"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 12 de noviembre de 2012

La Pasión por Cuba, que no hemos perdido

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Presentación de Por un consenso para la democraciaPor Mayra Espina
Presentación de Por un consenso para la democracia Archivo IPS Cuba
Agradezco a los organizadores de Espacio Laical la invitación a formar parte del panel de presentación de la colección de textos Por un consenso para la democracia [1]. Ha sido una tarea interesante y agradable, pues me ha permitido valorar de conjunto, en su diálogo y polémica, trabajos que coinciden en su serio escrutinio de la realidad cubana y en su voluntad de encontrar caminos de mejoramiento nacional; por eso en mi lectura me rondaba, insistente, la idea de la pasión por Cuba que permanece, que no hemos perdido, que compartimos, aun desde circunstancias de vida y posiciones muy diferentes y en un contexto global y nacional donde el descomprometimiento con proyectos colectivos ha sido un signo de época. Es también un placer compartir la mesa con los colegas Hiram y Alzugaray, pues creo que nuestros criterios se complementan y cada cual ha destacado aristas disímiles, lo que contribuye a la valoración de este material desde diferentes ángulos.
Haré una presentación breve y mi mirada no se detendrá en cada texto, pues esa valoración particular me haría manifestar mis propias cercanías y disensos, lo que no creo que corresponda hoy. Por otra parte, posicionarse con seriedad y respeto ante cada artículo exige lecturas y relecturas mucho más detenidas y mesuradas que la que he tenido tiempo de hacer. Opto entonces por valorar el conjunto y su significado, desde las primeras y gratas impresiones que me ha causado.
Considero que el folleto, y el proceso de creación que le dio origen, se une a una corriente en curso en el país, cuyo foco es ampliar los puntos de observación de la realidad cubana y crear escenarios de confluencia de actores diversos (académicos, políticos, decisores, la sociedad civil) y con ello poner en contacto la multiplicidad de imaginarios y argumentos sobre opciones de cambio posibles de la sociedad cubana, de “mejoramiento humano” me gustaría decir, que esas atalayas diversas permiten avizorar. Me refiero a espacios como la revista Temas y su Último Jueves, Martes de Debate del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), el Centro Criterios, sus discusiones y su labor de diseminación de ideas, el Balcón de la Casa del Alba coordinado por FLACSO, el Foro de OAR, la Cofradía de la Negritud y otros, que permiten dar cauce a un movimiento de ideas que cada vez se hace más potente y que está marcado por la multicriterialidad.
Tales espacios son expresión del proceso de intensa transformación en que se encuentra la sociedad cubana, cuyas fuentes provienen de la reforma organizada y planificada que lideran las autoridades del país, de la heterogenización social en curso desde los 90s, del recambio generacional natural, así como de disímiles canales de la vida cotidiana (estrategias familiares de sobrevivencia, redes informales, relaciones con la emigración, diversificación de sujetos económicos, proyectos de transformación comunitaria y local, etc.). Son hijos también de una conciencia que se va expandiendo de que tal heterogeneidad porta potenciales de complementación- tensión entre una disimilitud de expectativas, aspiraciones y modelos de sociedad deseados. Estos potenciales, para ser aprovechados positivamente, necesitan hacerse visibles en escenarios compartidos de expresión, contrastación y, eventualmente, cooperación, lo que ha proyectado el tema de la participación social como uno de los centros de atención de las ciencias sociales y la opinión pública.
La colección de textos que hoy se presenta nutre esta corriente con su propio sello y marca un hito que será valorado en su justa medida cuando pase el tiempo. En este sentido me referiré, apretadamente, a tres aspectos que me interesa resaltar: a) la diversidad de posiciones que muestra y la relevancia del diálogo en la diferencia; b) el énfasis en el debate de cara a la praxis y la intención propositiva y c) los peligros epistemológicos que se ciernen ante estos debates.
En relación con el primer aspecto, percibo la singularidad del folleto en que muestra una diversidad de posiciones (no toda la posible, es obvio) más amplia que la que usualmente recorren nuestras publicaciones y, por ello, ilustra mejor las contradicciones. En la presentación a los textos se clasifica el espectro que recogió la colección en tres posturas (liberalismo, catolicismo y marxismo) y, aunque se entiende esta clasificación como convención, percibo una interrelación mucho más complicada entre las posiciones teóricas y políticas que dialogan, que rompen ese molde estrecho, lo desbordan, entregando un panorama “contaminado”, cuya virtud es permitir visualizar un horizonte con mayores opciones.
