"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 24 de abril de 2014

Reflexiones metodológicas y políticas sobre “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty


James Galbraith, Sin Permiso

El economista francés Thomas Piketty acaba de publicar un voluminoso libro, Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI] (Belknap Press, Harvard, 2014, 671 páginas), que ha atraído inmediatamente la atención del mundo académico y hasta del Financial Times. El libro es resultado de una gran investigación empírica fundada en la elaboración de inmensas bases de datos. Es también una crítica inclemente de la irrelevancia y necedad de la ciencia social académica que ha llegado a imperar en las últimas décadas (no sólo en la teoría económica). Y aspira a ser, asimismo, una crítica política radical del catastrófico e insostenible capitalismo de nuestro tiempo. El texto que reproducimos a continuación es una reseña crítica escrita por James Galbraith, autor él mismo de la que acaso sea la mejor investigación teórica y empírica de la relación entre financiarización, inestabilidad y desigualdad en el capitalismo de nuestro tiempo ("Inequality and Instability"). La interesante crítica de Galbraith a Piketty es teórica (el concepto de "capital" de Piketty sería incauta e inadvertidamente neoclásico), es metodológica (su métrica sería incongruente), es empírica (sus ingentes bases de datos –salidas básicamente de los registros fiscales— no serían las mejores fuentes para lo que se propone) y es política (la forma concebida por Piketty para poner fin a la catástrofe neoliberal y "salvar al capitalismo de sí mismo" sería técnicamente ingenua, y por lo mismo, políticamente utópica). Se trata, en cualquier caso, de una gran discusión, científica y políticamente hablando.

I

¿Qué es el "capital"? Para Karl Marx era una categoría social, política y jurídica: los medios de control de los medios de producción por parte de la clase dominante. El capital podía ser dinero, podía ser máquina; podía ser fijo y podía ser variable. Pero la esencia del capital no era ni física ni financiera. Era el poder que el capital daba a los capitalistas, a saber: la autoridad para tomar decisiones y sacar excedente del trabajador.

A comienzos del pasado siglo, la teoría económica neoclásica sofocó ese análisis social y político, substituyéndolo por uno de tipo mecánico. El capital fue recategorizado como un elemento físico que se hallaba a la par con el trabajo en la producción del producto. Esta noción de capital facilitó la expresión matemática de la "función de producción", de modo que salarios y beneficios quedaban vinculados a los "productos marginales" respectivos de cada factor. La nueva visión elevaba así el uso de las máquinas por encima del papel de sus propietarios, y legitimaba el beneficio como la remuneración justa de una contribución indispensable.

Las matemáticas simbólicas traen consigo la cuantificación. Por ejemplo, si uno quiere sostener que una economía usa más capital (en relación con el trabajo) que otra, tiene que haber alguna unidad común para cada factor. Para el trabajo, podría ser una hora de tiempo de trabajo. ¿Y para el capital? Una vez se deja atrás el "modelo del grano", en el que el capital (la semilla) y el producto (la harina) son la misma cosa, hay que hacer conmensurables todas las diversas piezas de equipo e inventario que constituyen el "stock de capital" existente. ¿Y cómo?

Aunque Thomas Piketty, un profesor de la Escuela de Economía de París, ha escrito un voluminoso libro intitulado El capital en el siglo XXI, rechaza explícitamente (y un tanto cáusticamente) este punto de vista. En cierto sentido, es un escéptico respecto de la actual teoría económica académica dominante, pero no por ello deja de ver (en principio) el capital como una aglomeración de objetos físicos, al modo de la teoría económica neoclásica. Así pues, está obligado a enfrentarse a la cuestión de la contabilización métrica del capital como magnitud.

Lo hace en dos partes. En la primera, amalgama el equipo de capital con todas las formas de riqueza monetariamente valorada, incluidas tierras y edificios, y ya se use la riqueza productiva o improductivamente. Sólo excluye lo que los economistas neoclásicos llaman "capital humano", presumiblemente porque no puede comprarse ni venderse. Luego estima el valor de mercado de esa riqueza. Su medida del capital no es física, sino financiera.

Me temo que eso es fuente de terribles confusiones. Buena parte del análisis de Piketty gira en torno a lo que él define como la tasa de capital respecto del ingreso nacional: la razón capital/ingreso. Debería resultar obvio que esa razón depende en muy buena medida del flujo de valor de mercado. Y Piketty lo concede de grado. Por ejemplo, al describir el desplome de la razón capital/ingreso en Francia, Gran Bretaña y Alemania luego de 1910, sólo se refiere en parte a la destrucción física de equipo de capital. Casi no hubo destrucción física en Gran Bretaña durante la I Guerra Mundial, y la que hubo en Francia fue intencionadamente exagerada por los informes del momento, como mostró Keynes en 1919. Muy poca hubo en Alemania, que se mantuvo intacta hasta el final de la guerra.

¿Qué ocurrió entonces? Las alteraciones y movimientos registrados en la tasa de Piketty se debieron en su mayor parte a los ingresos dimanantes de la movilización del tiempo de guerra, muy altos en relación con una capitalización de mercado cuyas ganancias se redujeron y aun cayeron durante la guerra y la inmediata posguerra. Más tarde, cuando los valores de los activos colapsaron en la Gran Depresión, lo principal no fue la desintegración del capital físico, sino la evaporación de su valor de mercado. Durante la II Guerra Mundial la destrucción jugó un papel mucho más importante. El problema es que, aunque los cambios físicos y los cambios de los precios son cosas obviamente diferentes, Piketty los trata como si fueran distintos aspectos de una misma cosa.

La evolución de la desigualdad no es un proceso natural

Piketty busca mostrar que, en relación con el ingreso corriente, el valor de mercado de los activos de capital ha crecido drásticamente desde los 70. En el mundo angloamericano, según sus cálculos, esa razón creció desde un 250-300 por ciento entonces al 500-600 por ciento de nuestros días. En cierto sentido, el "capital" se ha convertido en un factor de la vida económica más importante, más dominante, mucho más grande.

Piketty atribuye ese incremento a la ralentización del crecimiento económico en relación con los rendimientos del capital, conforme a una fórmula bautizada por él como "ley fundamental". Algebraicamente, se expresa como r > c, siendo r los rendimientos del capital y c el crecimiento del ingreso. También aquí parece estar hablando de volúmenes físicos de capital, año tras año aumentados por los beneficios y el ahorro.

Pero lo que mide no son volúmenes físicos, y su fórmula no explica demasiado bien las pautas observadas en los distintos países. Por ejemplo: su razón capital/ingresos llega a la cúspide en Japón en 1990 –hace casi un cuarto de siglo, al comienzo del largo estancamiento japonés—, y en los EEUU, en 2008. Mientras que en Canadá, que no tuvo desplome financiero, todavía sigue creciendo. Una mente simple diría que lo que cambia es el valor de mercado y no la cantidad física, y que el valor de mercado está impulsado por la financiarización y exagerado por las burbujas, subiendo allí donde éstas se autorizan y cayendo cuando pinchan.

Piketty se propone armar una teoría relevante para el crecimiento que utilice capital físico como insumo. Y sin embargo, desarrolla una métrica empírica que no guarda relación con el capital físico productivo y cuyo valor en dólares depende, en parte, de los rendimientos del capital. ¿De dónde viene la tasa de rendimientos del capital? Piketty no nos lo dice. Se limita a afirmar que los rendimientos del capital promediaban un cierto valor, un 5% de la tierra en el siglo XIX digamos, y que en el siglo XX promedian un valor más alto.

La teoría económica neoclásica básica sostiene que la tasa de rendimientos del capital depende de su productividad (marginal). En tal caso, tenemos que pensar en términos de capital físico. Y esa parece ser también la idea de Piketty. Pero el empeño en construir una teoría del capital físico con una tasa de rendimiento tecnológico fracasó hace mucho tiempo bajo el fuego devastador de la artillería procedente de Cambridge (Inglaterra) en los 50 y los 60, y señaladamente de Joan Robinson, Piero Sraffa y Luigi Pasinetti.

