"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 25 de septiembre de 2012

Carros sin Chofer.

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El autódromo Mazda en Laguna Seca, California, es una montaña rusa de asfalto de 3,5 kilómetros que sube y baja a través de la zona montañosa de Monterey, en California. El tramo más famoso, denominado Corkscrew, obliga a los conductores que avanzan por una subida larga a presionar los frenos y hacer un giro cerrado a la izquierda hacia lo que parece ser un vacío. El auto pierdo momentáneamente su peso y cuando la pista se vuelve a materializar debajo de uno —siempre una sorpresa agradable— comienza a descender como en una pista de esquí— y además gira precipitadamente hacia la derecha.
Este es uno de varios puntos ciegos en Laguna Seca que obligan a los conductores a comprometerse a dar un giro mucho antes de poder ver hacia donde se dirigen. Si espera a ver el ángulo antes de dar la vuelta, terminará en la ciudad de Monterey.
Como el crítico automotor del The Wall Street Journal, he estado en Laguna Seca en muchas ocasiones probando autos de alto rendimiento y en este día de junio de 2011, estaba conduciendo de manera brillante. Ya había domado al combativo Corkscrew y superado el gancho Andretti. Como un violín Stradivarius tocado por Heifetz, el BMW que piloteaba avanzaba sin problemas.
Con la única excepción de que realmente no estaba conduciendo. Aunque estaba en la silla del piloto, mis manos y mis pies no estaban haciendo nada.
El auto se conducía a sí mismo, replicando digitalmente un circuito recorrido previamente por un conductor profesional. Lo único que tuve que hacer fue permanecer sentado, con el vehículo avanzando al borde de mi control, virilmente asustado.
El TrackTrainer de BMW —un sedan 330i de prueba dotado con equipo de visión electrónica— utilizó GPS, mapas de localización y telemetría registrada durante una vuelta modelo hecha por un conductor profesional. Los pilotos en entrenamiento pueden recibir orientación como un zumbido en el lado derecho o izquierdo del cabezote del asiento y también pistas visuales que los guían por las vueltas, parecidas a la línea de guía sobrepuesta en los videojuegos de autos. Pero el vehículo también puede apoderarse por completo del volante, el pedal y los frenos, recreando la vuelta modelo, casi hasta el último centímetro de asfalto.
Puedo aceptar la noción de vehículos autónomos que actúen como nuestros ayudantes, y ciertamente doy la bienvenida a la promesa de la tecnología de imponer orden en nuestro peligroso, descoordinado e ineficiente sistema de tráfico.
Pero, ¿es necesario que los robots manejen mejor que yo? Siempre me he enorgullecido de mi habilidad como conductor. Sinceramente, en estos días, un conductor robotizado me haría trizas en cualquier pista.
Estos sistemas de vehículos automatizados, sigilosamente en desarrollo por varias décadas, han superado la mera capacidad de conducir y han llegado a algo así como nivel de experto.
Cuando esta tecnología sea comercialice, los autos controlados robóticamente serán más seguros que los autos controlados por humanos. Los pilotos automáticos jamás se someterán a distracciones, sueño, no se perderán, ni se enojarán. Su emergencias, su reacción será instantánea y siempre la correcta. Pondrán la direccional al cambiar de carril y nunca se acercaran demasiado a otros vehículos. Sus hijos no se estrellarán contra un árbol después de la fiesta.
Por tanto, los vehículos automatizados serán más seguros. Lo que significa que los que insistan en operar manualmente los vehículos estarán menos seguros. Ellos, nosotros, representaremos riesgo y vulnerabilidad.
Nos tienen que detener
Al comunicarse y cooperar entre ellos y con las vías, los nuevos choferes robóticos pueden mantener distancias cortas sin accidentarse, cambiar de carril sin titubeos y evadir los retrasos y congestiones de tránsito, incrementando así la capacidad de avenidas y autopistas.
El peligro no vendrá de los vehículos automatizados, sino de quienes se rehúsen a participar, aquellos conductores que por alguna razón se fían de sus equivocadas y débiles neuronas. ¿Cuál será la nueva norma? ¿Deberán los vehículos operados manualmente ceder el paso? ¿O sería mejor que los autos sin piloto muestren respeto a sus inferiores contrapartes humanos?
En 25 años parecerá anticuado e innecesario conducir su vehículo, casi como montar una mula por una plaza comercial. Solo pronuncie la dirección, diga "ir", siéntese y disfrute su holograma. ¿Cuál es el problema? Ya a nadie le importa conducir autos.
Sin embargo, existe la presunción de que con la llegada de la movilidad autónoma y la tecnología inteligente en las autopistas, se perderá algo valioso, algo importante—llamémosle "el romance con el automóvil".
Los autos son algo especial para nosotros. Este "romance con el automóvil" incluye la idea de autodirección, que encapsula el mero término "automóvil". Este romance nos seduce con sus promesas de libertad. Nos imagina conduciendo a través de sitios expansivos con un espíritu desenfrenado de espontaneidad.
Para la mayoría, este romance con el automóvil ha sido suplantado. El automóvil es una necesidad y obligación abrumadora y costosa, y en el caso de los pobres un impuesto doloroso. Incluso para aquellos que pueden comprarlo, el automóvil ofrece poco consuelo. El desplazamiento promedio en Estados Unidos en auto es de 50 minutos, lo que resulta en años acumulados de vida y productividad perdidas, atrapadas detrás del volante.
Además, la Administración Nacional de Seguridad de Tráfico de Carreteras de EE.UU. reportó en 2010 que el 18% de loa accidentes automovilísticos fueron a causa de distracciones del conductor—comer, aseo personal, y hablar por teléfono celular o redactar mensajes de texto. El Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. calculó que 2,6 millones de accidentes anuales son causados por el uso del teléfono celular o la mensajería de texto.
Una vez adaptados los autos sin conductor, es posible que todos los choferes ociosos pierdan el tiempo en mensajes, televisión o cosas peores. Pero muchos, como yo, comenzaríamos directamente a trabajar, felices de adelantar los deberes del día.
Y la mejor parte: siempre me llegan las mejores ideas cuando estoy en el auto—en la soledad, viendo el desenvolvimiento de la autopista, escuchando el sonido de las llantas.
De modo que no le tema a la autonomía. Acéptela. Utilícela. De ahora en adelante, necesitaremos las mejores ideas de parte de todos.
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