A pesar de sus diferencias, los autores coinciden en su preocupación sobre el futuro de Cuba y se aprecia un consenso, no siempre explícito, sobre la necesidad de lo que, en rasgos generales, podríamos llamar la modernización del proyecto socioeconómico y político cubano, como parte de su propia viabilidad como nación, en una soberanía irrenunciable. Considero que el tema de la ciudadanía en su plenitud, desde sus aristas económicas, sociales, culturales, jurídicas y políticas, se presenta como un terreno de confluencia y polémica de calidad para dar continuidad a este debate sobre democracia-participación, desconcentración de poder en la sociedad cubana y encauzar nuevas propuestas.
Me parece relevante y alentador que autores con diferencias irreconciliables o con propuestas difícilmente armonizables, aceptan “mostrarse juntos”, polemizar sin descalificar, entender al otro y sus argumentos, para oponer un argumento que se considera mejor, más elaborado de cara al contexto y la historia. Dialogar tiene verdadero sentido cuando se hace desde la diferencia y es precisamente el respeto por la diferencia lo que permite el diálogo. Practicado con consecuencia, es un ejercicio que exige oír lo que no queremos, concederle una razón al otro, imaginar una posible conexión empática, aceptar el conflicto y la necesidad de dilucidarlo públicamente. Leída de conjunto, la colección es una contribución al fin de la era “de ángeles y demonios” [2] y a la multicriterialidad: la elección de caminos es mucho más rica cuando se parte de un repertorio múltiple que no descalifica a priori lo diferente y permite ponderar los méritos e inconvenientes de cada propuesta, las consecuencias de elegir una ruta de cambio u otra, la responsabilidad moral por la decisión.
No es desdeñable la diversidad generacional. Junto a analistas de larga data y reconocida obra, se abre un espacio para el pensamiento joven (de 14 autores, 8 nacieron después de 1973). De igual modo, se opina desde dentro y fuera de Cuba. Así, el tiempo en que se ha vivido y las experiencias y lugares desde los cuales se mira y se siente el país nutren la multiplicidad de perspectivas críticas.
Lamento la ausencia de mujeres en el conjunto. Supongo que es un hecho fortuito, pero nos privó de oír (leer) las voces de mujeres que han producido una obra afín a estos temas y que, sin pretender legitimar una sociología del punto de vista femenino, me atrevo a decir que suelen aportar al río de ideas énfasis particulares (como llamar la atención sobre las asimetrías de género en la distribución de poder y recursos, la sociopolítica de la vida cotidiana, la democracia en los microespacios, la cultura de paz, entre otros).
Coincido con el diagnóstico que hace uno de los autores, sobre el fracaso del socialismo real y del capitalismo en la construcción de una democracia profunda y, a mi juicio, no se trata de un diagnóstico desalentador, sino de una buena noticia: se abre ante nosotros la exigencia histórica, que es a la vez una oportunidad, de innovar, de desmarcarnos de la fuerza de la inercia y de los modelos preestablecidos, del normativismo.
En lo que respecta al segundo tema que deseo destacar, el énfasis en el debate de cara a la praxis, se aprecia en las ciencias sociales cubanas un interés cada vez mayor por el compromiso de intervenir en la práctica, en la vida pública, con los riesgos que esto entraña, sin purismos, asumiendo el derecho de colocar su voz y sus propuestas y de debatir con políticos y con la sociedad sobre los rumbos necesarios y posibles de la sociedad cubana. La creación de foros de debate y blogs que abren oportunidades al intercambio y la polémica, el involucramiento en temas de la política social y relacionados con las desigualdades (muy especialmente en las inequidades raciales, de género y territoriales), en comisiones organizadas por las autoridades para asesorar la implementación de la reforma, en proyectos de desarrollo local, de capacitación y acompañamiento a las sociedades civiles y gobiernos municipales, por colocar solo algunos pocos ejemplos, son indicadores de este interés
Ello da cuenta de un proceso de autoconstitución del espacio académico como espacio de ciudadanía y de configuración de un sujeto intelectual público colectivo cubano [3] (en el que no solo se incluyen los y las que producen y viven en el país), en cuyo interior se amalgaman y tensionan el necesario pragmatismo económico con la imprescindible racionalidad ética, uno de cuyos signos más alentadores es la asunción de los valores como instrumentos para la definición de los problemas sociales relevantes y el conocimiento como acto de construcción de realidad comprometido con la transformación social [4].
Encuentro en Pierre Bourdieu y en Edward Said (que no pretendo imponer como referentes para todos) inspiraciones para el momento de compromiso que vivimos. Tomando sus reflexiones sobre el modelo de “intelectual colectivo” [5] y acerca del papel de los intelectuales en la esfera pública [6] respectivamente, me he armado una especie de decálogo que quiero compartir:
  1. La intervención pública de los intelectuales está simultáneamente regida por el compromiso y por la objetividad: debe fundamentar una política de intervención que observe las reglas del campo científico.
  2. Capacidad autocrítica como supuesto de partida para toda acción política.
  3. Superación de la “ceguera escolástica”: del revolucionarismo intelectual y de la radicalidad abstracta sin objeto directo y efecto visible.