Piketty apenas dedica tres páginas a las controversias Cambridge-Cambridge, pero son páginas muy reveladoras porque resultan terriblemente confusionarias. Escribe:

"La disputa prosiguió entre los economistas radicados sobre todo en Cambridge, Massachussets (entre ellos [Robert] Solow y [Paul] Samuelson) y los economistas radicados en Cambridge, Inglaterra…, quienes (no sin cierta confusión a veces) vieron en el modelo de Solow la pretensión de que el crecimiento anda siempre perfectamente equilibrado, lo que era como negar la importancia atribuida por Keynes a las fluctuaciones a corto plazo. No fue hasta bien entrados los 70 que el llamado modelo de crecimiento neoclásico de Solow terminó imponiéndose."

Pero los argumentos de los críticos no versaban sobre Keynes, ni sobre fluctuaciones. Versaban precisamente sobre el concepto de capital físico y sobre la imposibilidad de derivar el beneficio de una función de producción. De forma desesperadamente sumaria se pueden resumir del modo que sigue. Primero: no se pueden agregar los valores de los objetos de capital para obtener una cantidad común sin disponer previamente de una tasa de interés, la cual –por ser previa— debe venir del mundo financiero, no del mundo físico. Segundo: si la tasa real de interés es una variable financiera que varía por razones financieras, la interpretación física de un stock de capital valorado en dólares carece de todo significado. Y en tercer lugar, una objeción más sutil: en la medida en que la tasa de interés cae, no hay tendencia sistemática alguna a la adopción de una tecnología más "intensiva en capital" como, en cambio, supone el modelo neoclásico.

En una palabra: la crítica de Cambridge privó de todo sentido a la pretensión de que los países llegan a ser más ricos por la vía de usar "más" capital. El caso es que los países más ricos a menudo usan menos capital aparente; registran una mayor participación de los servicios en su producto total y del trabajo en sus exportaciones (la "paradoja de Leontief"). Lo cierto es que esos países llegaron a ser más ricos –como argumentó Pasinetti luego— por la vía del aprendizaje, de la mejora técnica, de la instalación de infraestructuras, de la extensión de la educación y –como yo mismo he argüido— gracias a una regulación administrativa exhaustiva y profunda y a la generalización de las redes de seguridad social. Nada de eso guarda la menor relación con el concepto de capital físico de Solow, y menos todavía con una métrica de la capitalización de la riqueza en los mercados financieros.

No hay razón para pensar que la capitalización financiera guarda estrecha relación con el desarrollo económico. Al grueso de los países asiáticos, incluidos Corea, Japón y China, les fue muy bien durante décadas sin financiarización; y lo mismo puede decirse de la Europa continental de la posguerra y aun de los EEUU antes de 1970.

Y el modelo de Solow no "terminó imponiéndose". En 1966 el propio Samuelson tuvo que reconocer que Cambridge [Inglaterra] había ganado el debate.

II

El núcleo empírico del libro de Piketty se centra en la distribución de los datos de ingreso obtenidos de los registros fiscales de un puñado de países ricos (sobre todo, Francia y Gran Bretaña, pero también los EEUU, Canadá, Alemania, Japón, Suecia y algunos otros). La ventaja de ese procedimiento sobre otras aproximaciones a la distribución es que permite una mirada amplia, al tiempo que presta una detallada e insólita atención a los ingresos de los grupos de elite.

Piketty muestra que a mediados del siglo XX la participación en el ingreso de los grupos en la cúspide de esos países cayó: gracias, sobre todo, a los efectos directos e indirectos de la II Guerra Mundial. Entre esos efectos estaban el alza salarial, la sindicalización, los impuestos progresivos al ingreso y las nacionalizaciones y expropiaciones en Gran Bretaña y en Francia. La participación en el ingreso nacional de los grupos en la cúspide se mantuvo baja durante tres décadas. Empezó a crecer a partir de los 80, drástica y aceleradamente en los EEUU y en Gran Bretaña y más moderadamente en Europa y Japón.

La concentración de la riqueza parece haber llegado a su cima hacia 1910, fue cayendo hasta 1970 y luego empezó a crecer de nuevo. Si las estimaciones de Piketty andan en lo cierto, la participación en la riqueza nacional del grupo en la cúspide en Francia y en los EEUU se halla ahora mismo todavía por debajo de los niveles de la Belle Epoque, mientras que la participación en el ingreso nacional del grupo en la cúspide en los EEUU ha regresado a los niveles de la Era de la Codicia. Piketty cree también que los Estados Unidos son un caso extremo: que su desigualdad de ingresos hoy supera a la registrada en algunos países en vías de desarrollo, como India, China e Indonesia.

¿Hasta que punto son originales y fiables estas medidas? Al comienzo del libro, Piketty se declara el único economista vivo a la altura de Simon Kuznets, el gran estudioso de las desigualdades de mediados del siglo XX. Escribe:

"Desgraciadamente, nadie ha proseguido sistemáticamente el trabajo de Kuznets, sin duda, en parte, porque el estudio histórico y estadístico de los registros fiscales cae en una especie de tierra académica de nadie: demasiado histórica para los economistas y demasiado económica para los historiadores. Una verdadera lástima, porque la dinámica de la desigualdad de ingresos sólo puede estudiarse con una perspectiva de largo plazo que sólo se gana sirviéndonos de los registros fiscales."

La afirmación es falsa. Los registros fiscales no son la única fuente disponible de buenos datos sobre las desigualdades. En una investigación desarrollada durante más de veinte años, quien esto escribe se ha servido de registros salariales y de remuneraciones para medir la evolución a largo lazo de las desigualdades. En un trabajo de 1999, Thomas Ferguson y yo rastreamos estas medidas hasta los EEUU de 1920: y descubrimos la misma pauta, aproximadamente, que Pikertty ha encontrado ahora.

Es bueno ver confirmados nuestros resultados, porque eso viene a subrayar algo muy importante. La evolución de la desigualdad no es un proceso natural. La ingente igualización registrada en los EEUU entre 1941 y 1945 se debió a la movilización llevada a cabo bajo estrictos controles de precios acompañados de tipos impositivos confiscatorios para las rentas altas. El objetivo era doblar la producción sin crear millonarios enriquecidos por la guerra. Y al revés, el objetivo de la economía de la oferta luego de 1980 fue (principalmente) enriquecer a los ricos. En ambos casos, la política logró ampliamente los efectos que buscaba.

Bajo el presidente Reagan, los cambios en la legislación fiscal estimularon el incremento de las remuneraciones de los ejecutivos empresariales, el uso de opciones de acciones y –por vía rodeada— la desmembración de las nuevas empresas tecnológicas en empresas separadamente capitalizadas (como Intel, Apple, Oracle, Microsoft, etc.). Ahora los ingresos en la cúspide no son ya remuneraciones fijas, sino que están estrechamente vinculadas al mercado de valores. Eso es simplemente resultado de la concentración de propiedad, del flujo de precios de activos y del uso de fondos de capital para la remuneración de los ejecutivos. Durante el auge de las tecnológicas, la correspondencia entre los cambios registrados en la desigualdad de ingresos y los registrados en el [índice] NASDAQ era exacta, como Travis Hale y yo hemos mostrado en un artículo que acaba de aparecer en la World Economic Review. [1]

El lector no especializado no se sorprenderá. Los académicos, empero, tienen que lidiar con el trabajo convencional dominante de (entre otros) Claudia Goldin y Lawrence Katz, quienes sostienen que la pauta de los cambios registrados en la desigualdad de ingresos en Norteamérica es el resultado de una "carrera competitiva entre la educación y la tecnología" en materia de salarios, con ventaja de la primera, al comienzo, y de la segunda, después. (Cuando va en cabeza la educación, la desigualdad, supuestamente, bajaría, y a la inversa.) Piketty rinde pleitesía a esa pretensión, pero no añade prueba empírica alguna, y sus hechos la contradicen. La realidad es que las estructuras salariales cambian mucho menos que los ingresos basados en los beneficios, y el grueso de la desigualdad creciente viene de un incremento del flujo de ingresos de beneficios que van a parar a los muy ricos.

