si la globalización conduce a una empobrecedora uniformidad cultural bajo la hegemonía de los que tienen más recursos para producir información, o si nos abre el camino de una diversidad cultural enriquecedora, no está todavía respondida.

Ese es el desafío social. Enfrentarlo también re­querirá de enfoques científicos, particularmente en las ciencias sociales. Ello incluye construir una teoría y una práctica de lo que debe ser la empresa estatal socialista, sus relaciones internas en la microeconomía y sus conexiones con la ma­croeconomía.

Mientras más avancemos hacia la “alta tecnología” en las empresas, mayor será el carácter social de la producción, y más fuerte el socialismo.

Vamos a necesitar una infraestructura científica grande y eficaz para proporcionar un flujo de conocimientos y tecnologías a la medida de las tareas de la sociedad cubana.

No se trata de “mantener” las capacidades científicas, sino de hacerlas crecer. Ese es el desafío de la ciencia. La recuperación y el reinicio del crecimiento del potencial científico habrá que medirlos con indicadores objetivos, de los que se rinda cuenta al pueblo. Se requerirá un balance inteligente entre la ciencia necesariamente cortoplacista que se hace en el sector empresarial, y la ciencia con visión a mediano y largo plazos, practicada de manera básica en el sector presupuestado. Institucionalidad para la ciencia y vías de financiamiento deben existir en ambos sectores, el empresarial y el presupuestado, evitando el sesgo hacia uno u otro extremo.

Sobre estos temas fueron los debates en el pleno de la Academia de Ciencias la semana pasada y en otros espacios y sesiones de trabajo. No tenemos todo el tiempo del mundo para enfrentar con éxito tales retos. Vamos a necesitar una sociedad (no una u otra institución especializada, sino toda una sociedad) capaz de armarse con una cultura científica y utilizarla en las decisiones cotidianas, estudiar al mundo, razonar con datos, diseñar alternativas con hipótesis comprobables, evaluar el impacto de las decisiones, rechazar la improvisación, la decisión caprichosa, la pseudo-ciencia, la imitación sin crítica y la superficialidad.

Ahora es cuando más necesitamos de la ciencia.

* Agustín Lage es médico de profesión, especializado en Bioquímica, con estudios de oncología en el Instituto Pasteur, de París. Dirige el Centro de Inmunología Molecular, de La Habana. Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate

(Tomado de Granma)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...