  4. Contribución a la renovación política, a la producción colectiva de utopías realistas. Apoyo a grupos socialmente activos, portadores de nuevas utopías emancipadoras.
  5. Oponer al universalismo superficial -contenido en el dogma del cosmopolitismo de la globalización neoliberal, que preserva el orden existente- un nuevo internacionalismo, que supera la frontera entre el microcosmos académico y el mundo exterior.
  6. Aprovechar el potencial emancipador de las plataformas de comunicación disponibles para implicarse en discusiones con públicos cada vez más amplios y presentar puntos de vista alternativos.
  7. Intervenir desde una visión no lineal de la historia: asumir la ausencia de toda teleología utópica y contribuir a la invención de metas sobre la base de la hipótesis de una situación mejor a partir de hechos históricos y sociales conocidos.
  8. Discernir las posibilidades para la intervención activa, considerando que siempre es posible identificar dialécticamente un problema que no es exclusivo de un grupo, sino comprender que otros grupos tienen algo similar en juego y pueden trabajar en un proyecto común.
  9. Construir campos de coexistencia y no campos de batalla, como resultado del trabajo intelectual.
  10. Mantener un compromiso que sustente el imperativo teórico de oponerse a la acumulación de poder y capital, que demuestre la necesidad de redistribución de recursos y el valor intelectual de que la paz no puede existir sin igualdad.
Finalmente, y solo a manera de titulares y con el ánimo de alentar nuevos debates, me referiré a los peligros epistemológicos que me parece acechan a las tres posturas o, dicho de otra forma, a interrogantes que estas posiciones deberían considerar para mejorar sus propuestas hacia la sociedad cubana:
Concentrarse en las diferencias en detrimento de descubrir-construir afinidades y consensos posibles. Identificar las diferencias es un ejercicio imprescindible, polemizar, criticar, pero hay que entrenarse en las cercanías, aunque sean difíciles y aunque a primera vista parezca imposible encontrarlas o que tan solo pueden distinguirse afinidades superficiales, no muy útiles para la acción conjunta. Me explico: considero útil visibilizar aunque sea un primer nivel muy general de coincidencias, a sabiendas de que una vuelta de tuerca más develaría las diferencias ideológicas. Pero solo así se construye verdadero diálogo. Por ejemplo, de esta colección se extraen cuatro coincidencias de posible utilidad práctica para la ampliación de los márgenes democráticos: la visión compartida de que el rescate económico es necesario, pero insuficiente, y en cualquier caso debería estar atravesado por un criterio de justicia social y equidad; la soberanía nacional como elemento innegociable; la centralidad de una renovación de la ciudadanía y su ejercicio; la necesidad de un rediseño institucional de mayor cobertura para la participación popular directa en la toma de decisiones y como garantía de derechos, especialmente en lo que se refiere a instrumentos jurídicos. Cada una de estas afinidades en el qué, entraña un mundo de profundos disensos en el cómo, pero es un comienzo.
Repetir la elección dicotomizada en la realización de la justicia social. Los aportes de la experiencia vivida por Cuba (tanto los éxitos como los errores), puestos a la luz de la contemporaneidad, tienen la riqueza de permitirnos evadir respuestas que obligan a elegir entre dos caminos supuestamente excluyentes, que a veces intuyo en algunas posiciones encontradas que se recogen en esta colección, del tipo: pluripartidismo o partido único (como si la esfera política solo fuera la de los partidos); colectivismo o individualismo, derechos sociales o políticos, libertad individual o responsabilidad social (como si la realización de un valor impidiera inexorablemente la expresión del otro); mercado o estado, centralización o descentralización, políticas sociales universales o focalizadas (como si cada una de estas estructuras e instrumento no tuvieran ámbitos de aplicación y pertinencia propios). No estamos obligados a encontrar soluciones radicalmente excluyentes, ni caminos únicos, ni respuestas permanentes y eternas. Obviamente, estos pares expresan una relación conflictiva, no se resuelve de manera natural su coexistencia, pero dentro de esa dialéctica hay también complementariedad, combinaciones posibles que flexibilizan y amplían el repertorio de acción y su adaptación a circunstancias y contextos disímiles, que no se ajustan a recetas cerradas ni a soluciones definitivas.