Una comparación global ofrece muchos materiales empíricos, y (hasta donde yo sé) ninguno viene en apoyo de la tesis de Piketty, según la cual el ingreso en los EEUU de hoy es más desigual que en los grandes países en vías de desarrollo. Branko Milanović ha mostrado que las mayores desigualdades se registran en Sudáfrica y en Brasil. Investigaciones recientes del Luxembourg Income Study (LIS) sitúan la desigualdad de ingresos de la India muy por encima de la de los EEUU. Mis propias estimaciones sitúan la desigualdad en los EEUU por debajo del promedio de los países que no forman parte de la OCDE, y coinciden con las del LIS sobre la India.

Una explicación probable de las discrepancias es que los datos de los registros fiscales sólo son comparables en la medida en que lo permitan las definiciones jurídicas del ingreso fiscalizable, y sólo pueden ser precisos en la medida en que los sistemas fiscales sean efectivos. Ambos factores resultan problemáticos en los países en vías de desarrollo: los datos del registro fiscal no reflejan el grado de desigualdades que otras medidas sí consiguen revelar. (Y nada puede aprenderse de los jerifatos petroleros, en los que los ingresos están libres de impuestos.) Al revés, los buenos sistemas fiscales reflejan la desigualdad. En los EEUU, la IRS [la agencia de investigación de la Hacienda norteamericana] es temida y respetada, y a punto tal, que hasta el grueso de los ricos declara el grueso de sus ingresos. Los registros fiscales son útiles, pero es un error tratarlos como si fueran documentos sagrados.

III

Para resumir lo dicho hasta aquí: el libro de Thomas Piketty sobre el capital ni versa sobre el capital en el sentido de Marx, ni versa sobre el capital físico que sirve de factor de producción en el modelo neoclásico del crecimiento económico. Es fundamentalmente un libro sobre la valoración que se da a los activos tangibles y financieros, la evolución temporal de la distribución de esos activos y la riqueza heredada intergeneracionalmente.

¿Por qué es interesante eso? Adam Smith lo dejó dicho con una sola sentencia: "La riqueza, como dice el señor Hobbes, es poder". La valoración de las finanzas privadas mide el poder, incluido el poder político, aun cuando sus tenedores no desempeñen ningún papel económico. Los tradicionales terratenientes absentistas y los hermanos Koch ahora tienen un poder de este tipo. Piketty lo llama "capitalismo patrimonial": es decir, no la cosa real.

El viejo sistema fiscal con elevados tipos marginales fue eficaz en su día. ¿Funcionaría hoy regresar a él? ¡Ah! No funcionaría.

Gracias a la Revolución Francesa el registro de la riqueza y de la propiedad ha sido bueno durante mucho tiempo en la patria de Piketty. Eso permite a Piketty mostrar hasta qué punto los simples determinantes de la concentración de riqueza son la tasa de rendimiento de los activos y las tasas de crecimiento económico y demográfico. Si la tasa de rendimiento supera a la tasa de crecimiento, entonces los ricos y los viejos ganan en relación con todos los demás. Entretanto, las herencias dependen de la capacidad de acumulación de los mayores –tanto mayor, cuanto más tiempo vivan— y de su tasa de mortalidad. Esas dos fuerzas arrojan un flujo de herencia que Piketty estima representa cerca de un 15% del ingreso anual en la Francia de nuestros días: asombrosamente alto tratándose de un factor que no recibe la menor atención en los medios de comunicación y en los textos académicos.

Además, para Francia, Alemania y Gran Bretaña, el "flujo de herencia" no ha dejado de crecer desde 1980 –desde niveles irrelevantes hasta niveles substanciales— a causa de una tasa de rendimiento más elevada de los activos financieros y de una tasa de mortalidad ligeramente creciente entre las personas mayores. Parece probable que la tendencia continúe, aun cuando queda abierta la pregunta sobre los efectos de la crisis financiera sobre las valoraciones. Piketty muestra también –en la pequeña medida en que los datos lo permiten— que la participación en la riqueza global de un ínfimo grupo de archimillonarios ha crecido mucho más rápidamente que el ingreso global promedio.

¿Qué preocupaciones políticas despierta todo esto? Piketty escribe:

"Con independencia de lo justificadas que puedan estar inicialmente las desigualdades de riqueza, las fortunas pueden crecer y perpetuarse más allá de todo límite razonable y más allá de cualquier justificación razonable en términos de utilidad social. Los empresarios tienden entonces a convertirse en rentistas, no con el paso de las generaciones, sino en el curso de una sola vida… Una persona que tiene buenas ideas a los cuarenta, no necesariamente seguirá teniéndolas a los noventa, ni es seguro que sus hijos las tengan. Sin embargo, la riqueza sigue ahí."

Piketty realiza en este paso una distinción que antes había pasado por alto: la distinción entre la riqueza justificada por la "utilidad social" y la otra. Es la vieja distinción entre "beneficio" y "renta". Pero Piketty nos ha privado de la posibilidad de usar la palabra "capital" en este sentido normal para referirnos al factor insumo que arroja un beneficio en el sector "productivo" y distinguirlo de la fuente de ingresos del "rentista". En lo que hace a los remedios, Piketty hace un dramático llamamiento a favor de un "impuesto progresivo global al capital", entendiendo por tal un impuesto a la riqueza. En efecto, ¿qué mejor para una época de desigualdad (y déficits públicos) que un gravamen sobre los patrimonios de los ricos, cuando, donde y cualquiera sea la forma en que se descubran? Pero si esa fiscalidad no consigue discriminar entre las fortunas que tienen una "utilidad social" activa y las que carecen de ella –la distinción que Piketty acaba inopinadamente de sugerir—, entonces puede que esos gravámenes no sean la idea mejor concebida del mundo.

En cualquier caso, como el propio Piketty admite, esa propuesta es "utópica". Para empezar, en un mundo en el que sólo un puñado de países son capaces de medir con cierta precisión los ingresos elevados se necesitaría una base fiscal totalmente nueva, una especie de Libro del Juicio Final que, a escala planetaria, llevara el registro de una medida del patrimonio personal de todos. Eso está más allá de las capacidades hasta de la NSA [la agencia de inteligencia militar estadounidense]. Y si la propuesta es utópica, que es sinónimo de fútil, ¿a qué viene avanzarla? ¿A qué dedicarle un capítulo entero, como no sea para excitar a los incautos?

El resto de posiciones políticas de Piketty está contenido en los dos siguientes capítulos, a los que el lector no puede menos de llegar un poco fatigado tras haber recorrido ya casi 500 páginas. En esos capítulos no se nos presenta ni como radical ni como neoliberal, ni siquiera como un europeo típico. A pesar de haber hecho aquí y allá distintas observaciones sobre el salvajismo de los EEUU, resulta que Thomas Piketty es una variante de demócrata social-bienestarista moldeado, y por mucho, por el New Deal norteamericano. ¿Cómo logró el New Deal tomar al asalto la verdadera fortaleza de privilegios que eran los EEUU de comienzos del siglo XX? Primero, construyó un sistema de protecciones sociales previamente inexistentes: la Seguridad Social, el salario mínimo, la regulación laboral equitativa, los trabajos de mantenimiento o el empleo público. Y los funcionarios del New Deal regularon los bancos, refinanciaron las hipotecas y sometieron al poder granempresarial. Construyeron riqueza comúnmente compartida como contrapoder de los activos privados.

Otra parte del New Deal –sobre todo en su última fase— fue la fiscalidad. Viendo venir la guerra, Roosevelt impuso altos tipos fiscales marginales progresivos, especialmente a los ingresos procedentes de las rentas (no ganadas) del capital. El efecto fue un estímulo contrario a la remuneración de los altos ejecutivos. La gran empresa utilizó sus ingresos no distribuidos, construyó fábricas y (tras la guerra) rascacielos, y no diluyó sus acciones repartiéndolas endogámicamente. Piketty dedica unas pocas páginas al Estado de Bienestar. Apenas dice algo sobre los bienes públicos. Su foco siguen siendo los impuestos. Para los EEUU, urge a un regreso a los tipos marginales máximos del 80% para los ingresos anuales superiores a los 500.000 dólares o al millón de dólares. Puede que esa sea su idea más popularizable entre los círculos liberales de izquierda norteamericanos nostálgicos de los años gloriosos. Y para decirlo todo, el viejo sistema de elevados tipos fiscales marginales fue eficaz en su día.

