"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 11 de febrero de 2013

Coches sin conductores

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Por:     Premio Nobel de Economia
Coche sin conductor (Claudio Álvarez).
Felix Salmon se ha convertido al culto del coche que se conduce solo. “Aunque en general he sido partidario de casi cualquier alternativa al automóvil, ahora no estoy tan seguro de ello”, escribe Salmon, redactor de economía de Reuters, en un blog publicado el 24 de enero. “Creo que la tecnología de los coches inteligentes está mejorando de una forma impresionante, hasta el punto de que podría ser la solución más prometedora, especialmente en partes desarrolladas del mundo como California”. Y en efecto, esto empieza a parecer algo real. Y estoy impresionado.
En líneas generales, estoy en el bando de los desilusionados con la tecnología, principalmente, creo, porque el futuro no es lo que solía ser. Un buen ejemplo es el libro El año 2000 de Herman Kahn, un ejercicio de predicción de 1967 que ofrecía una lista útil de los desarrollos tecnológicos “muy probables”. Cuando de verdad llegó el año 2000, lo curioso fue lo desmedidamente optimista que era la lista: Kahn previó la mayoría de las cosas que sucedieron en realidad, pero también muchas cosas que no lo hicieron (y que todavía no lo han hecho). Y el crecimiento económico estuvo muy por debajo de sus expectativas.
Pero los coches sin conductores pueden romper la pauta: incluso la lista de Kahn de posibilidades “menos probables” solo mencionaba las carreteras automatizadas, no las calles de las ciudades, que es lo que aparentemente veremos en un futuro bastante cercano. Y también estamos observando una ruptura de la pauta en la que la tecnología de la información te permite hacer cosas fantásticas en el mundo virtual, como compartir vídeos divertidos de gatos, sin que tengan mucho impacto en nuestra vida física; dejar que el robot conduzca mientras yo, ejem, veo videos de gatos es un gran cambio.
Esto verdaderamente podría cambiar por completo la forma en que vivimos.
El auge de los robots
En un artículo publicado en The New York Times en diciembre, los periodistas Catherine Rampell y Nick Wingfield escribían que cada vez es más evidente que hay que volver a traer la fabricación a Estados Unidos. Mencionan varias razones: el aumento de los salarios en Asia, unos costes de la energía más bajos en EE UU y los costes de transporte más elevados. Sin embargo, en una entrada de blog posterior,  Rampell citaba otro factor: los robots.
“La pieza más valiosa de cada ordenador, una placa base equipada con microprocesadores y memoria, ya se fabrica en gran parte con robots, según mi colega Quentin Hardy”, escribía el 7 de diciembre. “Las personas hacen cosas como instalar baterías y colocar pantallas. A medida que se construyen más robots, en gran parte por otros robots, “el ensamblaje se puede hacer aquí o en cualquier otra parte”, asegura Rob Enderle, un analista que reside en San José, California, y que lleva siguiendo el sector de la electrónica informática desde hace 25 años. “Eso sustituirá a la mayoría de los trabajadores, aunque se necesitarán algunas personas para dirigir a los robots”.
Los robots significan que los costes laborales no tienen demasiada importancia, por lo que daría igual que las empresas se ubicaran en países avanzados con mercados importantes y buenas infraestructuras (entre los que dentro de poco podría no estar incluido Estados Unidos, pero ese es otro tema). Por otra parte, ¡no es una buena noticia para los trabajadores!
Esta es una vieja preocupación en economía; es un “cambio tecnológico volcado en el capital”, que tiende a trasladar la distribución de los ingresos de los trabajadores a los propietarios de capital.
Hace 20 años, cuando escribía sobre la globalización y la desigualdad, la inclinación por el capital no parecía un tema importante; los principales cambios en la distribución de los ingresos se habían producido entre los trabajadores (cuando se incluyen entre los trabajadores a los gestores de fondos de cobertura y a los consejeros delegados), en vez de entre el trabajo y el capital. Por eso, los trabajos académicos se centraban exclusivamente en la “inclinación por la cualificación”, que supuestamente explicaba el aumento de la valoración de la formación universitaria.
Pero hace tiempo que la valoración de la formación universitaria no aumenta. Lo que sí se ha producido, en cambio, es un notable giro en los ingresos, que ya no están ligados al trabajo.
Si esta es la tendencia del futuro, prácticamente toda la opinión generalizada sobre la disminución de la desigualdad se queda en pura palabrería. Una mejor educación no contribuirá mucho a reducir la desigualdad si las grandes recompensas solo las reciben los que más bienes tienen. La creación de una “sociedad de la oportunidad” no influirá mucho si el bien más importante que uno puede tener en la vida son muchos bienes heredados de tus padres, y así sucesivamente.
Creo que no hemos prestado atención a la dimensión trabajo/capital de la desigualdad, por varias razones. No parecía crucial allá por la década de 1990, y muy pocas personas (yo incluido) han levantado la vista para fijarse en que las cosas han cambiado.  
© 2012 New York Times
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