Reproducir propuestas de nueva institucionalidad con un diseño vertical y jerárquico y que imagina la sociedad como conjunto estandarizado. La idea de una organización social con arriba y abajo, niveles centrales y de base, escalas de decisión, aun cuando se matice con mecanismos para “construir desde abajo”, generar dispositivos de intercambio entre los niveles de dirección, de control ciudadano de los resultados de las políticas y para dar mayor protagonismo a las bases (¿quién se lo da?, ¿es una concesión de quién?), reproduce de contrabando una institucionalidad con dispositivos de concentración de poder. Es difícil cambiar este modelo político y organizativo conocido y experimentado, donde el punto–momento y el sujeto de la decisión final es claro, y lanzarse a correr el riesgo de la horizontalidad, la deliberación, la agregación de demandas no por superioridad de niveles, sino por consensos y alianzas, pero los avances en la concepción de redes, en la organización y educación popular y las herramientas de gobierno electrónico, están abriendo caminos de articulación diferentes, que permiten una distribución de poder y de capacidad de disposición de recursos desconcentrada y donde eso que hasta hoy llamamos “las bases”, “el ciudadano de a pie”, “lo microcomunitario”, puede autorrepresentarse e intervenir en todo el proceso de gestión hasta la decisión final. Adicionalmente, y no menos relevante, es la necesidad de asumir un diseño de nueva institucionalidad democrática que no repita el error de tomar la sociedad como un todo homogéneo e ignorar las diferentes condiciones de partida y la asimétrica distribución de recursos de que disponen los diferentes grupos sociales (en Cuba especialmente debe considerarse las desventajas socioeconómicas y culturales asociadas a la racialidad, el género, los territorios y las comunidades). Eliminar tales asimetrías y ampliar márgenes democráticos supone una institucionalidad que genere, no oportunidades iguales para todos, que serían aprovechadas por los aventajados de siempre, sino que incorpore un criterio de acceso a bienes, servicios y toma de decisiones basado en un enfoque de políticas públicas de reparación de injusticias históricas y de carácter afirmativo hacia los grupos en desventaja.
Dictar normas y construir modelos completos inapelables. Dialogar y someterse a la polémica exige propuestas teóricas y prácticas que se construyen como sistemas abiertos, no como posturas definitivas y mucho menos como conjunto de normas, como modelo cerrado. Las ciencias sociales clásicas y precomplejas se han legitimado como un centro de poder basado en un conocimiento pretendidamente superior, al que debería subordinarse cualquier otro tipo de saber. Esta es una forma de autoritarismo que un conocimiento comprometido con la transformación social debe superar por la vía de la transdisciplina que conecta diferentes disciplinas con el conocimiento popular, la creación artística y otras formas de saber, y saber hacer.
Termino aquí mis comentarios y animo a la lectura.

Notas
[1] Originalmente este no fue un texto escrito, sino solo apuntes para ser dichos. A solicitud de Espacio Laical convierto, aprisa, los apuntes en párrafos hilados, más o menos coherentes. Me disculpo de antemano con los lectores y las lectoras posibles por la involuntariamente descuidada escritura y la insuficiente argumentación de afirmaciones que, en rigor, merecen una explicación más fina.
[2] Tomo esta idea de Fernando Martínez Heredia, quien, en una entrevista realizada por Julio César Guanche e Hilario Rosete, y refiriéndose a la conveniencia de conocer la obra de Jorge Mañach, señala la necesidad de “(…) combatir con el uso de nuestras mentes la funesta tendencia a imponer un mundo en blanco y negro, en el que se reparten premios y castigos, un mundo de ángeles y demonios”, en Guanche, J. C. 200. La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902, Ed. La Memoria, La Habana, p. p.74-75. Creo que esta postura es válida no solo para el pasado, sino también para el debate de ideas en el presente.
[3] Quizás mejor decir reconfiguración, porque no se trata de un proceso nuevo, sino revitalizado, en el que lo diferente con respecto a momentos anteriores de la relación entre ciencias sociales y política, es (según mi apreciación) el tránsito desde la concentración en la reflexión crítica a la propuesta de política pública; un mayor protagonismo de los y las cientistas sociales jóvenes; una relación no tan formal con la institucionalidad establecida que anteriormente fue el vehículo exclusivo del diálogo pensamiento social- decisores; una mayor preocupación por incluir a la sociedad civil en los debates y mayores vínculos entre ciencias sociales y otras zonas de la producción de ideas (el arte, la literatura, el activismo social).
[4] Esta postura acerca del conocimiento como acto de construcción de realidad comprometido con la transformación social la argumenta Hugo Zemelman en “Conocimiento y conciencia. Verdad y elección” en Osorio, J. y Westein, L. (editores) El corazón del Arco Iris: Lecturas sobre Nuevos Paradigmas en Educación y Desarrollo, CEAAL, Santiago de Chile, 1993
[5] Ver Bourdieu, P. 2003 “La internacional de los intelectuales: la ciencia como profesión, la política como compromiso: por una nueva división del trabajo político”, en Criterios, La Habana. No. 34, pp. 161-166.
[6] Said, E. 2003 “El papel público de los escritores y los intelectuales”, en Criterios, Idem, pp. 161-166.
Publicado por cortesía de Espacio Laical
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