¿Servirían ahora para devolvernos a aquel mundo? Pues no. En los 60 y 70, esos tipos marginales elevados sobre las grandes rentas estaban llenos de agujeros y resquicios. Los grandes jefes de las grandes empresas podían ya compensar sus bajas remuneraciones con enormes ventajas. Esos tipos marginales eran sobre todo odiados por los relativamente pocos que ingresaban grandes sumas dimanantes (en general) del trabajo honrado y se veían obligados a pagar por eso: estrellas del deporte, actores cinematográficos, intérpretes, escritores superventas, etc. El punto sensible de la Ley de Reforma Tributaria (Tax Reform Act) de 1986 fue la simplificación de la fiscalidad por la vía de imponer tipos menores a una base mucho más amplia del ingreso imponible. Volver a elevar los tipos marginales ahora no produciría –como el propio Piketty observa con razón— una nueva generación de exiliados fiscales. Porque sería lo más fácil del mundo evadir esos tipos con trucos inaccesibles a los plutócratas no globalizados de hace dos generaciones. Cualquiera que esté familiarizado con los esquemas internacionales de evasión fiscal –como el "Doble Bocadillo Irlandés/Holandés"— encontrará la manera.

Si en el núcleo del problema está una tasa de rendimiento demasiado alta de los activos privados, la mejor solución pasa por rebajar esa tasa. ¿Cómo? ¡Elevemos el salario mínimo! Eso rebajará los rendimientos del capital fundados en trabajo con salarios bajos. ¡Apoyemos a los sindicatos obreros! ¡Gravemos fiscalmente los beneficios de las empresas y las rentas personales de capital, incluidos los dividendos! ¡Rebajemos los tipos de interés actualmente exigidos a las empresas! Y hagámoslo creando entidades de préstamo públicas y cooperativas en substitución de los megabancos privados zombies de nuestros días. Y quien esté preocupado por los derechos de monopolio –garantizados por la ley y por los acuerdos comerciales— otorgados al Big Pharma [la media docena de grandes transnacionales farmacéuticas que dominan el mercado mundial; T.], al Big Media [la decena de grupos empresariales que dominan los medios de comunicación en el mundo; T], a los grandes despachos de abogados, a las grandes clínicas médicas, etc., siempre está la posibilidad (como nos recuerda con frecuencia Dean Baker) de introducir más competencia.

Por último, tenemos los impuestos a la transmisión patrimonial y a las donaciones: una joya de la Era Progresista. Piketty es favorable a esos impuestos, pero por razones equivocadas. Lo fundamental en la fiscalización de la transmisión patrimonial no es elevar los ingresos públicos, ni siquiera ralentizar per se la creación de fortunas desproporcionadas; esos impuestos no interfieren en la creatividad o en la destrucción creativa. Su propósito clave es bloquear la formación de dinastías. Y la gran virtud de ese impuesto a la herencia, tal como se aplicó en los EEUU, es la cultura de filantropía conspicua por él generada: el reciclaje de la gran riqueza hacia universidades, hospitales, iglesias, teatros, bibliotecas, museos y pequeñas revistas.

Esos son no-beneficios que crean cerca de un 8 por ciento de los puestos de trabajo en los EEUU y cuyos servicios elevan el nivel de vida del conjunto de la población. Ni que decir tiene, el impuesto que alimenta a esa filantropía está hoy muy erosionado; la dinastía es un enorme problema político. Pero a diferencia del gravamen sobre el capital, el impuesto a la transmisión patrimonial sigue siendo viable, en principio, porque precisa de la estimación de la riqueza una sola vez, a la muerte de su tenedor. Se podría hacer mucho más si la ley se endureciera y reforzara, con un umbral más elevado, con un tipo alto, sin agujeros ni resquicios y con menos uso de fondos a favor de políticas envilecidamente patógenas (como las que persiguen precisamente la destrucción de la fiscalización de la transmisión patrimonial).

En suma: El capital en el siglo XXI es un libro de peso, rebosante de buena información sobre flujos de ingresos, transferencias de riqueza y distribución de los recursos financieros en algunos de los países más ricos del mundo. Piketty arguye convincentemente, desde el comienzo, que la buena teoría económica tiene que empezar con –o al menos incluir— un examen meticuloso de los hechos. Pero no consigue proporcionar una guía demasiado sólida para orientar la política. Y a pesar de sus grandes ambiciones, su libro no es la obra lograda de alta teoría que sugieren su título, su volumen y su recepción (hasta ahora).
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NOTA: *The American Wage Structure, 1920–1947",en: Research in Economic History. Vol. 19, 1999, 205–257. Mi libro de 1998 Created Unequal rastreó la desigualdad salarial entre 1950 y los 90. Para una actualización, cfr. James K. Galbraith y J. Travis Hale: "The Evolution of Economic Inequality in the United States, 1969–2012: Evidence from Data on Inter-industrial Earnings and Inter-regional Incomes", recientemente publicado en: World Economic Review, 2014, no. 3, 1–19: http://tinyurl.com/my9oft8.


Desenmascarando a Carlos Alberto Montaner y al Arzobispo de Miami Thomas Wenski

Edmundo García
www.latardesemueve.com
@edmundogarcia65

Aunque la portavoz de los batistianos Ninoska Lucrecia Pérez Castellón no aparece en el título de este artículo, ella fue toda una campeona en los agravios que recibió en Miami el recién fallecido amigo de Cuba Gabriel García Márquez, Gabo.

En su programa en Radio Mambí, una emisora de Univisión Radio, Ninoska repitió ayer cuatro veces, en unos minutos, que Gabo era Premio Nobel de la Paz. En este caso no lo hizo por descuido sino por ignorancia.

Siempre he sospechado que estos batistianos no vinieron a Miami huyendo de la Reforma Agraria ni de la Reforma Urbana; sino porque ellos comprendieron rápidamente que en la nueva Cuba había que estudiar y salieron corriendo cuando se habló de la Campaña de Alfabetización. Y después hubo una desbandada cuando se anunció la lucha por el sexto grado y con el noveno ya ni les cuento.

Es una lástima que una ciudad de emigrantes y trabajadores como Miami sea calificada en el mundo por la pauta que marcan estos extremistas sin educación ni bondad. Ha sido bochornoso que mientras más de dos decenas de presidentes en el mundo (incluyendo Clinton y Obama), millones de personas e incluso la inmensa mayoría de la prensa norteamericana e hispana honraran la vida y obra del fallecido Premio Nobel de Literatura (ganado en 1982 con 54 años frente a honrosos candidatos), en Miami se le estuviera ofendiendo.

Como dije en el programa de La Tarde se Mueve de este lunes, estas son las cosas que pueden explicar la mala reputación de Miami en la comunidad internacional y en Estados Unidos. (http://latardesemueve.com/grabaciones)

Es necesario desenmascarar el nuevo analfabetismo que bajo el pretexto demagógico y mentiroso de lucha por la democracia, la libertad y los derechos humanos está imponiendo en la comunidad miamense una prensa manipuladora.

Las llamadas telefónicas de algunos oyentes del programa de Ninoska Lucrecia Pérez Castellón rompieron sus propios records en faltas de respeto, con total complicidad de la locutora batistiana. Con baja estirpe celebraron la muerte de Gabo recurriendo a la conocida frase de “Un comunista menos” y a esa otra de “Un castrista más en el infierno”. A esto llaman los derechistas de Miami “libertad de expresión”.

No sé cuál es la democracia que esta derecha clasista y racista pide a los gobiernos progresistas del mundo, cuando es capaz de mancillar así a una figura cimera cuya obra desconocen.

La descompostura en Miami ante el fallecimiento de Gabo ha sido tan bochornosa, que hasta el mismo Herald tomó distancia y se abstuvo de publicar ofensas. Carlos Alberto Montaner, en medio de su naufragio intelectual, evitó ser ofensivo con el eminente escritor colombiano y se limitó a tomarlo como pretexto para ensalzarse a sí mismo. Esto no es mucho, pero tratándose de El Herald y de Montaner es suficiente. No esperamos más.

Se equivocó Montaner el tratar de usar el fallecimiento de Gabo para emular su altura, insinuándose como un par y como persona con algún acceso a su real y mágico mundo. La inmensa mayoría de los críticos literarios y lectores reconocen que Gabo es muy superior a Vargas Llosa; así que ni hablemos de Montaner, que no tiene lugar en esta balanza.

Ni en imaginación, ni en fundación de lenguaje, ni en ventas de libros… en nada Vargas Llosa puede sentarse cerca de Gabo. En este escenario, lo de Montaner es permanecer de rodillas.

Creo que Carlos Alberto Montaner admira a García Márquez. Se nota al menos en esta frase del artículo escrito en El Nuevo Herald el pasado jueves 17 de abril. No en artículos anteriores, donde lo ha manipulado, calumniado y ofendido. En este último Montaner reconoce: “ha muerto el mayor escritor en lengua española que dio el siglo XX”.

Pero como decía, el objetivo primordial de Montaner es tratar de elevarse un poco a la altura de García Márquez. Pero si Vargas Llosa es un enano al lado de García Márquez, Montaner es un renacuajo. Gabo es un tiburón que nada en el pacífico y Montaner un batracio en un charco de esquina.

¿Qué podemos esperar de un Montaner que se atreve a publicar (junio 29, 2003), en el propio Herald de Miami (dónde si no), esta verraquería: “Juan Manuel Cao, uno de los grandes periodistas hispanos de Estados Unidos”. Tres mentiras en unas cuantas palabras: ni es periodista, ni es grande, ni tiene dimensión nacional. Una sola verdad: Cao es de origen hispano.

En su artículo Montaner sugiere estrechos contactos personales con García Márquez. No dudo que a través de Plinio Apuleyo Mendoza, Montaner se haya comunicado con Gabo alguna vez. Dudo más de un trato personal. Y decididamente niego que Gabo se haya expresado en los términos que Montaner describe en su artículo; con un lenguaje coloquial que denota confianza en una persona (Montaner), que no es del tipo de las que García Márquez solía creer.

Todo indica que Gabo estuvo por Miami más de una vez y hasta conversó con varios cubanos que habían estado presos en Cuba y que él, a través de respetuosas conversaciones con autoridades cubanas, ayudó a excarcelar. Pero en ningún caso se habría movido un centímetro con el expreso fin de encontrarse con Montaner.

Gabo en Miami seguramente estuvo tratando de ayudar, como muchas otras veces, a la Revolución Cubana; no quiero hablar sobre las formas de esa ayuda. Pero es sabido, y hecho público por Fidel el 20 de mayo del 2005 en La Habana, que Gabo cumplió “encargos” de Cuba en Estados Unidos ante funcionarios de alto nivel; incluyendo el propio presidente.

Reto a Montaner a que presente pruebas de sus “contactos” personales con García Márquez; que presente fotos, documentos o testigos del tipo de “reunión” que se habría producido.

Sin tener información privilegiada al respeto, pienso que si Gabo estuvo en Miami en los duros años 90, una de las cosas que trató de hacer fue conocer cómo pensaban los enemigos de Cuba, para ayudar una vez más a la Revolución. No puedo demostrarlo, pero es lo que creo.

Lo que sí resulta totalmente improbable es que, como dice Montaner, él le envió un recado a Fidel a través de Gabo. Es decir, que el guajacón del charco convenció al tiburón que nada en el Pacífico, para que le llevara un mensaje a otro tiburón que nada en todos los mares y océanos del mundo. Este es otro de los tantos delirios de Montaner; alguien que siempre está tratando de parecer como más, porque él mismo no se gusta en lo que es.

Y también descreo que Carmen Balcells, una de las agentes literarias más exitosas del mundo, se haya encargado de la inexistente “obra literaria” de Carlos Alberto Montaner. Que le haya ayudado a publicar algún que otro escrito no lo dudo, pero sí dudo que se haya comprometido con su trabajo en calidad de dedicada y consistente “agente literaria”.

Otro que ha caído en esa mala costumbre de basarse en medias verdades y desinformaciones para hacer propaganda política es el Arzobispo de Miami Thomas Wenski.

El Arzobispo Wenski se sumó a la manipulación de la Semana Santa realizada por la derecha cubanoamericana, instrumentada desde Washington DC por el contrarrevolucionario Frank Calzón, que la empleó para pedir la liberación de la prisionera común Sonia Garro.

Al igual que el curita cubano Rumin de la Ermita de la Caridad (que cuando habla parece que está hablando el mismísimo Carratalá), Wenski oficia en Miami bajo la presión de la derecha.

En Miami ya no se puede creer ni en los curas; como no se puede creer en los políticos ni en los periodistas de los medios hegemónicos. Por eso cada día hay más personas que se recogen y prefieren encontrar a Cristo en sus hogares o pequeñas congregaciones que en las grande instituciones católicas.

Parece que el Arzobispo Wenski no lo sabe, o lo sabe pero no le importa, que Sonia Garro es culpable de agredir a un policía cubano; de forma bastante peligrosa y violenta, mientras su esposo hacía amenazas con un arma blanca. El incidente lo describí con detalles en el programa La Tarde se Mueve de este lunes 21 de abril. (http://latardesemueve.com/grabaciones) El policía cubano jamás sacó su arma en esa situación, como sí hubiera hecho un policía de Miami… y el muerto al hoyo.

En su Homilía de Pascua el Arzobispo Wenski, demagógicamente, pidió libertad para Garro en un acto claramente político y fuera de lugar. Yo insto al Arzobispo a que se confiese y se libere del pesado cargo de estar utilizando su puesto para propósitos mundanos. Lo invito a que imite al Papa Francisco en su sencillez y deje su costosa motocicleta Harley Davidson, sus chaquetas de piel y otros bienes de lujo. Que mejor vele por los pobres y comparta con ellos; que rectifique y se acerque a los humildes o le auguro que nunca va a alcanzar el Capelo cardenalicio. Como no lo alcanzó su antecesor John Favarola, a quien Benedicto XVI aceptó su renuncia anticipada en el 2010; oficialmente por “razones que la Santa Sede no reveló”, pero que la opinión general atribuye a su cobarde actitud en Miami durante el viaje del Papa Juan Pablo II a Cuba.

¿Cuándo el Arzobispo Wenski ha denunciado los excesos de la policía de Miami? ¿Cuándo ha objetado el abuso de poder por parte de los oficiales locales contra fieles de su rebaño? Creo que el Arzobispo de Miami está en pecado al prestarse a divulgar mentiras fabricadas por un sector acomodado, resentido y carente de paz.

Wenski ha sido hipócrita en el Domingo de Pascua, ha calumniado a un país por complacer a un sector de extremistas. Ahora no son los fieles sino el propio pastor quien necesita lavar públicamente el pecado de mentir y la soberbia de creer que puede juzgar de espaldas a la verdad.

PD: Arzobispo, no olvide que los jesuitas tienen el don de la ubicuidad; están por todas partes y velan para informar al Papa.

El futuro de nuestro planeta depende de 58 personas

ROMA, - Aunque para muchos ha pasado inadvertido, el 13 de abril el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó la tercera y última parte de un informe en el que se advierte sin rodeos que solo tenemos 15 años para evitar superar el umbral de un calentamiento global de dos grados. Más allá, las consecuencias serán dramáticas.

Solo los más miopes no toman conciencia de qué se trata: desde el aumento del nivel del mar, hasta más frecuentes huracanes y tormentas y un impacto adverso en la producción de alimentos.

En un mundo normal y participativo, en el que 83 por ciento de las personas que viven hoy todavía existirán dentro de 15 años, este informe habría provocado una reacción dramática.


Por Roberto Savio. Crédito: IPS

En cambio, no ha habido un solo comentario de los líderes de los 196 países en los que habitan los 7.500 millones de “consumidores” del planeta.

Los antropólogos que estudian las semejanzas y diferencias entre los seres humanos y otros animales, hace un buen tiempo que llegaron a la conclusión de que la humanidad no es superior en todos los aspectos.

Por ejemplo, el ser humano es menos adaptable a la supervivencia que muchos animales en casos de terremotos, huracanes y otros desastres naturales. A estas alturas, ellos deben advertir síntomas de alerta y malestar.

El primer volumen de este informe del IPCC, publicado en septiembre de 2013 en Estocolmo, estableció que los humanos son la causa principal del calentamiento global, mientras que la segunda parte, lanzada en Yokohama el 31 de marzo, afirmó que “en las últimas décadas, los cambios climáticos han causado impactos en los sistemas naturales y humanos en todos los continentes y en todos los océanos”.

El IPCC está formado por más de 2.000 científicos de todo el mundo y esta es la primera vez que ha llegado a firmes conclusiones finales desde su creación por las Naciones Unidas en 1988. La principal conclusión es que para detener la carrera hacia un punto sin retorno, las emisiones globales deben reducirse entre 40 y 70 por ciento antes de 2050.

El informe advierte que “solo los grandes cambios institucionales y tecnológicos darán una oportunidad superior a 50 por ciento” de que el calentamiento global no traspase el límite de seguridad, y agrega que las medidas deben comenzar a más tardar en 15 años, completándose en 35.

Vale la pena señalar que dos terceras partes de la humanidad es menor de 21 años y en gran medida son ellos los que tendrán que soportar los enormes costos de la lucha contra el cambio climático.

La principal recomendación del IPCC es muy simple: las principales economías deben fijar un impuesto a la contaminación con dióxido de carbono, elevando el costo de los combustibles fósiles, para impulsar el mercado de fuentes de energías limpias, como la eólica, la solar o la nuclear.

Diez países son los causantes de 70 por ciento del total de la contaminación mundial de gases de efecto invernadero, mientras Estados Unidos y China son responsables de 55 por ciento de esa magnitud.

Ambos países están tomando medidas serias para combatir la contaminación.

El presidente estadounidense, Barack Obama, trató en vano de obtener el beneplácito del Senado y ha debido ejercer su autoridad bajo la Ley de Aire Limpio de 1970 para reducir la contaminación de carbono de los vehículos e instalaciones industriales, estimulando las tecnologías limpias. Sin embargo, no puede hacer nada más sin apoyo del Senado.

El todopoderoso nuevo presidente de China, Xi Jinping, considera prioritario el medio ambiente, en parte porque fuentes oficiales estiman en cinco millones anuales el número de muertes en ese país por la contaminación.

Pero China necesita carbón para su crecimiento, y la postura del Xi es: “¿por qué deberíamos frenar nuestro desarrollo, cuando los países ricos que han creado el problema actual quieren que tomemos medidas que retrasan nuestro crecimiento?”.

Así se crea un círculo vicioso. Los países del Sur quieren que los países ricos financien sus costos de reducción de la contaminación y los del Norte quieren que estos dejen de contaminar y asuman sus propios costos.

Como resultado, el resumen del informe, que está destinado a los gobernantes, ha sido despojado de las premisas que podrían dar a entender la necesidad de que el Sur haga más, mientras que los países ricos presionaron para evitar un lenguaje que pudiera ser interpretado como la necesidad de que ellos asuman las obligaciones financieras.

Esto debería facilitar un compromiso blando en la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Lima, donde se debería alcanzar un nuevo acuerdo global (recuérdese el desastre de la conferencia en Copenhague en 2009).

La clave de cualquier acuerdo está en manos de Estados Unidos. El Congreso de ese país ha bloqueado toda iniciativa sobre el control climático, proporcionando una salida fácil para China, India y el resto de los contaminadores: “¿por qué debemos asumir compromisos y sacrificios, si Estados Unidos no participa?”.

El problema es que los republicanos han convertido el cambio climático en una de sus banderas de identidad. La última vez que se propuso un impuesto al carbono, en 2009, luego de un voto positivo en la Cámara de Representantes controlada por los demócratas, el Senado dominado por los republicanos lo rechazó.

En las elecciones de 2010, una serie de políticos que votaron a favor del impuesto al carbono perdieron sus escaños, lo que contribuyó a que los republicanos asumiesen el control de la Cámara.

Ahora, la única esperanza para los que quieren un cambio es aguardar las elecciones de 2016, y esperar que el nuevo presidente de Estados Unidos sea capaz de cambiar la situación. Este es un buen ejemplo de por qué los antiguos griegos decían que la esperanza es la última diosa…

El cuadro es muy simple. El Senado estadounidense está integrado por 100 miembros, lo que significa que bastan 51 votos para liquidar cualquier proyecto de ley sobre un impuesto a los combustibles fósiles.

En China, la situación es diferente. En la mejor de las hipótesis, las decisiones las toma el Comité Permanente del Comité Central, formado por siete miembros, que son el verdadero poder en el Partido Comunista.

En otras palabras, el futuro de nuestro planeta lo deciden 58 personas de una población mundial de casi 7.700 millones de habitantes.

Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service y editor de Other News.

MÁS ALLÁ DEL BLOQUEO A CUBA

Por Manuel E. Yepe

Desde la llegada al poder en 1959 de la revolución cubana, el gobierno de Estados Unidos se ha visto obligado a combatirla por sí mismo, por carecer de fuerzas internas leales capaces de asumir una tarea que habría preferido delegar en la oligarquía nativa.

En Cuba ocurrió que la extrema subordinación y dependencia de la burguesía nacional respecto a Estados Unidos hizo que ésta considerara que era a la superpotencia global y no a ella a quien correspondía hacer frente a la situación revolucionaria.

De ahí que desde el primer momento, Washington asumió el combate por el derrocamiento del gobierno revolucionario de una manera directa, y no a través de la oligarquía derrotada, como lo viene haciendo actualmente en otros países latinoamericanos donde fuerzas populares han alcanzado el poder político por vías electorales.

En Bahía de Cochinos, las fuerzas armadas estadounidenses desembarcaron un ejército mercenario entrenado y dirigido por oficiales suyos, integrado por cubanos recién salidos de Cuba. Pese a tener superioridad de armamentos y recursos, nada pudo ante la defensa de unas fuerzas armadas patrióticas carentes de la debida preparación pero, dotadas de inmensa moral de combate.

Washington usó barcos, aviones y uniformes con insignias falsas en el ataque pero tras la derrota no se esforzó demasiado por encubrir que se trataba de una agresión directa del gobierno de Estados Unidos y no de un acto contrarrevolucionario endógeno.

Igual suerte corrieron otros esfuerzos contra el poder popular mientras el éxodo hacia el norte de los desafectos a la revolución siguió marcando esta tendencia.

Obligado por tales circunstancias, desde hace más de medio siglo, Estados Unidos ha recurrido a una guerra económica directa contra el pueblo, con apoyo de una campaña mediática gigantesca, dirigidas a provocar hambre y miserias que a su vez conduzcan a que la ciudadanía haga recaer las culpas en el poder revolucionario y se rebele.

Ello ha ocasionado enormes daños y sufrimientos al pequeño y pobre país vecino, aunque con alto costo político y práctico para la superpotencia.

Aparentemente, el “embargo” - como eufemísticamente se llama en Estados Unidos a esta forma de agresión no militar contra Cuba-, se basa en un complejo legal integrado por la vieja Ley de Comercio con el Enemigo (Trading With the Enemy Act) de 1917 y otras 5 legislaciones más actuales: la Ley de Asistencia Extranjera (Foreign Assistance Act) de 1961; la Ley de Control de Activos Cubanos (Cuban Assets Control Regulation), de 1963; la Ley sobre la Democracia en Cuba (Cuban Democracy Act), de 1992, la Ley para Reformar las Sanciones Comerciales y la Ley para Aumentar Exportaciones (Trade Sanctions Reform y Export Enhancement Act), estas últimas del 2000.

Cada año, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas condena casi unánimemente el bloqueo comercial y financiero que hace más de medio siglo Estados Unidos lleva a cabo contra Cuba, la representación de Washington alude, en su defensa, al hecho de que en la isla las marcas comerciales estadounidenses se pueden encontrar en las tiendas y que, aprovechando una exención introducida en el año 2000 por presiones de los granjeros estadounidenses, éstos pueden vender a Cuba ciertos productos del agro sin que los agricultores cubanos puedan vender los suyos en reciprocidad.

Y es que los más crueles aspectos del bloqueo a Cuba no derivan de los efectos de las leyes, sino del terrorismo comercial que obliga a cualquier empresario que tenga, o aspire a tener, una relación comercial con Estados Unidos, se sume al criminal asedio.

Las coerciones del bloqueo contra quienes tengan negocios con Cuba se hicieron más severas a raíz del 11 de septiembre de 2001, al ser incluida Cuba en la lista de estados patrocinadores del terrorismo que Washington impone a sus socios, sin aportar prueba alguna sobre tal acusación.

Más allá de la opinión contraria que tengan del bloqueo, los banqueros y empresarios de todo el mundo prefieren evitarse acusaciones por cualquier violación de las leyes antiterroristas de Estados Unidos.

Cada cierto tiempo, Washington anuncia amenazadoramente que a tal o cual entidad extranjera que haya comerciado con Cuba le ha sido aplicada una severa multa o una grave sanción de algún tipo contra sus directivos.

Con ello Washington logra que las relaciones comerciales de Cuba con el extranjero estén sometidas, desde hace medio siglo, a un sistema de presiones que obliga a Cuba a vender más barato y comprar más caro por la exigencia de asumir, de alguna manera, el riesgo que corren sus contrapartes de sufrir sanciones, en el marco de sus relaciones económicas con Estados Unidos, por violar el “embargo”.

Hemingway y su torneo, los inicios de un romance


Por Julio Batista Rodríguez

Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. E. Hemingway

Cuando aquel 26 de mayo de 1950 cruzó el canal del Castillo del Morro en busca de la corriente del Golfo, ya el Pilar había intentado cazar submarinos nazis, conocido los excesos de Hemingway y navegado incansablemente bajo el mando del viejo Gregorio.

Ese día, tras sonar el cañonazo de inicio, otros 35 yates hicieron la misma travesía para dejar inaugurado el Torneo de Pesca de la Aguja. El Pilar representaba por entonces al Club Náutico Internacional de La Habana, y el escritor era el más afamado personaje de la competencia.

Récords mediante, Ernest ya formaba parte de los más selectos pescadores de la Isla. Amante impenitente del salitre, el ron y el sol, no extraña que estableciera en La Habana su segunda casa, y en Cojímar su centro de operaciones y refugio personal.

Para 1950 a Hemingway solo le restaba escribir “El viejo y el mar”, ganar el Pulitzer y el Nobel de literatura, pero la guerra, los safaris y tanta vida agitada ya le habían ganado un espacio indiscutible en la historia. Lo que sucedía aquel 26 de mayo era para él apenas otra de sus aventuras, una que se convertiría en el tercer torneo de pesca más antiguo del mundo.
LOS INICIOS DE UN ROMANCE

Desde la década del 20´ se registró en La Habana la primera captura de un gran castero azul del Atlántico con avíos de pesca, lo cual generó en los siguientes 30 años un desarrollo acelerado en la construcción de yates de recreo y pesca deportiva en los astilleros de la capital, especialmente en el del río Almendares.

En 1932, Joe Rusell, amigo personal de Hemingway y por demás datos contrabandista de alcohol desde Cuba hasta Estados Unidos de América durante la Ley Seca, introdujo al escritor en el mundo de la captura de marlines. Al año siguiente, ambos permanecieron en La Habana entre abril y junio a bordo de la lancha Anita, propiedad de Rusell, en la cual traficó suficiente alcohol al norte como para ahogar algunas penas en plena recesión económica estadounidense.

En esos meses subieron a la embarcación 54 agujas, lo cual marcaría definitivamente una relación en la cual, justo es destacarlo, los peces no llevaron la mejor parte.

Tampoco sería exagerado considerar que a bordo del Anita nació, a sus 33 años, la brutal fascinación de Ernest por la pesca de agujas, la cual se convertiría más tarde en tormentosa pasión canalizada en las páginas de una de las novelas más importantes del siglo.
1950, SIN SUERTE…

“Papa” no ganaría las primeras ediciones de la competencia organizada en el Miramar Yacht Club, pero desde los inicios accedió a que el certamen tomara su nombre -a propuesta de algunos de los participantes y tras vencer supersticiones del escritor-, y donó los primeros trofeos de la lid.

Durante los tres días del torneo de 1950, Hemingway no engarzó nada. Parecía que sus carnadas estuviesen siempre en el lugar y la hora incorrectos. Mas, la bella inglesa Mary Welsh, convertida para esa época en su cuarta esposa, se llevó la mayor presa del certamen al capturar un ejemplar de 100 libras y puso a salvo el honor del bote. Sin embargo, la suerte -una vez más- no le sería esquiva a Ernest.

Luego de publicar en 1952 lo que muchos consideran una de sus obras más trascendentes, el periodista aficionado al daiquirí tuvo su tiempo dorado y reinó entre 1953 y 1955, época en que fue imbatible con la caña en la mano. En esos años el Pilar dominó la costa habanera y Hemingway fue el zar de los marlines, un verdadero azote para sus oponentes.

Ello le valió para ratificar la leyenda. Al viejo zorro norteamericano ya no le quedaban trofeos por sumar: había ganado plomos en la Gran Guerra allá en Europa, y regresado para la Guerra Civil española del 36; había cazado leones en África, mujeres en los cinco continentes y ahora agujas en el Golfo; era dueño del Pulitzer y el Nobel, y todo eso en apenas 56 años.

No cabe duda, la pesca de la aguja en Cuba no sería lo mismo sin el misticismo de Hemingway y las imágenes que nos sembró en la memoria, encarnadas en la figura del viejo Santiago mientras luchaba por conseguir su presa, con las manos sangrantes y la sal incrustada en los surcos de los años.

El romanticismo del cordel tirante y la eterna batalla entre hombre y pez tuvieron un giro de 180 grados tras publicarse la novela. Antes de eso la pesca no tenía términos medios: o bien era un trabajo de los más pobres para sobrevivir, o la aristocracia hacía de ella un circo clasista que generaba fotos y no comida.

Luego de 1952, Hemingway democratizó la actividad y la llevó hasta quienes no habían visto nunca el mar, creando toda una legión de soñadores que jamás subieron a un bote o cortaron las palmas de sus manos con el nylon de un carrete a punto de estallar.

Después de ganar en 1955 por última vez, Hemingway tomaría distancia de las competencias, que siguieron celebrándose invariablemente en aguas del norte habanero año tras año. Hasta que en 1959 el Papa también se tomó distancia de la Isla y regresó al norte en busca de frío.- See more at: http://www.cubacontemporanea.com/noticias/hemingway-y-su-torneo-los-inicios-de-un-romance#sthash.n0mYegvH.dpuf

Hierve la leche

IPS 
La tendencia alcista de la leche en polvo en el mercado mundial forzó un incremento del precio en las tiendas de Cuba, que anualmente cubre con importaciones alrededor de la mitad del consumo nacional de ese producto.

El aparente distanciamiento entre los rumbos del mercado minorista cubano y las tendencias del mercado mundial volvió a saltar en pedazos hace unos días: las autoridades locales acordaron elevar el precio de la leche en polvo a partir del 4 de abril ante el encarecimiento sostenido de su importación.

Funcionarios del Ministerio de Finanzas y Precios (MFP) y del Ministerio de la Industria Alimentaria informaron la medida al diario Granma bajo el criterio de que el precio de ese producto subió de 4.720 a 5.563 dólares por tonelada. De acuerdo con declaraciones del director de Comercio, Turismo y Servicio del MFP, Octavio Beltrán Castillo, el alza “generaría pérdidas al sistema empresarial de no hacer los ajustes correspondientes en el precio minorista”.

La red de tiendas que opera en moneda dura elevó en 45 centavos, hasta 3,35 pesos convertibles (CUC), la bolsa de 500 gramos, y en 85 centavos, hasta 6,60 CUC, el paquete de un kilógramo -las Casas de Cambio CADECA cambian 1 CUC por 24 pesos cubanos (CUP) a la población, mientras la tasa de cambio oficial fija en un dólar tanto el precio del CUC como el del CUP-.

En ambas presentaciones, el precio de la leche ascendió en poco más de un 15 por ciento, aunque el incremento internacional reportado por el MFP es de un 18 por ciento. La diferencia confirma la información ofrecida por la vicepresidenta del Grupo Empresarial CIMEX, principal firma del comercio minorista en CUC: Bárbara Soto dijo que el aumento del precio incluye únicamente al alza del gasto cubano para adquirir ese producto en el extranjero, pero no se le adicionan desembolsos por transportación, almacenamiento u otras causas.

Días antes, el vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo, explicó a los diputados que Cuba realiza fuertes gastos en la compra de alimentos, que limitan la posibilidad de emplear ese dinero en el financiamiento de inversiones necesarias para el desarrollo del país. El jefe de la comisión gubernamental que conduce las transformaciones económicas expuso lo anterior para argumentar la necesidad de una nueva ley de inversiones extranjeras, finalmente aprobada por el Parlamento.

El país carecería de sostén para el desarrollo si dedica el grueso de sus finanzas para asegurar solo el consumo, dijo Murillo. Como ejemplo de las erogaciones en alimentos que se encarecen de manera sostenida, citó precisamente el caso de la leche –preámbulo oportuno, y quizás no tan casual, para la emisión solo seis días después de la Resolución 165 del MFP, que puso en vigor un nuevo precio para ese producto.

De acuerdo con los datos estadísticos aportados por Murillo, el gasto cubano en la compra de leche en polvo ha ascendido más de un 60 por ciento a lo largo de una década (de 2003 a 2012), aunque el volumen promedio importado ha disminuido en ese período: en los tres últimos años bajó alrededor de un 20 por ciento en comparación con la compra de 2003, de unas 50 mil toneladas.

El precio internacional más reciente informado por el MFP implica un aumento del 160 por ciento sobre el valor de diez años atrás: 2.106 dólares por toneladas en 2004.

“En la ganadería y la industria láctea hay que hacer una transformación muy grande, extremadamente grande, porque debemos ir a una variable de desarrollo que sustituya esas importaciones”, dijo Murillo a los diputados el 29 de marzo. “Y eso con financiamiento propio va a ser muy difícil”, agregó para justificar el hecho de incluir a la agricultura entre los sectores previstos en la nueva ley con una política específica para alentar la inversión extranjera.La producción lechera cubana solo cubre alrededor de la mitad del consumo nacional.

La industria láctea recibe entre 300 y 310 millones de litros de leche de la ganadería del patio. Se suman más de 80 millones vendidos de manera directa a la población. Un funcionario del grupo empresarial de la Industria Alimentaria, Iván Carranza, reconoció que esos volúmenes están distantes de la demanda nacional. La producción lechera cubana solo cubre la mitad del consumo en el país. El resto es importado, informó Murillo ante la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Los planes de desarrollo plantean un incremento modesto: 450 millones de litros hacia el 2020.

El Estado, que subsidia el suministro de leche para los niños hasta siete años, se ve forzado a incrementar este año en 12 millones de dólares el presupuesto previsto inicialmente con ese objetivo, a fin de dejar intactos tales precios, en pesos cubanos.

Al resto de la población, entretanto, solo le queda como alternativa la red comercial con facturas más duras en pesos convertibles.

Aunque muy altos para el nivel adquisitivo medio del cubano, los precios en esas tiendas suelen mantener una estabilidad que no refleja la evolución cambiante de los precios de los alimentos básicos en el mercado mundial, particularmente alcistas en los últimos años. De vez en cuando, sin embargo, salta la liebre como acaba de ocurrir con la leche en polvo.

Algo similar sucedió en el año 2007 con ese mismo producto y otros alimentos, como el aceite vegetal. Por iguales razones también ha subido en ocasiones el precio de la gasolina y de otros combustibles.

Tras calificar de ineludible la medida, el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista Cubano, prometió que, “como principio, continuará garantizando este alimento para una parte de la población, de forma subsidiada”. Pero las tensiones siguen aumentando sobre la caja del Estado, obligada a desembolsos cercanos ya a unos 2.000 millones de dólares para comprar alimentos, buena parte de los cuales puede producir en los propios campos del país. La leche es solo un ejemplo.

Científico cubano promueve en Beijing Zona de Desarrollo

Por Ilsa Rodriguez

Beijing, 24 abr (PL) El doctor Agustín Lage, director del Centro de Inmunología Molecular de Cuba, anunció hoy que trajo a China un paquete de propuestas para alentar la presencia en la Zona de Desarrollo de Mariel de compañías farmacéuticas y biotecnológicas chinas.

En declaraciones a Prensa Latina, Lage dijo que por primera vez trae esa oferta porque recién se aprobó por el Parlamento cubano la nueva Ley de Inversiones.

Estamos discutiendo con ellos un paquete de propuestas sobre la posibilidad de establecerse en Mariel, señaló y quien aclaró que se trata de empresas chinas con las que existe una buena relación de trabajo.

El científico ofreció una conferencia a empresarios de ese sector, académicos y funcionarios reunidos en la embajada de Cuba en esta capital, a quienes explicó los avances en un lustro de la empresa mixta Biotech Pharma, que tiene como producto líder el Nimotuzumab.

Este medicamento monoclonal, considerado el mejor de su clase y primero de su tipo desarrollado y producido en China, está registrado en este país para el tratamiento de cáncer nasofaríngeo. Unos 12 mil pacientes se han beneficiado en esta nación.

El Nimotuzumab, recordó Lage, está aprobado en 24 países para tratar tumores de cabeza, cuello y esófago y se realizan más ensayos clínicos para su aplicación en otros tipos de tumoraciones.

Explicó que Biotech Pharma amplió su capacidad productiva hasta los 200 kilogramos anuales, de los 20 kilogramos de hace cinco, al concluir un proceso de inversiones y una ampliación y ahora se trabaja en otro anticuerpo para enfermedades autoinmunes llamado Itolizumab.

Subrayó que ese producto ha tenido gran éxito en la India para el tratamiento de la psoriasis, una enfermedad que abunda en esa vecina nación asiática.

Otro novedoso producto es el 14F7 (aún sin nombrar), que fue incluido en un acuerdo suscrito el pasado año con China y que está destinado a combatir el cáncer de mama, agregó.

Al responder a una pregunta sobre los 20 años de existencia del Centro de Inmunología Molecular, su director expresó que fue inaugurado el 5 de diciembre de 1994 por el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, en medio de la peor crisis económica sufrida por Cuba, conocida como período especial.

Lage dijo que esto demuestra la importancia que Fidel Castro siempre concedió a la ciencia en el desarrollo económico y recordó que un año antes, en 1993, dijo que las ciencias y su producción ocuparían algún día el primer lugar en la economía nacional.

Al respecto comentó que ya ese vaticinio se puede ver porque las producciones de las industrias farmacéutica y de biotecnología se encuentran entre las primeras exportaciones de Cuba. Este es un buen momento para sentir satisfacción por lo que se ha avanzado en las estrategias que Fidel Castro planteó, pero no podemos dedicarle mucho tiempo porque tenemos que pensar en lo que nos queda por hacer, subrayó.

El científico viajó hoy a la provincia sureña de Guangdong, desde donde recibió propuestas de colaboración y el interés de varias empresas en los productos biotecnológicos cubanos.
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